José Kentenich

La corriente del Padre


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solo se las aborde brevemente son hoy de una importancia elemental ya por el solo hecho de que hoy existe un desgarro que afecta a todas las dimensiones: lo sobrenatural ya no existe más o casi y la naturaleza… ¿qué será de la naturaleza? ¿Habrá de ser quizá tocada todavía por la gracia? ¿Se ha de disponer para la gracia? Potentia oboedientialis13: ¿acaso se la ha de desarrollar para lo divino? Pienso que si ven estas cosas frente a ustedes tendrán por lo menos un concepto de lo que se está queriendo decir aquí con integración.

      Pero he dicho que la integración va también de arriba a abajo. Esto es del todo posible y es también muy frecuente. A propósito: ustedes pueden encontrarlo explicado con exactitud en las viejas jornadas, desde el comienzo. Instintivamente ha sido siempre un intervenir en los engranajes del tiempo venidero: siempre hemos vivido a partir de lo que se va suscitando y hemos intentado establecer y poner de manifiesto las grandes constantes con la mayor rapidez y profundidad posibles. Es así por ejemplo en el caso del cardenal Newman. Él es uno de esos tipos de personalidad en los que se daba con una fuerza extraordinaria el camino inverso. Él llegaba de forma relativamente rápida a Dios, pero no sin la criatura, lo cual sería un error. Y cuando era anciano llegó a la integración de la idea de Dios, de la idea del Padre y descendió tanto hasta la criatura, que como anciano podía hacer celebraciones piadosas y letanías a todos los santos. Por supuesto hoy dirá todo el mundo: «esas son cosas periféricas, cosas del pasado, todo eso no es piedad ninguna, hoy hay que eliminar todo eso». Con ello toco lo que más tarde quiero exponer por extenso: un punto extremadamente candente del pensamiento actual. Quizá lo diga en otro contexto. Resumo brevemente: cuando hablé del punto de vista desde el cual queremos ver ahora la integración, hice referencia a dos puntos: al pensar orgánico y después a la ley de contraposición.

      ¿Qué significa ley de contraposición? También aquí podríamos detenernos larga, muy largamente. Sí, ley de contraposición. ¡Cuán a menudo han oído ustedes desde que estoy de vuelta aquí la expresión utamur haereticis14! Una frase clásica de la pluma de san Agustín. No es que hayamos sido personas que estaban constantemente sentados tras los muros. No, no. Tal vez, como pocos, nos hemos orientado siempre por las contraposiciones en el mundo actual. Utamur haereticis. Lo que san Agustín dijo en aquel entonces sobre los herejes lo hemos retomado y aplicado a todo lo que hoy está fermentando en el mundo y se establece como contraposición frente a nosotros o frente a la Iglesia.

      Lo que Juan XXIII estableció una vez como ley fue para nosotros lo más evidente del mundo desde el comienzo. Ustedes lo saben porque ya hemos hecho referencia a eso con frecuencia. San Agustín piensa: por supuesto, Dios nos ha hablado a través de la Sagrada Escritura; pero quien quiera interpretar la Sagrada Escritura tiene que hacerse siempre dependiente del tiempo. Dios habla a través del tiempo. El tiempo interpreta las distintas verdades de la Sagrada Escritura. Y lo que hoy es nuevo, por lo menos en lo fundamental —y aunque ya se lo haya practicado aquí y allá— ha sido para nosotros nuestro alimento cotidiano desde el comienzo. Siempre hemos partido de la idea de que, si quiero comprender el lenguaje de Dios en el tiempo, tengo que ir al campo ajeno o sea, a los campos extra eclesiales pues estos llevan en sí de la forma más extrema, todo aquello que está fermentando en el tiempo. Aunque, desde luego, después hemos hecho siempre la distinción: a partir del espíritu negativo del tiempo tenemos que destilar, en cada caso, el espíritu positivo del tiempo.

      Así pues, comprenderán ustedes que la ley de contraposición se nos ha metido en la sangre. Si lo comprenden, si lo retienen, entonces no temblarán cuando desde todas direcciones lleguen a sus oídos errores, herejías, afirmaciones que les pongan sabe Dios en qué medida los pelos de punta —si es que aún tienen pelo—. Deberíamos alegrarnos de vivir en un tiempo semejante, en el que todo es un embrollo intelectual. Hemos de tener el coraje de intentar averiguar qué quiere decirnos Dios a través de todas estas corrientes —y queremos hacerlo en el curso de los próximos días, aunque lamentablemente sean solo ocho pláticas, pero queremos al menos empezar desde ya—. Es así: no debemos pensar ni tampoco actuar como si a lo largo de estos días nos volviéramos catedráticos. Pero tenemos que llevarnos con nosotros una posición firme, una idea concreta: eso es lo más importante. Por supuesto en la medida en que las circunstancias lo permitan yo me esforzaré por hablar con mucha claridad y nitidez, también científicamente. Pero ahora la intención no estriba en que podamos resolver todas las cuestiones, porque tampoco podremos hacerlo. Habrá y tiene que haber siempre preguntas que se presentan ante nosotros como enigmas cuya respuesta vendrá solo en el futuro. Pero lo que ya es importante ahora es no esconderse en un agujero, sino alegrarse de poder participar en un embrollo semejante. ¡Dios habla! ¿Y cómo habla Dios? El único problema es que hemos olvidado cómo comprender e interpretar correctamente su lenguaje.

      Ustedes tienen consigo el librito15. No lo digo ahora para hacer propaganda, sino porque vale la pena. Acabo de hojearlo: en él se reúnen las actas de fundación. Si consideran ustedes una vez más la segunda acta de fundación, se darán cuenta de que hay en ella frases también palabras colmadas de significado. Ahí pueden ver ustedes cuán antiguas son estas concepciones, con qué soberana serenidad hemos enfrentado siempre las corrientes del tiempo y nos hemos dejado llevar por ellas con gran sosiego. Porque Dios habla. Y cuando habla tenemos que escuchar. Cuando en el ámbito de la Iglesia se suscitó resistencia contra nosotros, la ley: ¿Qué quiere Dios? Quiere que esto se acentúe especialmente16. ¿Y qué es lo que él quiere que se acentúe? ¡Él habla a través del tiempo! Escuchen de nuevo con cuánta claridad lo formuló Juan XXIII. Por eso, lo que tenemos que hacer aquí es no huir como liebres frente a esos ataques, sino escuchar: ¿qué debe acentuarse ahora de manera especial?

      ¿Y si aplico ahora las leyes? Léanlo ustedes mismos. Del mismo modo sería importante que todos viviéramos de vuelta y en mayor medida en el pasado de la Familia. ¡Todos esos regalos tan grandes que Dios nos ha dado, los enfrentamientos con el tiempo, que deben tomarse en serio! Verán ustedes, esto es así: imagínense que nosotros hubiésemos comprendido y dominado el tiempo hasta 1950 y que de pronto el tiempo se nos hubiese escapado. ¡Compréndanlo por favor!

      Pensemos en los grandes puntos que marcan etapas en la historia del pensamiento a nivel universal, sobre todo en Europa y podría remontarme también a más atrás. ¿Creen que todas esas cosas que ya son manifiestas, han sido superadas? ¿Creen que lo que trajo la Reforma ya se ha superado? ¿Creen que ya se ha superado lo que trajeron todas las otras corrientes de pensamiento, que fueron el clímax del naturalismo, en especial la Revolución francesa? ¡Qué va! Ahora todo eso se está sumando. Y pueden retroceder hasta el gnosticismo. Hoy tienen ustedes una mezcolanza de todas esas corrientes de pensamiento y si creemos que antes logramos vivir a partir de esas corrientes, considero a priori que entonces tendríamos que aceptar que también hoy somos capaces de dominar dicha mezcolanza, y eso sin considerar todo lo que el Espíritu de Dios ha obrado en la Familia ni tampoco lo que quiere obrar todavía. Así pues, ¡ley de contraposición! Por eso hemos de tener una clara conciencia de contraposición. Verán que no es así: cuántos hay que tienen miedo y entonces gritan enseguida: ¡empatizar, empatizar! Sí, tengo que captar con empatía, pero no teniendo la intención de salir después corriendo: el captar con empatía debe ayudarme a fortalecer mi clara conciencia de contraposición. Desde luego hay que someterlo a comprobación, pero esto no tiene por qué significar que como algo está siendo atacado yo diga lo contrario. En ese caso cometeríamos el error que atribuimos hoy en día a tantos y tantos. Para estos últimos la cosa es así: lo que era antiguo es erróneo por el solo hecho de ser antiguo. No debemos decir tampoco que porque es antiguo es bueno o correcto, de ninguna manera.

      Todo debe ser sopesado. Pero sí podemos decir siempre que deberíamos alegrarnos de vivir en un tiempo como este. No podemos dormir y no debemos dormir. Si me permiten expresarlo así: «como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos», y, por lo tanto, me doy la vuelta para un lado y me pongo a roncar, y me doy la vuelta para el otro lado y sigo roncando. ¡No! ¡El roncar se ha acabado! Ahora la consigna es: ¡despertad, y despertaos mutuamente!

      Como he dicho antes, es cierto que no podemos esperar una respuesta claramente científica a todos los problemas morales; sin embargo, no por eso vamos a salir corriendo ante ellos. Creo que podré darles más tarde una respuesta resumida con la que por lo menos