Geraldina Ce´spedes Ulloa

Ecofeminismo


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desencadenados por el sistema económico patriarcal, no se tiene en cuenta la visión y la sabiduría de las mujeres para buscar soluciones pacíficas y caminos de paz.

      Pero no solo eso, sino que en las guerras ellas son las grandes perdedoras y las víctimas principales de los abusos y violaciones cometidos no solo por el bando contrario, sino también por los hombres de su mismo grupo. En las situaciones de guerra se confirma que los cuerpos de las mujeres son vistos por los hombres como propiedad para disponer, sea en la casa o en el campo de batalla. Los cuerpos de las mujeres son botín de guerra, territorio político, incentivo para que los soldados se animen a pelear y premio cuando obtienen la victoria.

      El militarismo, en cuanto visión que enaltece al macho, lo militar y la resolución de los conflictos por la vía de la fuerza y de las armas, es una exaltación del patriarcado, pues la imagen de hombre que propugna es la del macho, la del conquistador, el que tiene fuerza viril y no tiene miedo a las armas. En cambio, cuando un hombre se resiste a usar armas, a formar parte de las filas del ejército, cuando se opone a ir a la guerra o baja la voz, es considerado como «mujercita».

      La mentalidad militarista no se manifiesta solo en las prácticas de algunos sistemas políticos (presupuestos altos para gastos militares y armamento, lenguaje beligerante, servicio militar obligatorio, educación de niños y jóvenes con un estilo militar, etc.), sino que también en la vida cotidiana, tanto los hombres como las mujeres hemos introyectado formas sutiles de comportamientos militaristas. Por eso, la mayoría de los proyectos emancipadores, y sobre todo los movimientos de mujeres, tienden a incluir la desmilitarización –desmilitarizar la mente, el corazón y las estructuras– como una de las implicaciones de la lucha por despatriarcalizar las estructuras socio-políticas y religiosas.

      2. Buscando las raíces del desajuste

      La radiografía del funcionamiento de nuestra sociedad y de la interacción del ser humano con la naturaleza evidencia un profundo desajuste de las relaciones entre hombres y mujeres y de estos con el conjunto de la creación. Este desequilibrio es el que tenemos que subsanar desde sus raíces más profundas si queremos apuntar a un cambio sistémico y a otro mundo posible en el que restauremos la armonía original entre hombres y mujeres y todos los habitantes de la casa común para que alcancemos un buen vivir y un buen convivir.

      Por eso, la cuestión crucial no consiste en cómo ir solucionando de forma aislada y fragmentaria algunas manifestaciones de la crisis ecohumana en que estamos sumergidos, sino en desentrañar cuáles son las raíces que producen esos frutos malos de la explotación de las mujeres y de la tierra.

      El análisis ecofeminista tiene la virtualidad de ayudarnos a captar la interconexión que existe entre todas las formas de dominación y explotación –especialmente el vínculo que existe entre la violencia hacia la tierra y la violencia hacia las mujeres–, apuntando a la urgencia de un cambio no desde las ramas, sino desde la raíz; es decir, apuntando a un cambio sistémico, a un nuevo paradigma de relación del ser humano y la naturaleza para revertir el deterioro de la vida. Se necesitan no algunos remiendos, sino un cambio sistémico, pues en el marco de este sistema y su modelo de producción y consumo depredador de la tierra y de las mujeres no será posible salvar el planeta y salvar a la humanidad.

      Entonces, las preguntas que nos tenemos que hacer al contemplar el crudo panorama de explotación y deterioro de las relaciones con las mujeres y con la tierra son: ¿qué tipo de sociedad y qué sistema es este que origina, reproduce y normaliza –e incluso sacraliza– unas relaciones tan desajustadas y dañinas entre hombres y mujeres y con la naturaleza? ¿Sobre qué fundamentos se apoya y cuál es la narrativa que sostiene este funcionamiento de nuestro mundo?

      a) La huella del capitalismo patriarcal

      Las relaciones desequilibradas entre hombres-mujeres-naturaleza que se han mencionado anteriormente brotan de un sistema que, entre todos los sistemas que han existido a lo largo de la historia de la humanidad, es el que más ha persistido, manteniéndose casi intacto en todos los tiempos y todos los lugares: el patriarcado.

      Uno de los logros de los movimientos de mujeres y de los estudios críticos de género ha consistido en identificar el patriarcado como el sistema que está en la raíz de la violencia y la marginación de las mujeres. Esta es una cuestión de importancia capital, pues ha permitido analizar las distintas formas de violencia hacia las mujeres como un problema estructural y no como experiencias individuales que se dan en unas circunstancias determinadas. Se llega así a desenmascarar que vivimos en una sociedad que en sí misma discrimina de forma sistémica a las mujeres, atravesando las cuestiones de su pertenencia étnica, edad, religión, clase social, etc.

      El patriarcado es un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder en todos los ámbitos de la sociedad se encuentran exclusiva o mayoritariamente en manos de varones. Es un orden social caracterizado por relaciones de dominio y opresión, establecidas por unos hombres sobre otros y sobre las mujeres, e incluso sobre todas las criaturas que habitan la casa común. De ahí que hoy se reconozca que existe una relación muy estrecha entre patriarcado y crisis ecológica; es decir, la desigualdad de género y la visión androcéntrica del mundo juegan un papel sumamente importante en el deterioro socio-ambiental.

      Tanto la explotación de las mujeres como el deterioro de la vida en el planeta tienen en la base lo que la monja benedictina Joan Chittister considera como los cuatro principios fundamentales sobre los que descansa la visión patriarcal del mundo: dualismo, jerarquía, dominio y desigualdad4.

      El ecofeminismo considera que la raíz que lleva a la explotación de la naturaleza es la misma que lleva a la explotación de los pobres y a la explotación de las mujeres. Esta explotación que se fundamenta en el orden patriarcal es reforzada por el capitalismo neoliberal, que promueve modelos de producción y consumo que son altamente contaminantes y generadores de una pobreza y una exclusión que se hacen mucho más agudas cuando se trata de las mujeres.

      El actual modelo económico, basado en la obtención de ganancia y en el fetichismo del dinero, necesita del sistema patriarcal como su aliado, es decir, necesita el esquema de dominación de unos sobre otros para poder mantenerse. El ecofeminismo busca demoler la mentalidad patriarcal, que explota a las mujeres, considerándolas ciudadanas de segunda categoría, y que usa la naturaleza como objeto de dominación y lucro, sometiendo a ambas desde una visión jerárquica y sexista del mundo. Desde una mentalidad capitalista-patriarcal, la tierra y las mujeres son reducidas a mercancía, y por eso a ambas hay que hacerlas producir conquistándolas, sometiéndolas y violándolas. No es casualidad que se use el mismo vocabulario machista para referirse a la tierra y a las mujeres.

      El capitalismo patriarcal deja una huella de destrucción de la vida en la tierra y de la vida de las mujeres. Ha mostrado ser un paradigma depredador de la naturaleza que deshumaniza no solo a las mujeres, sino también a los hombres. El patriarcado no solo produce separación y antagonismo entre hombres y mujeres, sino que también provoca división, recelos y competencia entre las mismas mujeres. Es decir, es un sistema que socava las bases de la sororidad y la fraternidad.

      b) Marco de la violencia de género: la violencia sistémica

      La expresión «violencia de género» sigue siendo un concepto útil y necesario, porque ayuda a visibilizar el carácter específico y estructural de la violencia sexista. La violencia es el tema omnipresente cuando analizamos las relaciones entre hombres y mujeres. Dado que nacer mujer en una sociedad patriarcal marca una gran vulnerabilidad, somos las mujeres las que estamos en mayor riesgo de ser violentadas en cualquier etapa y en cualquier ámbito de nuestra vida.

      Hablar de la violencia de género implica abrir un abanico amplio, pues se trata de un fenómeno que va desde la violencia física hasta la violencia simbólica, en la línea de lo que plantea Pierre Bourdieu, el sociólogo francés que en los años setenta acuñó este concepto. La violencia simbólica actúa de forma invisible, implícita o subterránea, estando en la base de las relaciones asimétricas de poder. Funciona a modo de esquemas mentales e inclinaciones modeladas por las estructuras de dominación que operan