Francisco Rodríguez Criado

Raros


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      RAROS

      Francisco Rodríguez Criado

      ISBN: 978-84-15930-07-5

      © Francisco Rodríguez Criado, 2013

      © Punto de Vista Editores, 2013

       http://puntodevistaeditores.com/

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      Índice

       El autor

       Nota del autor

       2012

       22 de mayo, martes

       23 de marzo, miércoles

       24 de mayo, jueves

       25 de mayo, viernes

       26 de mayo, sábado

       28 de mayo, lunes

       29 de mayo, martes

       31 de mayo, jueves

       6 de junio, miércoles

       12 de junio, martes

       13 de junio, miércoles

       19 de junio, martes

       23 de junio, sábado

       25 de junio, lunes

       29 de junio, viernes

       2 julio, lunes

       17 de agosto, viernes

       21 de agosto, martes

       24 de agosto, viernes

       13 de septiembre, jueves

       14 de septiembre, viernes

       16 de septiembre, domingo

       26 de septiembre, miércoles

       8 de octubre, jueves

       7 de noviembre

       14 de noviembre, miércoles

       21 de noviembre, miércoles

       26 de noviembre

       3 de diciembre, lunes

       11 de diciembre

       14 de diciembre, viernes

       20 de diciembre, jueves

       Epílogo

       Índice de raros

      Francisco Rodríguez Criado. Es escritor, corrector de estilo y profesor de talleres literarios. Es autor de una decena de libros (novelas, cuentos, microrrelatos, reportajes) y ha sido seleccionado por el crítico Manuel Simón Viola como uno de los veinte narradores extremeños contemporáneos más destacados en la antología Literatura en Extremadura. 1984-2009 (Del Oeste Ediciones, Badajoz, 2010). Colaborador de El Periódico de Extremadura desde 2005 y es el creador del blog NarrativaBreve.com, un lugar de referencia para escritores y lectores. De 2012 es su extraordinariamente bien acogida novela Mi querido Dostoievski, publicada por Ediciones de La Discreta.

      A José Luis Ibáñez Salas, un apasionado de la Historia y de las rarezas literarias.

      Cierto día de febrero de 2011, José Luis Ibáñez Salas, editor y amigo, propuso que nos reuniéramos para tomar algo en la madrileña Glorieta de Manuel Becerra. Recuerdo que la cita se concretó una tarde soleada, y recuerdo también que yo comenté, nada más sentarnos, que era la primera vez desde la entrada del año que disfrutaba de las bondades de una terraza tras la consabida ola de frío, que entonces, al menos aquella tarde, parecía predispuesta a darnos un respiro.

      Durante la charla, José Luis me puso al corriente de su último proyecto profesional, una editorial digital que iba a crear con algunos amigos, apasionados como él por la Historia. Llegado el momento, me preguntó si alguna vez había escrito algo que pudiera ser considerado de temática histórica. Tratando de satisfacer su curiosidad, respondí vagamente. Hice memoria pero no encontré gran cosa, por no decir nada. Le hablé de un estudio sobre literatura judía (que nunca osé terminar), un ensayo sobre el escritor en lengua yiddish Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1968 (que dejé mediado años atrás), y un proyecto del que solo tenía el título (Raros) y los nombres de algunos de sus personajes, los cuales compartían dos características: todos eran reales y todos formaban parte de la Historia del siglo XX.

      –La Historia entre bambalinas del siglo XX –dije dándome importancia.

      –Escríbelo –me dijo–. Si tiene el nivel de tu última novela, me gustaría publicarlo.

      Ese imperativo alentador (“Escríbelo”) me pilló de sorpresa.

      Al contrario que muchos presuntos idealistas, yo siempre he tenido en alta estima eso que peyorativamente llaman “literatura de encargo”, que al fin y al cabo es literatura a secas con la particularidad de contar con el respaldo de un editor antes de que el libro en cuestión haya sido escrito. Era todo un honor, pues, recibir esa invitación.

      Sin embargo, la propuesta de José Luis llegaba en un momento trascendente y delicado de mi carrera literaria. Erróneamente o no, yo había llegado a la conclusión de que tenía que dar un paso de gigante como escritor, y ese gran paso consistía inexorablemente en dejar de escribir. Convertirme en un Bartleby a lo Vila-Matas, por poco o por mucho tiempo, era mi prioridad. La gran obra que yo tenía en mente en aquel febrero de 2011 cabía en un folio en blanco.

      José Luis desconocía que apartarme de la literatura (como escritor, nunca como lector) era el afán de aquellos días. (“Cada día su afán”, dijo algún sabio.) Y él no lo hubiera sabido nunca si no fuera por mi obstinada tendencia a pergeñar notas de autor (que bien mirado vienen a ser una burda excusa por seguir escribiendo). Sí, confieso que lo que realmente me hubiera gustado decirle entonces es (rescato ahora al genuino Bartleby, el de Melville): “Preferiría no hacerlo”.

      Yo que soy tan adicto a idear proyectos como alérgico a llevarlos a cabo, lo tenía fácil. Bastaba con pronunciar la citada frase de tres palabras. Pero en vez de inventar alguna excusa con que apoyar mi renuncia melvilliana (más que nada para evitar mostrarme descortés), prometí que lo intentaría. En cualquier caso, pensé sibilinamente que siempre cabía la feliz posibilidad de que José Luis acabara olvidándose de Raros.

      No lo hizo. Hombre de energía inagotable,