Sergey Baksheev

Al filo del dinero


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ilo del dinero

      Sergey Baksheev

      © Sergey Baksheev, 2020

      ISBN 978-5-4498-5708-8

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      Sergey Baksheev

      AL FILO DEL DINERO

      Traductor: Oscar Zambrano Olivo

      Presentación

      La vida cuotidiana de Yury Grisov se rompe repentinamente. El se entera de una enfermedad incurable, de una agresión casi mortal a su hija y pierde el trabajo, casi simultáneamente. Para salvar a su hija se necesita una operación costosísima. Grisov quien es un especialista informático, además talentoso, se convierte en el misterioso Doctor. Su meta: producir una gran cantidad de dinero para su familia y castigar a sus enemigos. Él inventa unos billetes falsos para los cajeros automáticos, organiza la operación riesgosa con ellos y se enfrenta a delincuentes peligrosos. Además, la investigación policial, de la cual está encargado su hermanastro, el capitán Gromov, prácticamente la dirige él también.

      Pero, donde hay dinero grande, siempre hay problemas grandes. El Doctor podrá manejarlos?

      Prólogo

      Yo tengo una sola meta: conseguir dinero. Pero todo el mundo anda en eso, se dirán ustedes, riéndose de mí. Eso es verdad, pero yo tengo una circunstancia particular. Necesito mucho dinero, y no tengo tiempo para ganarlo honradamente. Ya calculé la suma necesaria. Son más de cien millones de rublos. Pero el trabajo mejor remunerado, correspondiente a mis calificaciones, me va a acercar a esa suma a paso de tortuga. Y no puedo esperar. La razón es sencilla: en cualquier momento puedo decaer y morirme.

      Pues sí, coño, yo estoy marcado para morir antes que usted. Y esta horrible realidad no puede corregirse. Ni usted, ni yo, ni ninguna otra persona en el planeta está en capacidad de ayudarme.

      Pero está bien. En cuanto me resigné a lo inevitable, me di cuenta de lo fuerte que soy ahora. Si, ustedes escucharon bien. No tengo nada que perder, no temo a nada, lo peor que podía suceder en mi vida, ya sucedió. Por eso puedo arriesgar, arriesgar bastante. Puedo poner mi vida en el tapete de apuestas, para recoger el gran premio.

      Pero no piensen que yo soy un asesino o un delincuente desalmado. No, yo trabajo sin armas. Yo tengo un plan limpio para obtener dinero. La gente que no sabe, lo consideran fantástico o loco, pero el plan funciona.

      ¿La demostración? El maletín pesado que tengo en mis manos. Está lleno de billetes de banco, los cuales, yo… ¿Como decirlo con más exactitud? ¿Los robé? No exactamente. ¿Los conseguí? Eso está más cerca de la verdad, pero de todos modos no refleja la esencia de mi actividad. ¿Los merecí? ¡Por supuesto! Yo tengo cuarenta años y, al menos, veinticinco de ellos estudié, trabajé, desarrollé mi cerebro, para qué en el momento crítico, él me mostrara el camino correcto. El maletín con el dinero es la recompensa por esos largos años de días grises.

      Grises… Esa palabra sin rostro me ha perseguido toda la vida. Resulta que mi nombre es Yury Grisov y, por supuesto, mis compañeros de colegio me llamaban Gris. Gris… ni chicha, ni limonada, ni blanco, ni negro, en otras palabras, mediocre.

      Bueno, ya demostré, ante todo a mi mismo, que ellos se equivocaban. Ahora tengo en mis manos una gran suma de dinero. Ahora no soy gris, ahora soy «El Doctor». Bajo este apodo soy conocido por mis cómplices y clientes. La policía ya lo escuchó, pero hasta ahora no saben quién se esconde tras él. Ya casi llegué a mi cometido. Cierto, la palabrita «casi», es como un nudo corredizo en mi garganta.

      Resulta que, la suma que tengo en mis manos es grande, pero no es suficiente. Todavía no he llevado mi plan hasta el final y necesito arriesgarme más. Nuestro jueguito del gato y el ratón va a continuar. Yo estoy seguro que seguiré engañando a la policía, pero en este momento no se donde está el segundo forro de mi chaqueta «El Farito», por el cual me están rastreando.

      En cualquier momento esto puede ser una catástrofe.

      ¿Quieren conocer los detalles? Espero que ustedes no sean de la policía. A propósito, cuando allá lean estas notas, lo más seguro es que yo ya no esté aquí. ¿Qué? ¿Ustedes creen que su vida va por una alfombra desenrollada y siempre será así? Ustedes creen saber que sucederá mañana, la semana que viene y creen que pueden planificar sus vacaciones para dentro de seis meses. Ingenuos. Así vivía yo, hasta que un día la fatalidad me mete una zancadilla y… Bang! ¡Al suelo!

      Doloroso. Tan doloroso que ya uno no quiere vivir. Pero yo no puedo abandonar los míos a su suerte. Después del golpe del destino yo estaba en otra realidad y tuve que cambiar completamente para ponerme de pie de nuevo.

      1

      Cuando llegué al hospital una barrera me obstaculizaba el camino. Dejé el auto en cualquier sitio y corrí directo a la recepción, sin importarme los charcos. A mi espalda quedaba esa calle de mayo, la cual, aunque no había entrado la primavera, ya olía a lilas. Tras el umbral me esperaba ese mundo cuidadoso de la asepsia, con sus luces blancas y su insistente olor a desinfectante y detergente que lo que hace es fortalecer la ansiedad. Quizás por eso, a mi siempre se me echa a perder el estado de ánimo cuando visito un hospital, sin hablar ya de esta circunstancia particular. Rompí dos juegos de cubre-zapatos de plástico, que no querían abrirse, antes de ponerme un par en mis zapatos mojados.

      Un ser humano en bata blanca (no pude determinar ni sexo, ni edad) me condujo hasta la puerta de una oficina en el segundo piso. Allí me recibió la mirada cansada de un georgiano calvo de edad madura. Era un médico quien estaba sentado en su escritorio y estaba vestido de uniforme quirúrgico con mangas cortas y un corte triangular en el pecho que dejaba ver una franela blanca y sobre cuyo cuello se veía una buena cantidad de pelos negros. Esos bucles ridículos, parecidos a alambres, se veían completamente inapropiados en una institución de salud.

      Mientras yo recuperaba mi aliento, el médico me estudiaba a través de sus lentes de montura de metal. Al fin, el denso cepillo de su bigote, que llegaba hasta la comisura de sus labios, se movió y el dueño de la oficina se presentó:

      – David Guelashvili, cirujano. – Con un gesto de la mano propuso sentarme y, entonces, me preguntó: – Usted es el padre?

      – Grisov, Yury Andreevich, – me apuré a responder e, incluso, quise sacar la cédula, pero me contuve. La incertidumbre me atormentaba. – Que le pasa a Yulia?

      – Nosotros la salvamos, pero su condición permanece difícil. – El

      cirujano calló y cruzó, frente a él, sus fuertes manos peludas, donde se le veía el dibujo de sus venas.

      – Pero no se calle! – Salté de la silla. – Que significa «difícil»?

      El médico se tomó su tiempo. Escogió unas hojas de papel, las puso sobre la mesa, se quitó los lentes y masajeó sus ojos cansados.

      – ¿Qué edad tiene su hija? – Preguntó, sin levantar la vista.

      – Dieciocho.

      – Un amor no correspondido?

      – Que quiere decir con eso?

      Exhaló fuertemente y se acomodó los anteojos sobre la nariz. Como dudando un poco, él explicó:

      – Su hija bebió ácido acético. Como resultado, afectó el tracto gastro-intestinal y tuvo una deficiencia renal aguda…. Es una forma de suicidio extremadamente dañino.

      La horrible palabra cortó como un cuchillo en carne viva. Yo sacudí la cabeza:

      – No. Yulia no pudo hacer eso. Eso es imposible. Mi hija disfrutaba de la vida, estaba haciendo planes, en estos días iba a tener un gran éxito. ¡Para ella…, apenas todo comenzaba! ¿De dónde sacó usted esa conclusión? —

      Guelashvili tomó una toalla de papel de una caja, se secó la frente y murmuró:

      – Gajes del oficio.

      – Eso a usted no le imp… – Me contuve. No recordaba si yo le había mencionado la profesión de mi hija.

      – Si importa, por desgracia más frecuentemente de lo que uno quisiera. Yo,