Jaime Nubiola Aguilar

Pensadores de frontera


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del pasado reciente cuya lectura me ha interpelado y que me parece del todo relevante para seguir pensando hoy. Se trata de exposiciones breves que, sobre todo, invitan a leer directamente los textos del autor abordado en cada caso para aprender qué nos dicen hoy a cada uno de sus lectores. Los veinte autores presentados son ampliamente conocidos. Cuando en el cuerpo del texto no se desarrolla el perfil biográfico, incluyo una nota inicial con algunos datos básicos de su biografía.

      He secuenciado los capítulos por orden alfabético de apellidos y, aunque el volumen tiene gran unidad, pueden ser leídos cada uno independientemente. Varios capítulos han sido escritos en colaboración con otros autores expertos en los pensadores estudiados: a ellos va mi gratitud.

      Agradezco también al editor Santiago Herraiz su implicación y ayuda para dar forma final a este volumen. Además, agradezco las correcciones a mi borrador de Marinés Bayas, María Rosa Espot, Ainhoa Marin y Ramon Nubiola.

      Pamplona, 28 de enero 2020

      1.

      EL 19 DE MARZO DE 2019 SE CUMPLIÓ el centenario del nacimiento de quizá la más grande de las filósofas angloamericanas del siglo xx: Gertrude Elizabeth Margareth Anscombe, discípula de Ludwig Wittgenstein, cuya cátedra de filosofía en la Universidad de Cambridge ocupó desde 1970 hasta su jubilación en 1986. La profesora Anscombe, conversa al catolicismo a los 21 años, no solo fue una filósofa brillante y original, sino que a lo largo de toda su vida constituyó un excepcional ejemplo —en palabras de Alejandro Llano— de «mujer fuerte, que siempre está en la brecha en defensa de la humanidad». Estuvo casada con el también filósofo Peter Geach, fallecido en 2013, y tuvieron siete hijos.

      Elizabeth Anscombe estudió en Sydenham School y se graduó en St. Hugh’s College, en Oxford. En 1942 conoció a Wittgenstein en Cambridge y pronto se convirtió en uno de sus más fieles discípulos. Cuando en 1946-47 Anscombe fue nombrada research fellow en Sommerville College en Oxford viajaba todas las semanas a Cambridge para asistir a las clases de Wittgenstein. De hecho, pocos años después, Wittgenstein, enfermo ya de cáncer, se trasladaría a vivir durante varios meses a la casa de Anscombe y Geach; es a ella a quien iban dirigidas aquellas famosas palabras suyas poco antes de morir: «¡Eliza, yo siempre he amado la verdad!». Elizabeth Anscombe, fiel tanto a Wittgenstein como a sus convicciones, realizó desde su juventud el ideal filosófico de orientar toda la vida hacia la verdad.

      Después de la muerte de Wittgenstein en 1951, Anscombe dedicó durante años muchas energías para que el legado filosófico de su maestro, escrito en su mayor parte en alemán, viera la luz. En particular, debe mencionarse su prodigiosa traducción al inglés de las Investigaciones filosóficas. Además de su trabajo como albacea literario de Wittgenstein, Elizabeth Anscombe será recordada entre los filósofos por su libro de 1957 Intention, que es considerado como el documento fundacional de la filosofía contemporánea de la acción, su monografía de 1959 An Introduction to Wittgenstein’s Tractatus, en la que estudia magistralmente el primer libro de Wittgenstein, y por muchos de los artículos compilados en sus tres volúmenes de Collected Philosophical Papers de 1981, que tuvieron un singular impacto en la comunidad filosófica.

      Elizabeth Anscombe fue siempre una pensadora original, viva y muy a menudo a contracorriente de las mayorías o de las conveniencias políticas. Por ejemplo, cuando la Universidad de Oxford se propuso conferir el doctorado honoris causa al presidente americano Harry S. Truman, se opuso enérgicamente a ello junto con otros dos colegas por la responsabilidad de Truman en el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. «Para los hombres elegir matar al inocente como medio de alcanzar sus fines es siempre asesinato», sostuvo con firmeza Anscombe a este respecto. De manera análoga, en múltiples ocasiones escribió valiente y brillantemente sobre la sexualidad, la natalidad, la protección del no nacido y muchos otros temas de actualidad, escandalizando a muchos colegas más acomodaticios con las modas.

      La profesora Anscombe viajó mucho, dando clases y conferencias en numerosos países europeos y americanos. En España visitó muy frecuentemente durante los años setenta y ochenta del siglo pasado la Universidad de Navarra, que le confirió el grado de Doctor honoris causa en enero de 1989. El profesor Alejandro Llano en su laudatio afirmaba de ella: «Es el suyo un estilo bello e implacable, que se caracteriza por la capacidad de hacer preguntas insólitas y de responderlas con tanta finura como rigor. La ironía socrática vuelve a estar presente en el origen de un filosofar cuyo campo de acción ya no es un desván lleno de prejuicios y acostumbramientos, sino el aire libre de incitantes enigmas. Cuando Elizabeth Anscombe discute con Descartes o Hume, cuando interpreta a Aristóteles o a santo Tomás, lo que hace es mirar con ellos hacia una realidad siempre nueva y sorprendente. Y sus lectores guardamos la íntima convicción de que ella ha logrado ver más». En aquella solemne ocasión Anscombe explicaba: «La Universidad de Navarra se dedica en su búsqueda de la verdad al servicio de Dios. Que Dios es verdad es algo que no se reconoce hoy en todas partes, ni siquiera en muchas, pero este reconocimiento está constantemente implícito aquí, en la Facultad de Filosofía. Por eso estoy muy agradecida al ser contada como un colega en esta Facultad».

      La vida de la profesora Anscombe, llena de resultados académicos, está también cuajada de anécdotas simpáticas. En su obituario en The Guardian, Jane O’Grady recordaba cómo en una ocasión, en Chicago, al ser asaltada en la calle por un ladrón, ella le increpó diciendo que esa no era manera de tratar a un visitante. Enseguida comenzaron a hablar y el asaltante la acompañó hasta su hotel, reconviniéndola por circular por una zona tan peligrosa de la ciudad. La anécdota es bien significativa, y muestra no solo el fino corazón de una filósofa, sino también su convicción —de filiación wittgensteiniana— en la capacidad de la palabra para lograr una verdadera comunicación.

      [1] G. E. M. Anscombe (1919-2001) fue una de las figuras más importantes de la filosofía del siglo XX. Estudió en Oxford y en 1970 pasó a ocupar la cátedra de Filosofía en Cambridge. Fue discípula predilecta y albacea testamentaria de Wittgenstein. Entre sus obras destacan Intention (1957) y los tres volúmenes de sus Collected Philosophical Papers (1981), que son una buena muestra de la amplitud de sus intereses filosóficos y del rigor que le caracterizaba.

      2.

      HANNAH ARENDT (1906-75) Y LA NOSTALGIA DE DIOS

      Con Carmen Camey

      HANNAH ARENDT ES UNA MUJER difícil de encasillar. Aunque de origen judío, no era religiosa ni creía en un Dios a la manera tradicional. Se autodenominó agnóstica en varias ocasiones y, sin embargo, era una mujer de fe. Pasó la mayor parte de su vida intentando que sus contemporáneos la recuperaran: la fe en la razón, la fe en la humanidad, la fe en el mundo. Hay dos elementos persistentes a lo largo de su vida y de su obra: la confianza y el pensamiento. Estos se alimentan mutuamente: Arendt confiaba en el pensamiento y cuanto más pensaba, más aumentaba su confianza en él.

      Había nacido en octubre de 1906 en un pueblo cercano a Hannover. Estudia en Marburgo, donde conoce a Martin Heidegger, se traslada a Friburgo para estudiar con Husserl y finalmente se doctora en Heidelberg en 1929 con una tesis sobre El concepto de amor en san Agustín, dirigida por Karl Jaspers. Desarrolla una amplia actividad política en estos años y ante la persecución de los judíos decide emigrar a los Estados Unidos, donde se instala a partir de 1941 con su segundo esposo Heinrich Blücher. En los Estados Unidos trabajó como periodista y como profesora de ciencia política en varias universidades. Reflexionó mucho sobre su experiencia vital en Alemania y en Estados Unidos. En 1951 obtendrá la nacionalidad estadounidense, después de años de apátrida por habérsele retirado la nacionalidad en Alemania.

      En su libro Eichmann en Jerusalén, de 1961, Arendt propone una tesis para intentar comprender cómo hombres y mujeres aparentemente normales pudieron prestarse a las atrocidades cometidas durante la Alemania nazi. Sostenía que el mal de un hombre como Adolf Eichmann, un ejemplo de hombre cualquiera, no era un mal calculado, sádico o ideológico, sino que, al contrario, era un mal banal, superficial, resultado