a poco perdí las ganas de ir al colegio, no me interesaba nada, lo odié desde el primer día y dada la situación no pensaba volver, hasta que un día recibí la llamaba de Alba Liliana llorando.
En la llamada, me estaba informando que su hermana Yeimy había tenido un accidente en Sameco y se había quemado, me pidió que me fuera para su casa porque no había quién se hiciera cargo del negocio. Arreglé mis cosas y le pedí a Ramiro que me prestara dinero para el transporte, pero él no tenía.
Le pedí a mi vecina Martha que me prestara el dinero, pero esta me dijo que me fuera con su pareja en su coche, que él me dejaría en la entrada de Cali y así poder llegar más temprano, su pareja era un hombre moreno alto y especialmente simpático. En el camino íbamos hablando y cada vez que hablaba él, pudo sentir que mi mirada indicaba que él me gustaba y poco a poco fue tomando un papel más descarado.
No había tomado el camino que todos cogen para ir a Cali, en cambio tomó uno más oscuro y solitario. Mientras hablábamos, tocó el tema de si tenía novia, pero yo le dije que me gustaban los hombres, pero que nadie lo sabía, fue tanto su interés, que me hacía más preguntas, como: ¿Qué veía en los hombres, que no veía en una mujer? Y le dije: “La polla”, pero su morbo iba más allá, me dijo que, si me gustaban las pollas grandes o pequeñas, pero yo jugué haciéndole un reto y le dije que depende, que tenía que verla primero.
Nada más decirle esto, él frenó en un sitio del camino y sacó la polla, que ya estaba dura y me dijo: “¿Te gustan así?”, al verla no tuve ninguna negativa y se la mamé dentro del coche hasta que me folló la boca y me la llenó de leche, después de esto, él me pidió discreción y hubo un silencio hasta que me dejó en la parada del bus en Cali.
Al llegar a allí, se me había olvidado pedirle prestado para el bus. Como ya era muy tarde solo quedaba que pasara el último bus del día. Cuando por fin llegó, antes de subir le pregunté si podía llevarme, pero este ya iba vacío, solo llevaba su copiloto que era el encargado de recibir el dinero, recuerdo que el chófer era un hombre alto de unos cuarenta y siete años y su ayudante era un chico rubio de casi unos veinte años. Al ver la historia que les conté, los dos me aceptaron y subí, pero estos me dijeron que me sentara a su lado.
La escena me dio cierto morbo, aparte que ya venía caliente de haberle mamado la polla a mi vecino, pero estaba dispuesto a realizar otra fantasía, si esta se presentaba.
Los dos mostraron mucho interés en mí, empezaron a hacerme preguntas, entre ellas mi edad y como siempre mentía, decía que era mayor de lo que era, ellos dos me dijeron que eran pareja y que los dos también vivían en Remansos de Comfandi.
También les dije que era gay, que no tenía pareja, pero que sería rico tenerla. Los dos empezaron a besarse y al llegar al barrio nos fuimos por los lados del Jarillons y allí me dijeron que los dos querían hacerme una mamada.
Acepté pues ya tenía mi polla muy dura. Al sacarla pudieron observar que estaba muy húmedo y me tocó confesarles que ya había mamado una polla para llegar a Cali, los dos me la mamaron, pero yo también quería mamar, así que los dos se las sacaron y entre todos nos las mamamos hasta corrernos. Sin querer había hecho nuevos amigos. Me dijeron que cada vez que quisiera me podría venir a su casa.
Al llegar a casa de Don Hernando, me tuve que encargar de preparar el café y alistar* todo para que a las 12:30 de la tarde pudieran salir todos a trabajar, pues Doña Rosalba estaba en la clínica con su hija Yeimy y Alba no sabía preparar nada. Así estuvimos varios días, hasta que se fueron calmando las cosas y de nuevo me quedé viviendo en casa de Don Hernando y trabajando también.
Allí empecé de nuevo frecuentar a mis antiguos conocidos, pero esta vez solo con los de la cuadra de la casa de Don Hernando, Antony, Felipe, Wilmer, Jonathan y Cristian, estos eran mayores y sabían perfectamente que me gustaban los hombres. A mi regreso había vuelto más descarado y sobre todo mis gestos me delataban. Aunque no admitía que me gustaban, incluso a mi amigo Diego, cada vez que le veía le llamaba “Bebé”, por lo guapo que era.
Pero a este, solo le gustaba ponerse cachondo poniéndome cachondo a mí, en muchas ocasiones, mientras jugábamos, me mostraba la polla dura para que pudiese ver lo gorda que la tenía, pero nunca se atrevió a más.
Me tenía que hacer cargo del cuidado de Sebastián, mantener la casa limpia y preparar la comida y en las tardes, tenía que ir al hospital donde habían trasladado a Yeimy, porque en la clínica no había unidad de quemados, pero en el hospital público sí.
Muchas mañanas, antes de que llegase Don Hernando, me pasaba por la casa de Wilmer, que vivía a cinco casas más abajo de la casa de Don Hernando, él y yo habíamos hecho muy buena amistad, yo era muy morboso en muchas ocasiones, me iba a su casa, fumábamos y por ahí derecho nos masturbábamos y especialmente yo le hacía sexo oral.
Aunque debía ir todas las tardes al hospital a cuidar a Yeimy, me mezclé directamente con los enfermeros de la unidad de quemados, allí ellos me reclutaron y me pagaban mensualmente 300.000 pesos para que aparte de cuidar a Yeimy, me encargara de jugar con los otros niños que allí había, notaron que mi presencia les hacía moverse más y jugar, pero al salir todas las noches del hospital pasaba por un puente oscuro, siempre me encontraba un enfermero que también trabajaba allí, nos poníamos a fumar y nos sentábamos a hablar de diferentes cosas.
Su nombre era Alejandro era un chico bajo, muy guapo, pero yo no quería faltarle al respeto y le trataba muy serio, pero en una ocasión cuando ya teníamos confianza, él me confesó que era gay, que yo le gustaba y no más decirme esto, me besó y mandó su mano a mi polla, pudo ver que la tenía dura. Allí mismo en el puente, me bajó los pantalones y me hizo una buena mamada, así varias veces, hasta que un día me pidió que le follara y yo lo hice encantado, pero después de eso nunca más le volví a ver.
Drogas, Sexo y Fiestas
Dada la situación de Yeimy y que estaba mejorando, la trajeron a casa de sus padres, así que dejé el trabajo como voluntario en la unidad de quemados, para volver a trabajar en Sameco. Cuando volví, me encontré con Michín y el Rolo, pero esta vez venían con otro amigo que le llamaban “El Tieso”.
Solo con verle, sentí como si ya le conociera, de inmediato existió entre los dos una complicidad de miradas, pero en ningún momento cruzamos palabras, pues el Rolo y Michín, no dejaban de joderme, diciéndome que lo tratara bien, pues él era el bebé del parche*.
Ni el Rolo, ni Michín, nunca habían salido del coche, pero él esa noche salió y se sentó en la banca de madera que había al lado de donde yo cocinaba.
Cuando le vi bajar pude ver que era un chico alto, rapado, sus ojos color miel que resaltaban en la oscuridad, pensé que eran lentillas, pude ver que su cuerpo era perfecto, su ropa le quedaba ajustada, su piel era blanca y delicada, tendría veintitantos años. Yo estuve todo el tiempo tímido, su presencia era muy imponente.
Todo el tiempo miraba como trabajaba y me hacía muchas preguntas respecto a mi trabajo, pero en un momento dado, Don Hernando me regañó, porque le estaba prestando mucha atención a ese cliente, él se disculpó y dijo que no quería causarme problemas con mi jefe, se levantó, me pidió la cuenta que eran casi 12.000 pesos y me dejó una propina de 100.000 pesos y en unos de los billetes me dejaba su número de teléfono, con una nota diciéndome: “Llámame, eres un chico muy interesante y me gustaría conocerte”.
Rolo y Michín estaban analizándonos desde dentro del coche y cuando el Tieso subió, me llamaron y me dijeron: “Que, de ahora en adelante, no les tenía que cobrar ni la hojaldra, ni el café, porque me habían presentado a mi marido.” Yo me puse a reír y les dije: “Tan huevones mis amores”, se marcharon riéndose y jodiendo al Tieso.
Sin duda haber conocido al amigo del Rolo y Michín, me había dejado muy intrigado, pues nunca pensé haber llamado la atención de un hombre de esas características y más que me hubiese dejado su número. Pero aparte de haberle conocido también me había dejado problemas, pues Omar y José, que eran los otros trabajadores de Don Hernando, querían que compartiera