Jaime Nubiola Aguilar

Pensadores de frontera


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desesperación. «Hay algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio», y que «cada uno lleva en sí mismo la peste». A esa peste —explica a Tarrou, un periodista que estaba de paso en la ciudad y que intentaba encontrar su significado— habrá que combatirla al lado del otro, con gran esfuerzo de voluntad. En medio de esos caminos desesperanzados, el padre Paneloux, sacerdote jesuita estudioso de san Agustín, habla del carácter punitivo de ese azote: «Esperaba, en contra de toda apariencia, que, a pesar del horror de aquellos días y de los gritos de los agonizantes, nuestros conciudadanos dirigiesen al cielo la única palabra cristiana; la palabra de amor». Y añade: «En todo sufrimiento existe un resplandor excelso de eternidad».

      Cuando en su juventud estaba decidido a ser profesor, Albert Camus había escrito una tesis sobre Metafísica cristiana y neoplatonismo: Plotino y san Agustín. «Agustín y Plotino son africanos —escribe su biógrafo— y Camus se siente algo más que nacido en Argelia y habitante de Argel: se sueña mediterráneo». San Agustín habría dejado una profunda huella en su alma. Quizá sea eso lo que hace decir a Paneloux: «Este resplandor aclara los caminos crepusculares que conducen hacia la liberación. Manifiesta la voluntad divina que sin descanso transforma el mal en bien». Cuando san Agustín intenta explicar el origen del mal en su refutación a los maniqueos, identifica al sol con el bien y al mal con la oscuridad. Leemos en las Confesiones: «Heriste mi corazón con tu palabra y te amé», pero «¿qué amo cuando amo a mi Dios? Amo una cierta luz» (X, 6, 8).

      Albert Camus se negó a ser considerado un existencialista como Sartre, entonces tan en boga. Tampoco quiso que se le considerase un filósofo. Su negativa a ser etiquetado expresa quizá su extrañamiento, personificado en la figura de Mersault, protagonista de El extranjero, su novela más conocida. El personaje ha cometido un crimen y es sometido a un juicio; en ese juicio escucha a los demás hablar sobre su vida y no se reconoce a sí mismo en el relato de los otros; tiene una profunda sensación de extrañeza, como quien contempla la imagen de otro. Como su personaje, Camus anota: «A menudo leo que soy ateo. (…) Oigo hablar de mi ateísmo, aunque esas palabras no me digan nada».

      Con un pasaje del tren al que nunca subió en el bolsillo, Albert Camus muere el 3 de enero de 1960 en un accidente de automóvil en un coche deportivo conducido por su editor Michel Gallimard. Lleva en un maletín un texto inconcluso, El primer hombre, que se publicará póstumamente. Es posible que la enfermedad que padecía le hubiera arrebatado la vida de cualquier manera. Sus lectores estamos persuadidos de que sus últimos momentos estuvieron amparados por otra luz; no la luz de ese Mediterráneo que tanto amó, sino la Luz que no se extingue.

      [1] Nace en Mondovi (Argelia francesa) en 1913. Su padre muere al año siguiente en la primera guerra mundial. Su madre, de origen menorquín, era semianalfabeta y puso al niño al cuidado del maestro Jean Grenier. Estudió filosofía y se dedicó al periodismo y la literatura. Batalló toda su vida por los derechos humanos, oponiéndose a los totalitarismos, en particular al comunismo. Fue uno de los pocos intelectuales que se opuso al empleo de la bomba atómica en Hiroshima. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957. Murió en un accidente de automóvil en 1960.

      4.

      LA LARGA SOLEDAD DE DOROTHY DAY (1897-1980)

      EL 24 DE SEPTIEMBRE DE 2016, en su memorable discurso ante el Congreso norteamericano, el papa Francisco mencionó por cuatro veces a Dorothy Day (1897-1980), «hija de esta tierra» que «luchó por la justicia y la causa de los oprimidos con incesante trabajo», que «soñó en la justicia social y los derechos de las personas»: «En estos tiempos —decía el Papa con fuerza— en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del movimiento Catholic Worker. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos».

      Estas palabras del Papa me llevaron a leer su autobiografía de 1952, La larga soledad (Sal Terrae, 2000), la magnífica biografía de Jim Forest All is Grace: A Biography of Dorothy Day (Orbis, 2011), y varios de sus escritos, entre ellos, la reciente traducción Mi conversión. De Union Square a Roma de 1938 (Rialp, 2014). Me parece que, en esta época nuestra de secularización, Dorothy Day resulta un personaje del todo fascinante por su íntima unión con Dios y por su compromiso con los más necesitados. En la vida de Day se advierte una honda experiencia mística que le lleva a la conversión, a las más altas cotas de espiritualidad, y a la vez a descubrir el rostro de Jesucristo en los más necesitados.

      Escribe, por ejemplo, en un pasaje de La larga soledad: «Si te falta tiempo, siembra tiempo y recogerás tiempo. Ve a la iglesia y pásate una hora rezando tranquilamente. Tendrás más tiempo que nunca y conseguirás sacar adelante tu trabajo. Siembra tiempo con los pobres. Siéntate y escúchalos, derrocha tu tiempo con ellos. Recibirás el céntuplo de ese tiempo. Siembra amabilidad y recogerás amabilidad. Siembra amor y recogerás amor. Y, una vez más, decía con san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”». ¡Cuánta sabiduría práctica encerrada en estas breves líneas!

      Dorothy Day había nacido en 1897 en Brooklyn, Nueva York, hija de un periodista deportivo. Con su familia se trasladó a San Francisco y luego a Chicago; desde sus primeros años trabajó cuidando de sus hermanos y enseguida en múltiples trabajos fuera de casa. Estudia con una beca en la Universidad de Illinois y tras dos años abandona sus estudios. Se traslada a Nueva York, donde lleva una vida bohemia y desarrolla su activismo social en contacto con grupos anarquistas: «Yo oscilaba entre la lealtad al socialismo, el sindicalismo y el anarquismo. Cuando leía a Tolstoi era anarquista; Ferrer [Guardia] con sus escuelas, Kropotkin con sus comunas agrarias, los hombres de Industrial Workers of the World [IWW] con su solidaridad y sus sindicatos: todos ellos me atraían». En su obituario publicado en la revista Time en 1980, se recordaba que, para sus admiradores, como el historiador David J. O’Brien, Dorothy Day había sido «la persona más significativa, interesante e influyente del catolicismo americano». Y esto era así, porque en el movimiento del Catholic Worker se combinaban su celo por reformar por entero la sociedad con su preocupación práctica por ayudar singularmente a cada una de las personas pobres. Fue arrestada una docena de veces, la primera como sufragista en 1917, la última con ocasión de una manifestación en California en 1973, y tomó parte en muchísimas protestas laborales y antibélicas.

      Como dijo de ella Benedicto XVI en su audiencia del 13 de febrero de 2013: «En su autobiografía, confiesa abiertamente haber caído en la tentación de resolver todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista: “Quería ir con los manifestantes, ir a prisión, escribir, influir en los demás y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo esto!”. El camino hacia la fe en un ambiente tan secularizado era particularmente difícil, pero la Gracia actúa igual, como ella misma subrayó: “Es cierto que sentí más a menudo la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme, de inclinar la cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no era consciente de orar. Pero iba, me introducía en la atmósfera de oración...”. Dios la condujo a una adhesión consciente a la Iglesia, a una vida dedicada a los desheredados».

      A raíz del nacimiento de su hija se convierte al catolicismo en diciembre de 1927. Abandona a su pareja, el anarquista Forster Batterham, que no quería contraer matrimonio, y se concentra en la educación de Tamar Teresa. Marcha a México por unos meses para alejarse de Forster, pero al enfermar la hija de malaria regresa a Nueva York donde se instalará definitivamente. En 1933 Dorothy conoce al radical católico Peter Maurin (1877-1949) —que se inspiraba tanto en Kropotkin como en san Francisco—, con el que funda el periódico Catholic Worker que será en adelante el eje dinámico de su vida, junto con los centros de acogida para pobres en las ciudades y las granjas rurales en el campo. El periódico tuvo gran difusión durante décadas. Actualmente hay más de 200 comunidades del Catholic Worker en Estados Unidos y otras 30 en diversos países.

      Llama la atención al lector español la admiración de Day hacia Ferrer Guardia, el anarquista fundador de la Escuela Moderna, condenado y ejecutado en 1909 por su supuesta participación