mientras dice—: todo va bien. Sólo te encuentras alterado.
Me siento y contemplo la fogata, y Gabriel está cerca de mí; nuestros brazos se tocan.
—Pensaba que era Annalise la que estaba en el campamento de los Cazadores. Pero no era ella. Es Donna —le digo en voz baja.
Lanzo una mirada a los demás aprendices, que están apiñados, y unos cuantos aún me observan.
—Estás temblando, Nathan.
—Tengo hambre. Estoy agotado.
Y definitivamente ésa es una de las razones.
—¿Te busco un poco de comida?
—Más tarde.
Nos quedamos mirando la fogata un rato antes de que Gabriel vaya a buscar comida. Cuando regresa, lo que trae es más sopa instantánea, pero sabe bien y está caliente. Ya he dejado de temblar.
—Trata de dormir. Yo me quedo aquí —dice Gabriel.
Me acuesto y contemplo la fogata un rato más.
Están desmontando el campamento. Los aprendices van y vienen y yo estoy sentado en el suelo comiendo avena, o al menos eso creo que es la masa grumosa, casi sólida y gris, que raspé del fondo de una sartén abollada.
—Nos mudaremos de aquí pronto —dice Gabriel, poniéndose a mi lado. Apenas ha amanecido pero sé que Greatorex piensa que perdemos el tiempo.
—¿Quieres? Está asqueroso —le digo, mientras le ofrezco la sartén.
—He comido un poco hace rato —niega con la cabeza.
—¿Dónde estabas?
Trato de sonar curioso y no pueril, pero dijo que se quedaría conmigo y cuando desperté no estaba él, sino Greatorex.
—Greatorex me pidió que hablara con Donna.
—¿Y qué le pediste a Greatorex que hiciera a cambio?
Tengo la asquerosa sensación de que le pidió que se sentara conmigo, que me vigilara como a un niño.
Al principio no contesta, sólo mantiene el contacto visual.
—Le mencioné que tienes pesadillas y le pedí que te pateara si comenzabas a gritar y a llorar.
Lo insulto, pero se inclina hacia mí y dice:
—Sólo le pedí que me avisara si te despertabas.
Lanzo la sartén al fuego; un gesto muy maduro. Sí tuve un sueño, no uno de los peores, sino de ésos en los que me despierto lloriqueando. Pero él cómo iba a saberlo.
—¿Me vas a contar qué pasó después de que dejaste nuestro campamento, después de que me amenazaras con el cuchillo?
—No debí haber hecho eso.
—No.
—Estaba… encontré a dos Cazadoras un par de días antes. Las asesiné.
Y le hablo acerca de eso y de la trampa y de cómo encontré a Donna. No abundo en detalles sobre la pelea; sabe que habrá sido brutal.
—Greatorex quería que intentara descifrar las intenciones de Donna —dice Gabriel.
—¿Y?
—Parece lo suficientemente honesta. ¿Crees que se trate de una espía?
—Tú eres el que me dijo que no se pasean por ahí con letreros en la cabeza —me encojo de hombros.
—Sí, eso dije, ¿verdad? Muy sabio de mi parte.
—¿Y entonces qué confesó Donna, oh, Gran Sabio?
—Que se escapó de Inglaterra hace unas semanas, cuando se agravó la situación. Arrestaron a su madre. Su padre murió hace años. Logró llegar a Francia y luego hasta aquí.
—¿Eso es todo?
—Ésa es la versión corta. Es bastante charlatana. No se contuvo. También habló bastante de ti. Le gustas.
—Le salvé la vida… la rescaté de las garras del mal.
Nos volvemos a sentar en silencio y luego Gabriel dice:
—Mencionó que había ocho. Una especie de Cazadoras de élite, dos con Dones poderosos.
—Evidentemente no eran tan fuertes.
—Podrían haberte matado —la voz de Gabriel suena triste y preocupada.
—Podrían haberme matado anoche cuando entré en el campamento.
Pero sé que tiene razón. La que tenía el Don de proyectar dolor me causó graves problemas. Creo que su Don era débil o quizá no pudo controlarlo en el fragor de la batalla, pero vendrán más como ella. Supongo que tuve suerte, y la otra con el Don de provocar ceguera debió de haber sido una de las guardias que asesiné primero.
—Nos vamos dentro de dos minutos. Preparad vuestras mochilas —grita Greatorex.
Gabriel comienza a levantarse, pero antes debo decirle algo.
—Todas eran mujeres. Algunas estaban dormidas cuando las maté. Una trató de escapar y le corté el cuello. A otras las maté desgarrándoles las entrañas, y a dos las fulminé con mis rayos.
Gabriel se sienta de nuevo, ahora más cerca de mí y pone su mano en mi pierna:
—Estamos en guerra.
—¿Así que soy un héroe de guerra y no un asesino psicópata?
—No eres un psicópata y tampoco un asesino. No eres malo. No eres ni remotamente malévolo. Eres alguien que se halla envuelto en una guerra sangrienta que lo carcome… pero precisamente eso demuestra lo cuerdo que estás.
CONTRA CUALQUIER PERSONA NORMAL SERÍAN LETALES
Greatorex nos conduce fuera del campamento. Debemos ser alrededor de veinte. Todos llevamos algo. Hasta Donna lleva una mochila grande en la espalda, aunque noto que tiene las manos atadas al frente. Salimos marchando en fila india. La idea es entrar por un pasadizo existente, y una vez que lo atravesemos lo clausuraremos, dejando este campamento libre de pasadizos y vínculos con cualquier otro campamento. Como dice Greatorex: “Ya ha cumplido su propósito”.
Me gusta Greatorex. Hay quienes me echarían la culpa y dirían: “No habríamos tenido que trasladarnos de no ser por Nathan”, pero Greatorex no lo ve así. Sabe que las cosas siempre cambian y mudarse es parte del trabajo.
Me quedo en la retaguardia y luego me detengo y aguzo el oído para ver si hay Cazadores. Sería típico de ellos atacar mientras nos encontramos vulnerables y concentrados en otros asuntos. Pero no escucho nada. Dejo mi cargamento en el suelo y corro de regreso para inspeccionar mi rastro durante varios minutos. Sé que Greatorex ordena que su gente lo revise y lo vuelva a revisar, pero qué daño puede hacer echar un vistazo final.
Nada.
Recupero mi cargamento y alcanzo al grupo mientras desaparece por el pasadizo. Greatorex espera hasta que pasamos todos y entra al final. Hay poca gente que construye pasadizos. Sólo queda una persona dentro de la Alianza. Marcus tenía esa habilidad, pero no tengo la menor idea de cómo desarrollarla. De todos modos, cerrar los pasadizos no requiere un Don especial y ni siquiera algún tipo de magia, sólo una pequeña explosión.
Cuando lo cruzamos, Greatorex quita el seguro a la granada de mano y Gabriel y yo sujetamos su brazo izquierdo mientras ella desliza la mano derecha con la granada dentro de la abertura. El pasadizo intenta succionarla, pero anclamos nuestros talones en el suelo y nos echamos hacia atrás mientras ella deja que la granada se deslice de su mano. Estallará cuando todavía esté dentro del pasadizo; dentro de unos segundos la abertura perderá su magia y se desvanecerá.
Comprobamos que sea así, y el pasadizo ya ha desaparecido.
En