Jorge Eslava

Un placer ausente


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      un placer ausente

      apuntes de un profesor sobre la lectura escolar

      JORGE ESLAVA

      Colección Investigaciones

       Un placer ausente. Apuntes de un profesor sobre la lectura escolar

      Primera edición digital, marzo 2016

      © Universidad de Lima

      Fondo Editorial

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      Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

      Versión ebook 2016

      Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.

      

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      Dirección: calle Dos de Mayo 534, Of. 304, Miraflores

      Lima - Perú

      Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

      ISBN versión electrónica: 978-9972-45-327-4

      Para mi hermana Marita,

      en su lejana biblioteca.

      Más tarde tuve la convicción de que los colegios del Perú… debían trabajar de otra manera. José María Arguedas

      Presentación

      Esta es una libreta de notas, un capricho de la fábula, no un trabajo de investigación convencional. Aunque todos los datos que empleo son resultado de un largo proceso de indagación, sobre todo en los últimos años, con el que he llevado mi oficio de maestro. Conversaciones con cientos de docentes y encuestas a miles de estudiantes, visitas a colegios y participación en muchos eventos académicos me han traído a este punto de convergencia entre el ensayo y la novela. La historia se ubica en Lima, en el 2008. El protagonista es un joven profesor de colegio, formado en una universidad estatal, donde paseó por diversas facultades y terminó Literatura. Ha concluido la Maestría en Educación y prepara una tesis sobre el Plan Lector, que avanza a duras penas. Ejerce la docencia desde que era estudiante universitario, al comienzo como profesor de secundaria y más tarde en primaria. La ficción muestra el espacio público del profesor, su desempeño laboral con colegas y alumnos, y de otro lado el mundo privado, en una resquebrajada relación con su pequeña hija y su exmujer.

      Ojalá se advierta que la inquietud fundamental de este trabajo se sustenta en la formación del deseo de leer —edificar el amor y la voluntad de ese precioso acto humano—, mucho más que la práctica de la lectura o la enseñanza de la literatura. Y aunque quisiera estar lejos de cualquier actitud doctrinal, me siento seguro del valor formativo de los buenos libros: modela al ser humano, amplifica su espíritu, mejora su convivencia con el mundo. Cualquiera que haya ejercido con respeto la docencia comprobará que las observaciones y meditaciones que registro no son nada extraordinarias. Tampoco los diálogos de los personajes novelescos ni las entrevistas que sostengo con creadores y estudiosos reales. Todas las palabras de este libro constituyen simplemente un trozo de la realidad: el alimento diario que brindamos a nuestros alumnos, en las miles de horas que pasamos en las aulas, no siempre con el mejor ánimo, pero apasionados con lo que vamos a enseñar.

       Jorge Eslava

       Apertura

      Advertencias sobre el Plan Lector1

      Han sido ustedes muy amables en invitarme a participar en este acontecimiento. Me honra alternar con creadores y críticos de jerarquía en literatura infantil y juvenil, aunque no dejo de sorprenderme. Soy un sencillo profesor primario, cuya relación con la lectura y la enseñanza es tan apasionada como escéptica. En medio de la epifanía que ha significado el Plan Lector en el Perú, para mis colegas encarno un aguafiestas. No me seducen los himnos ni las fanfarrias respecto a los programas de lectura en nuestro país, tengo claro que somos todavía un país gobernado por signos de barbarie, con una educación bastante desatendida y un concepto banalizado de la cultura. Por eso creo fervientemente en el compromiso del maestro, en su deber intelectual y vital, en su misión utópica de cambio.

      Todo adulto sabe, o al menos sospecha, el grado de intervención que asume en el aprendizaje de las nuevas generaciones; la sociedad le ha conferido una autoridad educativa que por lo general le resulta ancha y ajena. En el caso de la escuela, nadie discute que los niños deben formarse a imagen y semejanza de lo que el maestro considera importante, aunque el cómo y el para qué no tengan respuestas convincentes. De este modo los niños no solo aprenden a leer el libro que el profesor provee, y la forma como lo provee, sino que aprenden a sumar números enteros, a maravillarse con la historia de las civilizaciones, a despertar una curiosidad por los insectos e incluso a correr detrás de una pelota en el patio de recreo. Estos primeros pasos constituyen un aprendizaje en el niño, quien busca integrar un conocimiento en su memoria para vincularlo luego a su propia vida. Y más tarde compartirlo con la vida de los demás, que es el sentido más elevado de nuestra realización. Esa es la experiencia del docente, porque «educar es educarse», según la venturosa frase del filósofo George Gadamer.

      Pero qué ha pasado con nuestra educación. Si bien el Programa Nacional de Movilización por la Alfabetización (PRONAMA), adscrito al Ministerio de Educación, trabaja desde el 2006 en la disminución del analfabetismo en el Perú, no deja de ser intolerable que en una década de vanidad por nuestro desarrollo macroeconómico, alrededor de un millón y medio de peruanos mayores de quince años continúen segregados porque no saben leer ni escribir. Diversas fuentes ofrecen porcentajes de analfabetismo, a fin de informar en detalle índices de reducción en determinadas zonas del país o márgenes diferenciados entre hombres y mujeres —siempre las zonas rurales son las más golpeadas y las mujeres siguen siendo las principales marginadas—; no obstante, carecemos de indicadores referidos al «analfabetismo funcional», un problema que puede ser tan grave como la ignorancia, pues disimula el rostro social tras la máscara de la cultura escrita.

      En su definición más simple, leer es «pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados» —diccionario de la academia—, pero en una segunda acepción es entender la orientación de un texto e incluso de cualquier otro tipo de representación gráfica. Y en un tercer significado, sobre el cual rara vez se detienen los maestros y mucho menos las autoridades educativas, significa potenciar el sentido profundo de un texto literario. Conviene preguntarse si el texto leído es el tejido que el lector descifra ante sus ojos o supone un proceso más complejo y superior. Creo que el texto es, sobre todo, el tramado que el lector va construyendo en su memoria y sensibilidad mientras lee e, incluso, mucho tiempo después. Esa capacidad recreadora convierte a todo libro en un valioso instrumento de saber e imaginación.

      Si esta premisa