José Cristo Rey García Paredes

El «encanto» de la vida consagrada


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      Paredes, José Cristo Rey García

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      El encanto de la vida consagrada

      Una alianza y tres consejos

      José Cristo Rey Garcia Paredes

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      Nota del editor:

      Algunos caracteres griegos no aparecen en el libro digital, debido a la incompatibilidad en los formatos electrónicos. El eBook mantiene el sentido de la obre y respeta la edición de tal modo que el lector apreciará bien el contenido de la obra.

      Muchas de ellas y algunos de ellos llevan anilllo. No es un mero adorno. Es un anillo-alianza. Recibieron ese anillo en una solemne celebración religiosa. Lo extraño es que no viven en pareja, como tantos otros y otras para quienes el anillo sí que revela que tienen un compromiso matrimonial. En cambio, el anillo de esas personas que no viven en pareja, manifiesta que la suya es otra alianza: se trata de una alianza para siempre con el mismo Dios. Es cierto que no todas estas personas expresan su alianza con Dios a través de un anillo visible; pero sí a través de otro misterioso anillo; a ese se refiere el subtítulo de este libro: Una alianza y tres consejos.

      Esta forma de vivir y comprometerse no es obvia; más bien es extraña. Suscita preguntas llenas de interés en la medida en que se van encadenando unas a otras, interrogantes que apuntan hacia asuntos que interesan a todo el mundo, como el sentido del dinero, del poder, del sexo, de la vida, del misterio de Dios. Esta forma de vida cristiana se denomina en el Derecho canónico de la Iglesia «vida consagrada».

      ¿Cuáles son los motivos por los cuales mujeres y hombres de las más diferentes culturas y pueblos, nuestros contemporáneos del siglo XXI, asumen los compromisos de la vida consagrada cristiana? «¡Dad razón de vuestra esperanza a quien os lo pida!» (1Pe 3,15), decía la primera Carta de san Pedro a los primeros cristianos. También hoy sigue resonando ese imperativo. De modo especial, en este año, dedicado a ella, la vida consagrada tiene que dar razón de su esperanza: está en juego la misión y la vida de millones de personas consagradas que han ido tejiendo una gran historia desde los primeros siglos hasta hoy. Pero no olvidemos lo que la cita de 1Pe dice a continuación: «¡hacedlo con dulzura y respeto, como quien tiene limpia la conciencia!» (1Pe 3,16).

      Con todo, aquel «dad razón con dulzura y respeto» de la vida consagrada no es hoy tarea fácil. Hemos pasado varios siglos de racionalismo, de secularización. El cambio de paradigma nos ha descolocado a todos. Hemos ido pasando por diversas fases de profundos cambios. Estamos en el tiempo de la posmodernidad, de lo «pos-religioso» o «pos-cristiano», de los «nuevos ateísmos» y probablemente de las «nuevas idolatrías». No debemos dar razón de nuestra esperanza con argumentos del ayer, con los tópicos ya conocidos, con ideas que día a día se vuelven obsoletas. Es necesaria una justificación nueva de nuestra esperanza. «Hacedlo con dulzura y respeto», nos indica que no tenemos tanto las respuestas como las preguntas. Adolphe Gesché dice que el teólogo, más que un buscador o un instigador es un interrogador, «está ahí para interrogar y depositar en él las preguntas de los hombres»[1].

      Ya en el pasado fueron contestadas la vida monástica y la vida religiosa. Algunos dudaron de su inspiración evangélica, de su razón de ser, de su estructuración. Santo Tomás de Aquino tuvo que defenderla en su tiempo[2]. Martin Lutero puso en cuestión su fundamentación bíblica en su famosa obra sobre los votos monásticos: en ella intentó probar, con argumentos de la Escritura y de la razón, que esta forma de vida y sus votos –tal como estaba estructurada en su tiempo– no tenía base evangélica, ni razón humana de ser[3].

      Hoy también debemos dar razón de nuestra esperanza ante nuevas objeciones y preguntas. Pero sobre todo debemos mostrar el «encanto» de esta vida en alianza. No es encantador el aislamiento, la reclusión, la represión, lo aviejado y obsoleto; sí lo es aquello que tiene frescura, que renace y se regenera, que se interconecta, que crea comunidades, solidaridades, que sorprende y da futuro. Dar razón de nuestra esperanza es hacerlo en nombre de miles y miles de personas que ya, desde los primeros siglos de la historia de la Iglesia hasta hoy, han vivido una aventura que en no pocos casos ha concluido en los territorios insospechados de la mística; en nombre de quienes han entregando su vida a Dios y a su causa, se han religado a Él de por vida y desde Él han pasado su tiempo haciendo el bien a los necesitados, a los prójimos. Aunque no es «oro todo lo que reluce», aunque hay modos de vivir esta vocación que no tienen ningún encanto, sí es oro y encantador el fenómeno minoritario de la vida consagrada, cuando se vive con vigilancia, equilibrio, serenidad, fe, lucidez. Necesitamos hoy, de nuevo, en la segunda década del siglo XXI, «dar razón» de esta forma de vida cristiana, presentar con humildad todo su encanto y belleza.

      Parte 1 UNA ALIANZA

      1 Alianza con Dios en un nuevo contexto

      Esta será la señal de la alianza que establezco para futuras generaciones entre yo y vosotros y todo ser vivo que os acompaña. Pongo mi arco en las nubes, que servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble con nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y todo ser vivo (Gén 9,12-15).

      El arco iris es el «anillo de Dios» que evoca su alianza sin vuelta atrás con la humanidad y con nuestro planeta Tierra. Es la señal que le recuerda a Dios su alianza[4]. Otra cosa distinta es que la humanidad se acuerde de ella. En nuestro tiempo se habla del «eclipse de Dios»[5], de una época «pos-religiosa» o de «crisis de Dios»[6], de la difuminación u oscurecimiento del rostro de Dios tanto en la esfera personal como en la pública, de una larva de «ateísmo interior»[7]. Si Dios no se ha olvidado de su alianza, parece ser que gran parte de la humanidad se ha olvidado de ella o le presta muy poca atención. No obstante, encontramos en la época contemporánea religiones, grupos humanos, comunidades y personas que en formas diversas tratan de vivir «en alianza» con Dios y de hacer al resto de la humanidad consciente de ella. Esta es la razón fundamental de esa forma de vida que denominamos «vida religiosa» o «re-ligada», o «consagrada».

      I. El Dios de la «alianza»

      1. El Dios de los pactos

      En la Biblia la palabra «alianza» tiene una importancia suma; es la clave, la contraseña que todo lo explica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento[8]. «Alianza» es el término que explica el tipo de relación que Dios mantiene con su pueblo (Israel primero, la Iglesia después), con la humanidad, con nuestra tierra. «Alianza» es también el término que nos indica la actitud, la configuración de nuestra existencia, la que Dios espera de nosotros.

      La alianza nos habla de una doble incansable búsqueda:

      La Biblia habla no solo de una búsqueda de Dios por parte del hombre, sino también de la búsqueda del hombre por parte de Dios. «Me has cazado como a un león», exclamó Job… La fe brota del temor, de la consciencia de estar expuestos a su presencia [la divina], del anhelo de responder a la llamada de Dios, de saber que hemos sido interpelados.