Angy Skay

Matar a la Reina


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Jan, por su parte, dio un fuerte golpe en la mesa al mismo tiempo que su imponente cuerpo machacado por el gimnasio se levantaba de la silla de manera temeraria. No solo me asombraba su forma de ser, tan agresiva, tan directa, sino que era el mejor abogado que había en toda España; de eso no me cabía la menor duda.

      —¡Está culpando a mi cliente de otra cosa completamente distinta a la que nos ha dicho! Hemos terminado este interrogatorio. Micaela, nos vamos —sentenció en tono rudo.

      El inspector se levantó con ímpetu, mostrando así su carácter y fulminando a mi abogado con la mirada. Después posó sus ojos en mí mientras abandonaba mi asiento.

      —Estoy seguro de que contrató a alguien de su entorno para que acabara con la vida del señor Llobet. Pero esto no va a quedar así, se lo aseguro, señorita Bravo. —Sus últimas palabras salieron con rabia.

      Yo sonreí de nuevo, mostrándome superior a él.

      —Si vuelve a amenazar a mi cliente, interpondré una denuncia contra usted —le advirtió Jan.

      Cerró la boca mientras me observaba con descaro, traspasándome con sus ojos. Antes de salir por la puerta, me permití el lujo de girarme para mirarlo, y con esa chulería habitual en mí, le dije:

      —Adiós, inspector Barranco. Espero no verle nunca más.

      No se quedó con ganas de soltar la última palabra:

      —Me temo que hoy no es su día de suerte.

      Un rato después, entré de nuevo en el club junto a Jan. Aflojó su corbata, se quitó la chaqueta para dejarla en uno de los taburetes y él solo se sirvió una copa.

      —¿Quieres algo?

      Negué, mirando un punto fijo de la barra mientras tamborileaba mis uñas contra ella.

      —¿En qué estás pensando? —volvió a preguntarme.

      Hice una mueca con los labios en señal de no saberlo ni yo.

      —¿Quién podría querer asesinar a Manel? Con la cantidad de contactos que tenía… —Dejé las palabras en el aire.

      —Ya sabes que también tenía, de la misma forma, muchos enemigos.

      Negué con la cabeza al mismo tiempo que escuchaba el líquido de la botella que acaba de abrir chocando contra los dos hielos. Podría tener mucha gente que le deseara todo lo malo y lo peor, pero, aun así, nadie tenía tantos motivos como para ser tan frío a la hora de acabar con su vida, y mucho menos en su cama mientras dormía.

      —Tendré que buscarme otra baza con la policía.

      —Me pondré a ello esta misma tarde con Anabel, no te preocupes. Porque al inspector idiota lo descartamos, ¿no? —Asentí—. No obstante —prosiguió—, debes andarte con cuidado. Es de Narcóticos, no de Homicidios. No sé por qué demonios ha metido las narices en este asunto. Y eso solo quiere decir una sola cosa: que tiene un interés primordial en ti.

      —No hace falta que me lo jures, solo había que ver su manera de mirarme.

      —Si estuviera entre tus piernas, quizá no te miraría de la misma forma —ironizó.

      —Si es necesario llegar hasta tal punto, no pondré objeción. Pero no lo veo tan sencillo; no con él. No tiene pinta de ser el típico policía corrupto que se deja comprar por unos cuantos euros, ni siquiera por miles.

      Esa vez, fue él quien negó mientras el líquido entraba en su garganta.

      Antes de que pudiéramos retomar la conversación, vi que Óscar salía de una de las habitaciones privadas del club con Eli a su lado.

      —Estaba esperándote —me anunció.

      —¿Qué haces aquí? —le pregunté extrañada al verlo en un día de diario.

      —Tengo una sorpresa para ti, pero te diré que a la sorpresa está siendo difícil sonsacarle información.

      Arrugué el entrecejo, expectante a que continuara.

      —Tengo a Carter.

      Sonrió, y yo vi más cerca mi triunfo.

      Kitty tiene hambre

      Entré en la habitación con el corazón latiéndome a dos mil por hora. Miré al tipejo que estaba atado a una de las sillas de madera y mi sonrisa fue triunfal. Tenía ante mí a uno de los miembros de mi mayor pesadilla, al hombre al que le llevaba prácticamente todos los negocios que poseía, en el que confiaba plenamente y al que yo andaba buscando desde hacía casi un año, sin éxito.

      —No puedo creérmelo… —murmuré, recalcando cada letra con lentitud.

      Miré a Jan, que entraba el último y cerraba la puerta tras de sí. Eli se situó a un lado de la estancia, ajena a todo. Entretanto, Óscar permanecía a mi lado como si acabara de traerme el mayor regalo de Reyes. Y lo era.

      —¿Qué haces en España, Carter?

      —A ti voy a decírtelo, ¡zorra!

      De su boca salió un escupitajo que llegó hasta mis piernas, manchándome parte del muslo. Arrugué el entrecejo con desagrado a la vez que Eli se apresuraba a darme un pañuelo, el cual usé para quitarme con calma su asquerosa baba.

      —No estás receptivo —añadí con ironía.

      Di dos pasos hasta que llegué a su altura, cogí su mentón con fuerza e hice que clavase sus oscuros ojos en mí. Lo hizo con desprecio, pero en el fondo, y aunque estuviese bien adiestrado, sabía que tenía miedo. Me permití lanzarle un farol, pensando que, si Óscar lo había traído hasta mí, tendría más cabos atados de los que pensaba:

      —¿Qué tal está tu familia? —le pregunté como si nada.

      —Como se te ocurra ponerles una mano encima, te juro que…

      —Eh, eh, eh —lo interrumpí, poniendo mis manos en alto—. No vayas tan rápido, Carter, así no vamos a entendernos.

      —¡¿Qué demonios quieres?!

      Miré a Óscar y este asintió, confirmándome con una sola mirada que mi farol no lo era tanto. Efectivamente, tenía más cosas atadas de las que me había podido decir. Si mi impaciencia no me hubiera hecho llegar hasta la habitación antes de hablar con él, quizá lo habría sabido todo de antemano. Le eché un simple vistazo a Jan, quien cogió la indirecta al momento.

      —Estaré trabajando en lo que te comenté antes. Llámame si me necesitas.

      Asentí sin apartar mis fríos ojos de aquel tipo, que permanecía sin saber a qué punto debía mirar. Lo que sí estaba claro era que lo intimidaba, pero todavía no sabía cuánto podría llegar a hacerlo. Agarré otra de las sillas que había en la sala y me senté frente a él, dejando el respaldo delante de mí, donde apoyé mis dos brazos. Sonreí con sarcasmo cuando me miró con el ceño fruncido al mismo tiempo que chasqueaba la lengua en un simple gesto de superioridad.

      —Bueno, ¿y dónde está tu jefe? ¿No piensa venir a salvarte?

      —¡Vete a la mierda!

      Puse los ojos en blanco, acompañándolos con un gesto de desagrado. Desvié mi vista hacia Eli, que permanecía quieta en la esquina, con las manos entrelazadas entre sí.

      —¿Tenemos a Kitty? —Asintió con un gesto escueto—. ¡Oh, qué bien! —añadí como una demente—. ¿Por qué no me la traes? Quizá quiera conocer un poquito a Carter. Seguro que le cae bien. Pero no te olvides de traer sus juguetes.

      La sonrisa de Eli fue imposible de ocultar. Tenía un año menos que yo, pero era lista; mucho. Hacía ocho años que la conocía. De hecho, lo hice el primer día que mis pies pisaron el aeropuerto de Barcelona, cuando a los veinte años decidí marcharme de Huelva y dejar a mi abuela sola para buscar mi propio