Geraldina Ce´spedes Ulloa

Ecofeminismo


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y ante las marcas que va dejando en las personas y en la madre tierra la violencia del capitalismo patriarcal. Sin embargo, la última forma de resistencia a la que no podemos renunciar, como seres humanos y como personas creyentes, es la esperanza.

      Hurgando en la actual realidad de nuestro mundo y teniendo en cuenta las dos grandes preocupaciones que abordamos en este libro, se pueden detectar muchos pequeños signos de esperanza y movimientos de resistencia ante el sistema. Aquí queremos apuntar solo dos aspectos que están señalando un nuevo horizonte relacional y un desafío crucial para nuestro mundo y para la vivencia de nuestra fe.

      a) Un punto de no retorno: el movimiento de mujeres

      No todo está perdido. En estos últimos tiempos, si bien percibimos la crueldad de la violencia en las relaciones de género y la destrucción inmisericorde de nuestra casa común, no podemos ignorar que son cada vez más los movimientos que están encarnando una visión nueva y están asumiendo una praxis que se encamina tanto a la transformación de las relaciones entre hombres y mujeres como también a la transformación de la relación con la madre tierra.

      Algunos de esos movimientos, que en su origen asumieron solo una de las dos cuestiones que aquí abordamos de forma articulada, han ido avanzando cada vez con más agilidad y profundidad hacia la interconexión entre la lucha por la justicia climática y la lucha por la justicia en las relaciones de género. En otras palabras, muchos de estos movimientos, aunque no utilicen el concepto de ecofeminismo, al articular la cuestión de la crisis ecológica y la crisis del patriarcado, en cierto modo se están ubicando dentro de los planteamientos del ecofeminismo.

      La irrupción de los movimientos de mujeres con sus múltiples demandas –según los contextos y la diversidad de situaciones que viven las mujeres– es uno de los signos de los tiempos que tienen su punto de confluencia en el sueño de un mundo donde las mujeres también quepamos y donde se coloque la vida por encima de la rentabilidad económica.

      Los movimientos de mujeres en los últimos años están provocando un despertar, muchas veces incómodo, en la conciencia de la humanidad. Estos movimientos, progresivamente, han hecho un gran aporte a nuestro mundo, pues han posibilitado: visibilizar la «violencia de género y el género de la violencia»9, conectándola también con la violencia hacia la naturaleza; desenmascarar que las distintas formas de violencia, exclusión y discriminación hacia las mujeres no son casos aislados, sino que forman parte de la trama de un sistema: el patriarcado; recuperar la memoria histórica de mujeres transgresoras, luchadoras y visionarias, que en distintos ámbitos de la vida jugaron un papel clave, pero que fueron sepultadas y olvidadas por el sistema hegemónico; crear una mayor sensibilidad y alianzas por el reconocimiento de las mujeres como sujetos, como seres humanos con igual dignidad que los hombres; reclamar una nueva ciudadanía que incluya a las mujeres y a otros sectores subalternos, muchas veces discriminados en virtud de su pertenencia a una etnia, clase, cultura, edad, identidad sexual, etc.; introducir cambios en las legislaciones de los países y a nivel internacional; construir espacios de paz y de reconversión de los conflictos con métodos alternativos a los que suele utilizar el patriarcado; lograr avances en cuanto al acceso de las mujeres al ámbito de los saberes, así como la inclusión progresiva de su epistemología y su hermenéutica; luchar por la autonomía económica de las mujeres como una cuestión de importancia radical para lograr su emancipación y su mayoría de edad; la rebeldía ante las políticas de confinamiento de las mujeres en la casa y del encerramiento en los roles tradicionales de madre y esposa, ama de casa, de virgen y mártir, santa o prostituta.

      Ahora bien, aún queda mucho por lograr «hasta que la igualdad se haga costumbre»10, hasta que el abuso, la discriminación y la exclusión de género en todos los ámbitos de la vida sean una pieza de museo, un triste recuerdo del pasado. Al movimiento de mujeres alrededor del mundo, si bien ha tenido importantes conquistas, aún le aguardan muchas tareas hasta que logre el desmoronamiento del sistema androcéntrico-patriarcal. Ciertamente, en unas sociedades hay más avances que en otras por lo que respecta a la equidad de género, y muchas mujeres concretas han hecho profundos procesos de liberación y han sanado las heridas del patriarcado. Sin embargo, por principio de sororidad y solidaridad, podemos decir que hasta que todas las mujeres no sean libres no podemos cantar victoria. Como proclamaba la poeta afroamericana Audre Lorde: «No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas».

      Si bien los movimientos de mujeres han hecho grandes avances, no hay que olvidar los costes que ello ha supuesto, pues muchas de ellas han tenido que pagar un alto precio para contribuir al proceso de emancipación. Tampoco hay que olvidar que el movimiento feminista ha ido avanzando entre incomprensiones, acusaciones y persecuciones. Los grupos feministas y ecofeministas muchas veces están entre la espada y la pared, pues los sectores conservadores a nivel político y religioso los ven como el nuevo enemigo que hay que combatir y despliegan una persecución, a veces con métodos agresivos y otras con métodos sutiles y anestesiantes o instrumentalizando sus demandas. Por otro lado, los sectores progresistas, tanto del ámbito político como religioso, subestiman los movimientos feministas, mirándolos con recelo y temor.

      Uno de los rasgos que se acentúa cada vez más en los actuales movimientos de mujeres es la capacidad de hacer sinergia, tejiendo alianzas con distintos actores que apuestan por la causa de la emancipación y el florecimiento de las mujeres. Hay campañas a las que se suman distintas mujeres y también hombres que, aunque no se autodenominen feministas o ecofeministas, apuntan a un cambio en las relaciones de género y en la relación con la casa común. Así lo vemos en muchas manifestaciones, marchas, paros, movimientos y campañas, que cada vez tienen más participantes alrededor del mundo, tanto en las calles como en las redes sociales. Entre ellos destacan: la huelga feminista del 8 de marzo, Ni una menos, Me Too (Yo también), Vivas nos queremos, Un violador en tu camino y la Marcha Mundial de las Mujeres.

      En esta etapa de la historia de la humanidad, el movimiento de mujeres, con sus ambigüedades y contradicciones, puede ser considerado como una de las fuerzas político-sociales más esperanzadoras, propositivas, creativas e incluyentes, ya que en su teoría y su praxis es capaz de articular las demandas de diversidad de sujetos, apuntando a una transformación sistémica en la que todos, incluida la madre tierra, podamos coexistir sin violencias ni exclusiones.

      b) Hacia un nuevo paradigma relacional: la deconstrucción del género

      Estamos asistiendo a una época de la historia en que los viejos paradigmas se resquebrajan y ya no dan más de sí. La imagen de lo que tradicionalmente se ha definido como lo propio de ser hombre o ser mujer empieza a desdibujarse y se pone en cuestión desde argumentos fundamentados que provienen de las distintas disciplinas y desde las experiencias de las personas. Desde la perspectiva de la búsqueda de relaciones incluyentes está creciendo la resistencia al paradigma antropo-androcéntrico y también al esquema binario patriarcal de género.

      El análisis y la utilización de la categoría «género» constituye uno de los aportes más significativos que los movimientos feministas han hecho a la sociedad. Pero lo más relevante consiste no tanto en que muchas mujeres y algunos hombres estemos tomando conciencia de la relevancia de aplicar la perspectiva de género a las distintas facetas de la vida, sino que estamos ante una sacudida profunda, ante un cambio de paradigma en el que los cimientos mismos de nuestras comprensiones de qué significa ser hombre y ser mujer se están derrumbando.

      Los procesos de liberación de las personas y de los pueblos implican hoy buscar un nuevo paradigma de relación con la naturaleza y también entre los sexos. Para ello es necesario atrevernos a «des-ordenar el género»11 o hacer una deconstrucción de él, reconociendo que incluso las personas más críticas seguimos aún atrapadas en el esquema binario establecido por el patriarcado, que además inculca una polarización entre lo femenino y lo masculino.

      Pensar el género solo desde un esquema binario dualista es algo que hoy día está siendo cuestionado, pues genera exclusión. Entonces es necesario trascender el sistema de los sexos, ya que existen otros muchos factores que también son determinantes y marcan nuestra identidad. Lo que define a una persona no es únicamente su ser hombre o mujer, sino que hay una pluralidad