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AMADAS
© Patricia Adrianzén de Vergara.
© Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L
Primera Edición Digital
Perú-Setiembre 2021
Obra inscrita en la oficina de Derechos de Autor de INDECOPI. Partida Registral № 00991-2009
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú № 2021-10301
ISBN: 978-9972-849-44-2
Libro electrónico disponible en: Amazon y otras plataformas
Cuidado de Edición: Patricia Adrianzén de Vergara
Diseño de carátula: Erika Arenas Adrianzén
Diagramación: Eduardo Arenas Silvera
Las referencias bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia versión de Reina-Valera, revisión 1960
Derechos reservados: Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin autorización de la Editorial
Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L
Correo electrónico: [email protected] Web: edicionesverbovivo.com Dirección: Avda. Brasil 1864. Pueblo Libre. Lima-Perú
Teléfono: 0051 +997564865
Para Teresa, Cecilia y Gabriela
Mis amadas por siempre
INTRODUCCIÓN
En el tiempo de los jueces…
“En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”. (Jueces 17:6; Jueces 21:25).
La mujer se levantó temprano como de costumbre. Con preocupación notó que el aceite y la harina se estaban por terminar. Amasaría aquella mañana los últimos residuos para su familia, con una inquietud en su corazón. Jehová les había prometido una tierra muy próspera: “que fluye leche y miel” [1], sin embargo, estaban en tiempos de escasez. Su esposo se dio la vuelta en la cama, pronto se levantaría y saldría a buscar el sustento diario, aunque la tarde anterior había sucedido algo terrible. Se escuchaban nuevamente rumores que serían atacados por sus enemigos, cuando eso sucedía había tal conmoción y confusión en las calles que su esposo regresaba con las manos vacías.
Miró a su hijo dormido. Era un adolescente, pronto estaría en edad de ir a la guerra y temía tanto por él. No quería perder un hijo más. El mayor se había casado con una mujer filistea en contra de la voluntad de sus padres y vivía en los alrededores. Ellos casi no lo veían, pero le habían contado que lo vieron ofreciendo sacrificios al lado de su mujer en una ceremonia al dios Dagón. Ese día se destrozó su corazón de madre. No entendía cómo su hijo había olvidado tan rápido todos los principios y las leyes que como padres trataron de imprimir en su corazón, cómo había olvidado las hazañas y maravillas que le habían contado del Dios de Israel. Pero parecía que todos habían borrado de sus memorias las bondades de su Dios y lo culpaban por la condición de inestabilidad, violencia e inmoralidad en que vivían ahora.
Sin embargo, ella no lo había olvidado. Todavía no había nacido cuando murió Josué, el líder espiritual. Pero sus padres no se cansaron de contarle las historias sorprendentes: el paso en seco del pueblo y el arca a través del cauce del río Jordán, la caída de los muros de Jericó, la toma de ciudades como Hai, Hebrón, Debir y otras y las derrotas de los amorreos, los filisteos y los otros pueblos cananeos hasta que tomaron posesión de la tierra prometida. Dios había cumplido su promesa, los había protegido y cuidado, y mientras cumplieron sus leyes y estatutos les había dado la victoria sobre sus enemigos.
Sin embargo, ahora vivían tiempos difíciles. Sin líderes espirituales parecía que el pueblo había perdido la brújula y navegaban en un mar abierto a la deriva. Cada uno hacía lo que bien le parecía.
Su pueblo se asemejaba cada vez más a los pueblos paganos de alrededor pues silenciosamente iban adquiriendo sus costumbres y estilo de vida. Era paradójico, luchaban contra ellos, pero a la vez se parecían a ellos.
¡Cuánto anhelaba la paz y la protección de Jehová! Aquellos tiempos parecían tan lejanos y ella estaba tan llena de temores. Sentía que no podía proteger a su familia y si volvían a invadirlos tal vez ni siquiera podría alimentarlos. ¿Volvería a pasar hambre como recordaba sucedió durante su adolescencia? La guerra siempre a las puertas. El caos y la confusión hasta que Jehová enviaba liberación por medio de uno de sus jueces. Y así obtenían la paz, pero luego el pueblo volvía a apartarse de Dios y otra vez los invasores desparramaban el terror a las calles. Ella era una simple mujer, ¿qué podía hacer? Nadie escucharía su voz. Aunque parecía haber descubierto la clave de la desgracia de su pueblo. “Volver a Jehová, volver a Jehová, volver a confiar en él, arrepentirse de corazón y buscarlo”. Ella lo amaba. Jamás dejó de amarlo, desde aquella vez cuando muy pequeña su padre la llevó al lado del río y le mostró las doce piedras que Josué mandó levantar, una por cada tribu, para conmemorar el cruce del Jordán hacia la tierra prometida. Dios no quería que su pueblo jamás olvidara que él dividió las aguas del Jordán y los hizo pasar en seco. ¡Cuán especial se sintió entonces! Aunque era una niña se sintió amada por un Dios poderoso.
Ahora en medio de la turbación de su espíritu, necesitaba sentirse amada otra vez. Necesitaba volver a confiar, necesitaba que Dios le susurrara al oído que a pesar de todo seguiría cuidando de ella y de su familia. Necesitaba sentirse protegida en medio de la violencia, segura en la incertidumbre, consolada en la turbación. Necesitaba más que nunca creer que había un Dios que la amaba.
* * *
Notas
[1] Esta promesa de Dios se encuentra registrada en Éxodo 3:17 y Deuteronomio 6:3.
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