Roy Hora

La moneda en el aire


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sesenta como un período de expansión económica y cambio productivo. Pese a que había sólidas evidencias que apuntaban en esa dirección, el argumento de que tras el derrocamiento de Perón había habido progreso social y mejora del nivel de vida estaba poco presente en la discusión. Palabras como “dependencia” e “imperialismo” tenían mucho peso. Al mismo tiempo, muchas veces los relatos sobre la política del período estaban más atentos a las batallas de retaguardia que libraba el movimiento obrero en defensa de sus conquistas de la era peronista que a los elementos que hablaban de la creciente centralidad de las clases medias o la movilidad social, fenómenos que se reflejaban, por ejemplo, en la expansión de la matrícula universitaria y el peso creciente de las demandas estudiantiles. En el clima muy ideologizado de los tempranos setenta estos aspectos más benignos no siempre se percibían en toda su significación. Visiones como las que informan La hora de los hornos de Pino Solanas, de 1968, o Los traidores de Raymundo Gleyzer, de 1973, tenían un influjo muy considerable sobre los sectores politizados de la opinión pública. El mundo más apacible de Mafalda y Eudeba, e incluso del Centro Editor de América Latina, estaba menos presente en ese cuadro.

      PG: En ese ambiente, nuestro trabajo con Juan José no fue bien recibido, por decirlo delicadamente. Después, con los años, se convirtió en un artículo de alguna relevancia. Las dos cosas son sorprendentes: la reacción tan hostil, que yo no esperaba, y el hecho de que más tarde, con la revalorización de los sesenta, también llegase la revalorización de ese artículo.

       RH: El argumento que allí presentaban estaba más en sintonía con tu experiencia de lo que habían sido esos años que con la visión que enfatizaba la primacía del imperialismo y la dependencia, o la revancha de las clases propietarias.

      PG: Exactamente. Yo estaba revalorizando mi juventud sesentista, la vitalidad de ese ambiente, pero ahora desde una posición más académica.

       RH: De todos modos, para entonces vos no te sentías del todo extraño al mundo peronista: Di Tella, Braun, Llach, todos pertenecían a esa gran familia. Además, en la estela del Cordobazo, en esos primeros años setenta, para los jóvenes politizados y con una sensibilidad política de izquierda, el atractivo del peronismo radicalizado, por ejemplo de Montoneros, era cada vez más considerable.

      PG: Desde el momento en que Montoneros empezó a crecer, nadie fue indiferente a su influjo. De todos modos, sí fui inmune a una cosa: la lucha armada. Nunca me acerqué a la violencia revolucionaria. Tanto es así que la principal experiencia de la que participé en esos años, junto con Oscar Braun, fue la del Peronismo de Base. Ese fue el momento de mi vínculo más estrecho con el peronismo, y aun entonces estaba en contra de la lucha armada. El Peronismo de Base se parecía al populismo ruso: apreciaba mucho la natural sabiduría del pueblo. En el fondo, era una propuesta que negaba el núcleo del peronismo, porque por definición no se puede ser peronista y “basista” al mismo tiempo, algo que señaló atinadamente Pancho Aricó en un reportaje filmado que le hizo Carlos Altamirano. El principal referente político del Peronismo de Base era Envar El Kadri; también estaba Carlos Caride. Esa gente luego se volvió muy violenta, pero en ese primer momento todavía no lo era.

       RH: Fue una experiencia que, como tantas otras en esos años, parecía no tener otro destino que ser engullida por Montoneros, cuyos animadores eran muy conscientes del poder seductor de la lucha armada. Esta forma de hacer política comenzó a ser vista como legítima por sectores cada vez más amplios de la izquierda peronista.

      PG: Ilusos, nosotros por un momento creímos que podíamos ganar la batalla. Fue casi el mismo momento en que el grupo de Pasado y Presente, con Juan Carlos Portantiero pero con el rechazo de Juan Carlos Torre, se acercó a Montoneros. Eso fue una señal: para Pancho Aricó, políticamente hablando, solo existía Montoneros. Allí estaba la posibilidad de cambio. Después podés decir: “Qué horror, se contaminaron con los Montoneros” –yo no decía eso–, pero en todo caso Pancho tenía razón. Montoneros era un hecho político y el Peronismo de Base no lo era.

       RH: De todos modos, y al igual que otras experiencias políticas anteriores, el Peronismo de Base no tuvo tanta intensidad en tu vida.

      PG: Ninguna de esas experiencias se compara con lo que más tarde me produjo Alfonsín en el contexto de la democracia. Sin embargo, las circunstancias y la amistad me acercaron efímeramente –y peligrosamente– a Montoneros, ya en su momento agónico, en 1974. Fue muy peculiar, y ciertamente con un toque de demencia, sobre todo si se tiene en cuenta que yo no tenía nada que ver con ellos.

       RH: Hablemos de ese episodio, en una época en la que algo parecido a la demencia parecía estar a la orden del día.

      PG: A comienzos de mayo de 1974 recibí un llamado de Roberto Quieto, a quien, como dije, había tratado, varios años antes, en el Sindicato de Prensa. Quieto había pertenecido a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que para entonces se habían fusionado con Montoneros. Cuando me contactó, Roberto pertenecía a la cúpula de la organización. Pienso que yo era el único economista que conocía –tal vez porque era un economista periodista–, y por eso me buscó. Además, estaba ligado a Pancho Aricó y al Negro Portantiero, entonces próximos a Montoneros, y eso seguramente también ayudó a que pensara en mí para la tarea que voy a describir. Esto que estoy contando debe haber sucedido el 4 o el 5 de mayo de 1974, muy pocos días después de que, en un muy recordado discurso del Día del Trabajador, Perón expulsara a Montoneros de la Plaza de Mayo y, con ello, del movimiento. Nos encontramos y Quieto me dijo: “A nosotros esto no nos gusta, queremos dar marcha atrás, queremos reconciliarnos con Perón”. Para eso, Quieto quería entregarle a Perón –estoy casi seguro de que a través de José Ber Gelbard– un programa económico moderado. Es probable que hubiese otras operaciones simultáneas en la misma dirección, pero para ellos el acercamiento también debía tener una pata económica.

       RH: Una prenda de paz de Montoneros a Perón, un capítulo de una negociación más amplia destinada a solicitar la readmisión de los “imberbes” en el club peronista.

      PG: Nunca creí que esa propuesta pudiese llegar a buen puerto. Pero a Roberto no podía decirle que no. Le tenía afecto. Y me pasé del 5 o 6 de mayo al 1º de julio trabajando como el economista moderado de Montoneros, en las sombras, junto con otra persona a quien ahora prefiero no nombrar porque no sé si tiene ganas de recordar ese episodio. Fuimos delineando un plan económico. Yo escribía, entregaba el material, al poco tiempo me llevaban a algún lugar desconocido (me subían a un auto y me decían “no podés mirar dónde vamos”), y allí discutíamos con Mario Firmenich y con otra gente que yo no conocía. También, claro, con Roberto, aunque curiosamente él, que me había pedido el trabajo, no era el que más participaba en esas discusiones, seguramente porque había otra gente con más vocación por el saber económico. Firmenich era sólido, y hacía buenas preguntas.

       RH: Alguna sensibilidad debía tener pues, una vez que su vida política terminó, y luego de que saliera de la cárcel indultado por Menem, cursó la carrera de Economía. Un colega nuestro que lo tuvo como alumno lo recuerda como un estudiante al que le gustaba hacerse notar.

      RG: Alcanzamos un importante grado de avance en nuestro plan económico. Alguna vez fui a Noticias, el diario de Montoneros, a entregar material y allí me decían: “¿Por qué no te escribís un par de artículos?”. Lo hice. Los vi hace un tiempo y me parecieron horrorosos; no puedo creer lo que escribí. Allí argumentaba –al igual que Quieto en alguna pieza editorial del diario– en favor de un “frente nacional”, en el sentido de Frente Nacional Popular Burgués, etapa democrática de la revolución, o como quieras llamarlo. Gelbard entendía el lenguaje, y Roberto también, porque ambos habían estado en el Partido Comunista.

       RH: Describí los grandes lineamientos del programa. ¿De dónde venían los estímulos para pensar los problemas económicos en ese momento? ¿Cuál era la arquitectura conceptual del proyecto de alianza de clases al servicio del desarrollo nacional?

      PG: El programa estaba encuadrado en mi pobre marxismo, inspirado