Claudia Velasco

Lady Aurora


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para cenar, Ben viene ahora. Seguro que te gusta, Aurora. Hermanito, te quedas a cenar, ¿no?

      Aurora lo observó muy sorprendida al oír esa expresión escocesa que su madre y su familia usaban habitualmente, y suspiró, pero no comentó nada, y se afanó en ayudar a Meg, que tampoco disponía de cocinera, aunque ella decía que le encantaba cocinar, que la «relajaba». Algo que a ojos de una mujer de su tiempo y de su posición social, resultara inexplicable y harto engorroso.

      –Ahora se escurren así y una vez sin agua los ponemos en el plato –Meg volcó la cacerola con los «espaguetis» sobre una especie de tamiz de metal y esperó a que estuvieran sin una gota de agua para servirlos en un plato para cada uno, cubiertos por una salsa de tomate con carne picada que se llamaba Boloñesa–. Esto es lo mejor del mundo, Aurora, verás como te gustan.

      –¿No conoces la pasta? –Richard Montrose le preguntó cuando se sentaron a la mesa y ella negó con la cabeza–. Y… ¿qué comían en tu tiempo? ¿Qué cenabais en una noche normal como esta?

      –Richard –Meg lo miró ceñuda y Aurora se apoyó en el respaldo de la silla.

      –De primero sopa, y, de segundo, variedad de carnes, guarniciones y salsas. Se sirven en el centro de la mesa y cada comensal puede elegir lo que más le apetece comer.

      –¿Y los postres? –preguntó Zack y ella se giró hacia él sintiendo los persistentes ojos azules del señor Montrose encima.

      –Los postres suelen ser frutas y frutos secos. En ocasiones especiales, sobre todo si hay invitados, se suelen incluir dulces y helados, depende de los gustos de los anfitriones.

      –Dicen que podían llegar a sumarse más de veinticinco platos en una cena.

      –Puede ser, pero no había que comérselos todos –sonrió y bajó la vista para seguir lidiando con su pasta, que era un poco complicada de comer. Enrolló una porción en el tenedor, como le explicaron sus amigos, y se metió un buen bocado en la boca.

      –Eso la gente rica, me imagino –opinó Richard y ella lo miró.

      –Supongo que sí, señor.

      –Y ¿a qué hora eran esas cenas en una casa como la tuya?

      –A las cuatro en invierno, a las cinco en verano.

      –¿Y no comíais nada hasta el día siguiente?

      –Sobre las ocho de la tarde se suele servir un té con algo ligero, pastelillos normalmente. En invierno en el interior de la casa, en verano al aire libre, esa es realmente la última comida del día.

      –Bueno, dejémosla cenar en paz –Meg dio una palmada y luego acarició el brazo de su hermano–. ¿Te has comprado un coche nuevo?

      –Me lo regaló un cliente.

      –Joder, macho, tienes unos clientes cojonudos –bufó Ben.

      –Es parte de una comisión, se lo desgravó como gasto de empresa, así que seguro que le ha salido muy rentable. ¿No habéis salido aún a la calle? –volvió a prestar atención a Aurora y ella empezó a sentirse un poco incómoda.

      –No hemos salido a pasear muy lejos.

      –¿Te apetece dar un paseo, Aurora? La noche está muy agradable y Bath está muy animado un viernes por la noche.

      –No tenemos que salir, no te preocupes, cariño –Meg la miró y le sonrió.

      –¿Por qué no? Si está aquí tendrá ganas de conocer nuestro mundo, ¿no? –insistió el señor Montrose y todo el mundo lo miró con cara de enfado–. ¿Qué? Vale, solo era una idea. ¿Y qué sabemos del mago? ¿Monsieur…?

      –Pero ¿a ti qué te pasa, Richard? ¿No te cansas de hacer preguntas?

      –Tengo curiosidad, ¿hay algún problema?

      –Hemos localizado a través de La Sorbona a un profesor que conoce perfectamente a Velkan Petrescu, que fue un personaje realmente célebre en el París de principios del siglo XIX. Lleva años estudiándolo, ha escrito un par de libros sobre él y hemos intercambiado varios emails, este fin de semana lo llamaremos por Skype para que se entreviste con Aurora –terció Ben con una sonrisa.

      –¿Directamente con ella?

      –Es la única de nosotros que habla francés.

      –¿También habla francés?

      –Sí, señor –contestó ella sin mirarlo y Zack se levantó para ir a buscar el postre.

      –Claro que habla francés, como cualquier dama de su época –susurró, recogiendo algunos platos, y Aurora también se levantó para ayudarlo.

      –¿Ah sí? ¿Todas hablaban francés? ¿Tomaban helado de postre y un pastelillo antes de irse a la cama?

      –Ya te vale…

      Meg se puso de pie y lo miró a los ojos con las manos en las caderas, él movió la cabeza con cara de inocente y Aurora salió del comedor un poco contrariada.

      No entendía por qué se empeñaba en interrogarla tan directamente y con un clarísimo fondo de burla, no estaba segura, porque no entendía muy bien a la gente del siglo XXI. Pero de lo que sí estaba convencida era de que, en ese tiempo, como en cualquier otro, tanta pregunta y tanta duda eran, desde todo punto de vista, una grosería.

      [2] Aye. Expresión de origen gaélico escocés, muy utilizada en Escocia, que significa «sí».

      Capítulo 5

      –¿No le habréis dicho a ese profesor francés que ella cree haber hecho un viaje en el tiempo? –los miró encendiéndose un pitillo y Meg se le acercó, se lo quitó y lo apagó contra la pared antes de tirarlo a la basura–. Oye…

      –En mi casa no se fuma.

      –Técnicamente no estoy en tu casa, sino en la calle, y en la calle aún puedo fumar.

      –No le hemos dicho nada, pero, que quede claro, no es solo que ella crea que ha hecho un viaje en el tiempo, nosotros estamos convencidos de que sí lo ha hecho.

      Ben habló con su calma habitual y Richard lo observó fijamente, incrédulo, antes de desviar la vista hacia su hermana y hacia Zack, que tampoco era que fuera el más sensato de los mortales. Se acercó a la escalera de la entrada y se sentó en uno de los escalones.

      Hacía una media hora que Aurora, que había permanecido inmersa en un silencio pertinaz durante los postres y el café, los había abandonado, despidiéndose con su ceremonia habitual para subir al cuarto de invitados, que ella llamaba sus «aposentos», para dormir, momento que él había aprovechado para abordar a su hermana y a sus amigos directamente. Cosa que había tenido que hacer en la calle, en la entrada de la casa, porque ninguno quería importunar a lady FitzRoy, que no tenía por qué enterarse, según su hermana, de sus «neuras».

      –Estáis completamente locos, lo que dice solo son fantasías. Es una chica muy lista, con muy buena memoria, capaz de embaucarnos a todos con sus historias, pero no ha hecho ningún viaje en el tiempo. Necesita asistencia médica y sigo creyendo que alguien la tiene que andar buscando.

      –Hemos hecho todas las comprobaciones posibles y nadie la busca, no se ha escapado de ningún siquiátrico.

      –Bueno, puede que haya estado encerrada en su casa, es evidente que su familia tiene pasta.

      –Richard, mírame –Meg buscó sus ojos muy seria–. Lo hemos comprobado hasta con la Interpol, nadie busca a una chica de sus características, ni aquí ni en la Conchinchina. No se ha escapado, ni ha estado secuestrada, ni nadie la busca, no somos tan irresponsables como para seguir teniéndola aquí porque se nos antoja o porque nos cautivan sus historias. Ella es quien dice ser y está completamente