Cambria Brockman

Cuéntamelo todo


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       Para Lo

pg9

      Día de los Graduados

      29 de enero de 2011

      Éste es nuestro final.

      Una voz se oye en el fondo de mi mente.

      Salta.

      Inhalo, una respiración superficial, y mi pecho se eleva. La inminente tormenta de nieve se cierne sobre nosotros, el aire frío se siente en nuestros huesos. Debajo, el agua negra estancada susurra nuestros nombres, entusiasmada de filtrarse en nuestros poros. Jadeamos, abotargados, y nuestro aliento caliente ondula en nubes estrechas sobre nuestras cabezas. Incluso si quisiéramos correr, no podríamos hacerlo.

      El canto se hace más sonoro. Los seis nos agarramos de las manos, torpes y delirantes, y unimos nuestros cuerpos semidesnudos. Hombro con hombro. Los vellos rubios de mis brazos se erizan, como queriendo tocar las nubes. Gemma y Khaled exhalan, inhalan... nerviosos, aprensivos.

      Salta.

      Cierro los ojos, siento los delicados dedos de Ruby entrelazados con los míos. Max, al otro lado, aprieta mi mano para tranquilizarme.

      John, alto y firme, comienza la cuenta atrás. Engañándonos para que no pensemos que estamos a punto de inmolarnos dentro del lago congelado. Su confianza solidifica nuestro impulso. No hay vuelta atrás.

      —Cuatro, tres...

      Mantengo la calma, y la voz de papá irrumpe en mi cabeza. Con los ojos cerrados, el ruido del mundo exterior disminuye, y puedo verlo inclinarse para susurrar en mi oído. Él me lleva a la universidad, se despide de su única hija. Debe transmitirle algo de su sabiduría, asegurarse de que los primeros pasos que ella dé sean los correctos. Veo a mi madre, borrosa, detrás de él. Mira con nostalgia a la multitud de estudiantes de primer año, con una línea triste dibujada en sus labios. Sé que se centrará particularmente en los chicos, los que tienen pecas y mechones de pelo rubio. Querrá ver el rostro de mi hermano en esa multitud, y luego me mirará a mí, y esa línea triste poco a poco llevará a una sonrisa forzada. Papá se acerca más, su mano coge mi brazo. Le dedico mi atención. Su agarre es firme, pero no me molesta. Dice una palabra y luego se retira, buscando leer mi rostro. Sé que intenta ver si ha causado algún tipo de impresión en mí, así que asiento. Sigo su ejemplo, como una niña obediente. Mis padres se dirigen al aparcamiento y conducen hasta el aeropuerto para llegar al calor y la humedad del lugar donde nací, y cuando entran en su casa vacía, la palabra que él me susurró resuena en mis pensamientos. Conecta cada uno de mis movimientos de los años por venir, establece el ritmo de mi pulso.

      Siento un tirón en mi mano, y mis ojos se sobresaltan, se abren de par en par.

      —Dos...

      Salta.

      La voz de John se hace presente y poderosa.

      —¡Uno!

      Nuestros cuerpos se mueven hacia delante, hacia arriba.

      Por un breve instante, nos encontramos suspendidos en el aire, y me gustaría que pudiéramos quedarnos allí. Mis amigos lanzan alaridos y se retuercen. Escucho la euforia en sus gritos. Han esperado su turno para saltar durante tanto tiempo. Después de cuatro años en los bosques de Maine, por fin estamos aquí. Esto es lo que cada estudiante de primer a tercer año observa hacer a los que por fin se van a graduar, invierno tras invierno.

      Hace tres años, fuimos testigos del Salto por primera vez, apiñados en un comprimido grupo, mientras nos pasábamos una botella de vodka barato. El licor quemaba nuestras gargantas, pero recibíamos con agradecimiento su calor en nuestras entrañas. El Salto significaba que tu estancia en el Hawthorne College estaba llegando a su fin. Nuestra pintoresca educación en humanidades estaba casi completa. El agujero en el hielo representaba un rito iniciático, el comienzo del fin. Era imposible explicárselo a cualquier persona ajena: a los estudiantes de otras universidades, a los miembros de la familia que estaban en casa. Era nuestro, y protegíamos celosamente su extraña naturaleza.

      Un trueno de aclamaciones y aplausos nos envuelve. Nuestros compañeros nos miran. Sé que están observando nuestros rostros, notando el terror y la alegría que se combinan a un tiempo con el agua helada. Soy muy consciente de que se supone que esta tradición debe disfrutarse, y suelto un chillido cuando mis talones desnudos se hunden a través del agujero negro.

      El agua fría aguijonea mi piel y, mientras me hundo, mi cuerpo sufre una conmoción. Cierro los ojos en el agua turbia, las voces se apagan.

      Siento cómo mis amigos patalean para salir del lago y volver al hielo, ansiosos por calentarse. El silencio invita. Tranquilo, pacífico. Éste es el lugar al que pertenezco.

      Escucho la voz de Ruby gritando mi nombre. Se escucha tan lejana. Veo movimiento por encima de mí a través de la superficie. El rostro de Ruby se rompe en pixeles en la mancha acuosa. Sus brazos se aferran a su pecho y sus piernas se presionan con firmeza, buscando contener el calor de su cuerpo.

      —Malin —grita, su voz desafinada y ahogada en las burbujas. Obligo a mis piernas y brazos a moverse al unísono, y me impulso hacia arriba. Sólo cuando alcanzo la superficie y jadeo en busca de aire, mi respiración se reanuda. Nado hasta el borde áspero y coloco una de mis manos contra el hielo cincelado. Este invierno ha sido amargamente frío, pero casi no hay nieve, todavía no.

      Ruby tira de mí para sacarme del agua, sus dientes fríos castañetean. Max está arrodillado detrás de ella, con una mano firme en su espalda y la otra estirada para agarrar mi mano resbaladiza. La alcanza y también tira de mí hacia arriba, sobre el borde irregular. Veo a los otros, John, Gemma, Khaled. Ya caminan al borde del lago para envolverse en sus toallas y beber una taza de chocolate caliente.

      El aire está cargado de alcohol, marihuana y el revuelo de la tradición. Escucho risas y el rugido de las aclamaciones cuando completamos nuestro salto. Mi sangre bombea a toda marcha para calentar mi cuerpo; las uñas de mis pies son de un azul profundo y mi cabello trenzado es hielo sólido. Quiero mis calcetines y mis botas, y paso la mirada por la orilla en busca del grupo de juncos donde los dejé, junto con el resto de mi ropa. Todos hablan y ríen entre labios morados y dientes que castañetean. Ruby me abraza, y nuestra piel de gallina se acopla, como un engranaje, en nuestros cuerpos desnudos. Sonrío, a ella, a los demás, mientras nos retiramos juntos. El agujero en el hielo queda detrás. Ruby me habla, pero su voz se desvanece cuando envuelvo una toalla alrededor de mi cuerpo y vamos hacia la fogata. Me aseguro de parecer que estoy prestando atención. Tengo demasiado frío para hablar, pero sonrío, como siempre.

      Algo inminente nos rodea, pero no tenemos ni idea de que está ahí. Mañana por la mañana nos sentaremos a desayunar en el comedor, como siempre, y nos daremos cuenta de que uno de nosotros se ha ido.

      La policía llegará al campus. Las luces de la ambulancia destellarán a través de los bosques cubiertos de nieve. Observaremos cómo se llevan un cuerpo en una camilla, mientras la policía nos indica que permanezcamos atrás.

      Nos harán preguntas, hablaremos sobre lo que pasó por la noche. Nuestros recuerdos serán confusos. Estábamos bebiendo, habíamos perdido la cabeza, como hacen los típicos universitarios. Nos mirarán y tratarán de descubrir si deberían creernos. O no.

      Tendrán motivos para interrogarnos.

      Todos guardamos secretos sobre este día, y nuestro grupo se disolverá incluso antes de la graduación. Con una pieza que falta en nuestro rompecabezas, nos desmoronaremos.

      Ruby habla sobre el frío, el Salto, la adrenalina, pero lo único que oigo es la palabra que papá susurró a mi oído, golpeando en mi cabeza.

      Finge.

      CAPÍTULO UNO

      Primer año

      Aquellas primeras semanas en Hawthorne