Jane Porter

El precio de una pasión peligrosa


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hay que mezclar los negocios con el placer…

      –Ya no estamos trabajando juntos –le recordó Brando antes de bajar la cabeza y acariciarle el cuello con los labios.

      Charlotte tembló, cerró los ojos y trató de ignorar sus pechos, sus hinchados pezones, el deseo que la consumía… Le resultaba cada vez más difícil mantener la mente despejada. Lo único que quería era sentir la boca de Brando en la suya, las caricias de sus manos en todo el cuerpo… Le quería encima, llenándola, quería el placer que sabía que él podía darle. El placer que ella anhelaba y buscaba en él, solo en él, en Brando Ricci, viticultor, empresario, multimillonario.

      Amante.

      No, todavía no era su amante.

      –No deberíamos estar así –susurró Charlotte con la respiración entrecortada.

      –No estamos haciendo nada malo. Solo estamos bailando –murmuró él.

      Charlotte alzó el rostro y lo miró a los ojos, unos ojos plateados que no tenían nada de fríos, unos ojos que eran ardientes. Llevaba meses reprimiendo su atracción por él, luchando contra su deseo, pero aquella noche estaba a punto de claudicar.

      –Es casi medianoche –dijo ella desviando la mirada hacia el enorme reloj que colgaba de una de las paredes del salón de fiestas del palacio.

      –Faltan diez minutos –observó Brando mirando el reloj.

      Charlotte paseó la vista por el escenario en el que se encontraba la orquesta y también por la pista de baile. El salón, del siglo xvii, estaba abarrotado de gente, gente famosa y adinerada de toda Europa. Esa gente se divertía, reía, bailaba, bebía y festejaba la ocasión. Y cuando el reloj diera las doce campanadas, el alboroto sería ensordecedor.

      A ella nunca le habían gustado los sitios concurridos y, por lo general, no iba a fiestas. Pero al recibir la invitación de la familia Ricci, no había podido rechazarla. No había podido decir que no.

      –¿En qué estás pensando, cara?

      El termino cariñoso la hizo temblar. Había ido a esa fiesta por él. Solo por él. Y, sin embargo, no se atrevía del todo a romper una de sus reglas. Sus estúpidas reglas.

      –No mezclo…

      –Los negocios con el placer, sí, ya lo sé –interpuso Brando–. Pero esta noche no es una noche de negocios. Hemos concluido con los negocios, hemos dado por zanjados los asuntos de la familia, ya no tenemos por qué hacer lo que nos digan los demás.

      Brando le acarició los labios con los suyos, un leve beso que prometía infinitas y deliciosas posibilidades…

      Charlotte siempre había llevado una vida solitaria, controlada y contenida. Pero esa noche se sentía como si, quizás, perteneciera a otro lugar, a otra persona. Aunque solo fuera por una noche.

      –Solo esta noche –declaró Charlotte con voz ronca–. Debes aceptar que se trata solo de una noche, nada más. Prométemelo, Brando.

      Brando volvió a deslizar los labios por los suyos.

      –De acuerdo. Será nuestra noche. Esta noche es nuestra noche.

      –Y mañana….

      –No pensemos en eso. Mañana aún no existe.

      Capítulo 1

      CHARLOTTE Parks se recogió el pelo detrás de la oreja, se alisó la solapa del abrigo de moda y llamó al timbre del elegante edificio del siglo xvii en el corazón de Florencia, a escasos metros del puente Vecchio. Aunque originalmente el edificio era un palacio, había sido dividido en varias viviendas posteriormente, una de ellas era la de Brando Ricci.

      Había ido allí en dos ocasiones anteriormente: el octubre anterior, por cuestión de trabajo, y la Nochevieja. Era una casa grande de tres pisos y por eso esperó con calma a que alguien le abriera la puerta.

      Charlotte sabía controlar los nervios. Como el miembro más joven de una familia inglesa extensa y bastante famosa, se había acostumbrado a desenvolverse en situaciones estresantes y de mucha tensión, debido a la tendencia de sus aristocráticos y ricos padres a casarse y divorciarse, regalándole así una docena de hermanos, medio hermanos y hermanastros. Había nacido en Inglaterra, después había ido a Los Ángeles con su madre, cuando esta se casó con el director de cine Heath Hughes, y allí había pasado diez años; después, regresó a Europa, a los quince años, para acabar los estudios preuniversitarios en Suiza.

      Sus hermanos y hermanastros eran también gente famosa: modelos, actrices, corredores de coches y envidiados miembros de la alta sociedad inglesa. Las dos familias, Parks y Hughes, incluso habían tenido un programa de televisión durante un tiempo, antes de que ciertos miembros de la familia se quejaran de que aquello era demasiado vulgar, demasiado grosero, demasiado americano. No ayudaba mucho que ahora la mitad de la familia era americana, con muchos planes y muy ambiciosa. Charlotte, que había pasado diez años con su madre en América, ahora vivía allí también sola en su bonita casa en Hollywood Hills, y tenía su pequeña y exitosa empresa de relaciones públicas.

      Su capacidad para resolver problemas era lo que la había llevado a Florencia. Había conocido a Brando Ricci nueve meses atrás, cuando él la contrató para resolver una situación muy complicada en la que se veía involucrada la legendaria familia Ricci, una de las familias de mayor reconocimiento en toda Italia, famosa por sus vinos, sus artículos de cuero y modernos diseños de moda.

      El negocio familiar de los Ricci databa de principios de siglo, cuando sacaron al mercado un magnífico Chianti. Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a fabricar artículos de cuero de lujo. Los tres hermanos Ricci, nietos del fundador de la empresa, habían seguido manteniendo y ampliando el negocio; no obstante, la situación se había complicado desde hacía un tiempo, porque cada uno de los tres hermanos tenía dos o tres hijos, ya en edad de trabajar en la empresa. Una cosa era dirigir un negocio entre tres y otra muy distinta era una corporación con ocho dirigentes.

      Charlotte había intervenido el agosto pasado para contrarrestar una publicidad negativa que las luchas internas en el seno de la familia habían provocado y había tenido éxito, a pesar de que la familia seguía dividida y los problemas de sucesión no habían sido resueltos. No obstante, ella ya había cumplido con su trabajo, la prensa había dejado de hablar de los Ricci y a ella le habían pagado bien por sus servicios. Asunto concluido.

      Pero no, no era así.

      Charlotte, que casi nunca se equivocaba, había cometido un error descomunal la Nochevieja pasada. No debería haber pasado la noche con Brando Ricci. Sí, había sido una noche extraordinaria, pero había bajado la guardia con catastróficas consecuencias.

      Y ahí estaba, temiendo el momento de enfrentarse a él cara a cara. Brando era inteligente, poderoso, interesante e ingenioso. La había hecho sentir cosas que no había sentido nunca mientras se deslizaban por la pista de baile. Después, en la casa de él, Brando la había llevado en brazos a su dormitorio y el sexo entre ambos había sido lo más extraordinario que había sentido en su vida. Al día siguiente, había regresado a su casa como si hubiera estado flotando, completamente anonadada.

      Por suerte, vivían muy lejos el uno del otro, a nueve mil novecientos cincuenta y ocho kilómetros de distancia, para ser precisos. Tras su regreso, había decidido no pensar en el pasado, sino en el futuro, y olvidarse del hombre que sabía cómo hacer que una mujer se sintiera la mujer más maravillosa del mundo.

      Pero era imposible ocultar las repercusiones de su unión. A pesar de que ella había estado tomando la píldora y de que Brando había utilizado un preservativo…

      La puerta se abrió de repente y Charlotte se encontró delante de una joven alta, delgada con el cabello negro revuelto, labios rojos y obviamente desnuda bajo la bata de seda blanca.

      Charlotte reconoció inmediatamente a la modelo. Era una belleza argentina que aparecía en todas las revistas dedicadas a la moda.

      –¿Si?