Claudia Velasco

Lady Aurora


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su madre como su padre habrían apoyado su decisión de no casarse a la primera de cambio, con el primer candidato señalado por su tía Frances, con la que, por cierto, ellos nunca habían congeniado, y sabía que habrían estado de acuerdo con su decisión de viajar a Escocia inmediatamente para librarse de las presiones y para pasar una temporada con la familia Abercrombie, la familia de su madre, que no eran ni tan aristocráticos, ni tan ricos como los FitzRoy, pero que al menos no la obligarían a nada, ni la acusarían de estar seduciendo a sus primos, ni le sacarían en cara a diario todo lo que estaban haciendo por ella.

      –Vaya, palomita, qué guapa –su primo Alister se agarró a la puerta del carruaje en marcha y se asomó para mirarla de arriba abajo–. Te estaba esperando en el salón y si alguien no me avisa de que te habías apuntado a la idiotez de ese mago, aún seguiría aguardando junto a la chimenea.

      –Déjala en paz, Alister –ladró Rose y él la hizo callar.

      –¡No te metas, estúpida mocosa de…!

      –Ya está bien, no le hables así.

      –¡Deténgase, Chester, que voy a entrar! –ordenó Alister al cochero. Esperó a que se detuviera, abrió la portezuela y se desplomó frente a ellas–. Mejor nos vamos de vuelta a casa.

      –No, por favor, queremos ver a monsieur… –balbuceó Rose y Aurora la agarró de la mano.

      –¿Monsieur? ¿Un puñetero franchute? De eso nada, nos volvemos a casa ahora mismo.

      –No es francés, es rumano.

      –Peor me lo pones. ¡Chester! –gritó, pero Aurora se inclinó y le rozó la muñeca, él la miró y le sonrió con los ojos brillantes.

      –Solo queremos ver un truco de magia, Alister, luego nos volvemos a casa. Por favor, ¿eh?

      –Tus deseos son órdenes, palomita.

      Él le guiñó un ojo y Aurora tragó saliva mirando por la ventanilla.

      La pura verdad, no podía negarlo, era que sus dos primos, Henry y Alister, apenas la dejaban en paz. Ambos se disputaban su atención y desde que habían dejado Eton para iniciar estudios superiores en Oxford y Cambridge respectivamente, se creían los dueños del mundo, unos hombres hechos y derechos, y más de una vez se habían llevado un buen bofetón por sus insinuaciones o por sus actos, porque Henry había intentado incluso besarla.

      No eran más que un par de críos de veinte años envalentonados y acostumbrados a hacer lo que les viniera en gana, no eran peligrosos y sabía manejarlos pero tenía que reconocer que cada día se le hacía más difícil lidiar con ellos, sobre todo en vacaciones, y sería otro alivio poner tierra de por medio y perderlos de vista para su tranquilidad, y especialmente para la tranquilidad de su insoportable madre, que tenía una mente sucia y perversa. Una capaz de imaginar coqueteos y seducciones donde solo había juegos y chanzas adolescentes.

      –Lady FitzRoy, llevo horas esperando –Charles Villiers le abrió la portezuela y la ayudó a bajar del carruaje ignorando a Rose, que saltó al césped mirando con la boca abierta las gigantescas piedras de Stonehenge–. Ni siquiera has cenado conmigo, qué descortés.

      –El que faltaba –bufó Alister dándole con el hombro al pasar por su lado, Charles sonrió y lo ignoró sin perder de vista a Aurora.

      –He tenido una charla bastante poco amistosa con mi tía, ya te contaré. ¿Tenemos un buen sitio para ver el espectáculo?

      –¿Poco amistosa?, ¿qué ha ocurrido? –le ofreció el brazo y caminaron juntos hacia el círculo de piedras donde monsieur Petrescu, rodeado de antorchas encendidas, estaba ultimando los detalles de su misterioso truco de magia.

      –Quiere que elija hoy mismo a mi futuro marido, tiene dos candidatos óptimos y…

      –¡¿Qué?! –Charles se detuvo y le clavó los ojos azules–. Yo aún no he hecho mi propuesta formal.

      –Charly…

      –No puede ser, ¿te habrás negado?

      –Sí, pero se ha enfadado muchísimo y el resultado es que me voy a Escocia con mi familia materna, no quiere… –obvió los detalles de la discusión y Charles Villiers se sacó el sombrero y se atusó el pelo–. Es mejor así, sabes que nunca me ha tolerado demasiado, pero últimamente todo va a peor y…

      –Muy bien, es perfecto. Tú te vas a Escocia, yo convenzo a mi padre para que ultime de una vez por todas los detalles del compromiso matrimonial, hago mi propuesta y nos casamos el día de tu cumpleaños.

      –Charles…

      –De aquí a octubre lo tendremos todo resuelto, no te preocupes, Dawn. ¿La petición de mano tendré que hacerla ahora a tu tío Gerard Abercrombie o seguirá siendo lord FitzRoy tu tutor legal?

      –Supongo que mi tío Hugh seguirá siendo mi tutor legal, pero… –miró hacia el círculo de piedra y vio que todo estaba a punto de empezar–. Acerquémonos a ver esto, ¿quieres? No me apetece seguir hablando de este tema.

      –De acuerdo, pero dime una cosa –buscó sus ojos y ella asintió–. ¿Te casarás conmigo?

      –Charly, por Dios…

      –Aurora Alexandra Elizabeth Clara FitzRoy, ¿te casarás conmigo?

      –Vamos… –se agarró de su brazo y lo hizo caminar hasta las banquetas de madera instaladas por el personal de los duques para sus distinguidos invitados.

      –¡Hoy jugaremos con el tiempo, con el espacio, con la vieja magia, con la nueva ciencia, hoy, ladies and gentlemen, os enseñaré mi poder! –gritó monsieur Petrescu por encima de los murmullos y todo el mundo guardó silencio.

      Aurora buscó con los ojos a su prima Rose, que estaba sentada a la diestra de las hermanas Etherington, y le sonrió, desvió la vista y se encontró a su tío y a sus primos de pie, observando la escena con incredulidad y un poco de burla, movió la cabeza y se topó de pronto con la mirada iracunda de su tía Frances, que le hizo un gesto para que se apartara de Charles Villiers, pero ella la ignoró y prestó atención al mago.

      –Desde tiempos inmemoriales, desde los primeros hombres, este círculo ha estado cargado de magia, de poder, de alquimia, y hoy haremos desaparecer a mi ayudante delante de vuestros propios ojos…

      –Dawn –Charles le cogió la mano disimuladamente y se inclinó para hablarle al oído–. ¿Cuándo te marchas a Elderslie?

      –Mañana.

      –¿Tan pronto? ¿Por qué?

      –Si no quiero decidirme por un marido, tengo que irme en seguida. Es una buena opción.

      –La mejor opción es hablar con tu tío ahora mismo –hizo amago de ponerse de pie, pero Aurora lo detuvo y le señaló el escenario donde una de las ayudantes del mago acababa de entrar en una caja de madera que estaban sellando con un montón de cadenas y candados–. No puedo permitir…

      –Déjalo, ¿quieres? Cuando esté en Escocia…

      –Puedo viajar contigo mañana.

      –No, de eso nada.

      –No pienso dejarte sola, no pienso pasar el verano separado de ti, ya bastante he hecho recorriendo Italia durante dos meses. ¿Quieres matarme? Todos parecéis estar en mi contra.

      –Nadie está en tu contra, Charly, no seas niño.

      –¿Que no sea niño? –la miró furioso y ella bufó.

      –Deberías hablar con tu padre, Charles.

      –¿Qué?

      Oyó como la gente aplaudía muy asombrada al ver la caja, tras unos minutos de sortilegios y ceremonial, vacía, sin la ayudante por ninguna parte, y miró hacia allí intentando ignorar a su amigo, pero él insistió tanto que no le quedó más remedio