Clara Valverde Gefaell

De la necropolítica neoliberal a la empatía radical


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      DE LA NECROPOLÍTICA

      NEOLIBERAL

      A LA EMPATÍA RADICAL

      Clara Valverde Gefaell

      DE LA NECROPOLÍTICA NEOLIBERAL

      A LA EMPATÍA RADICAL

      VIOLENCIA DISCRETA, CUERPOS

      EXCLUIDOS Y REPOLITIZACIÓN

      Este libro ha sido editado en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosques sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorin Free), para colaborar en una gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.

      © Diseño de la cubierta: Josep Bagà

      © Icaria editorial, s. a.

      Arc de Sant Cristòfol, 11-23

      08003 Barcelona

       www.icariaeditorial.com

      Primera edición: Noviembre de 2015

      ISBN: 978-84-9888-963-5

      Fotocomposición: Text Gràfic

      Para Elena Álvarez Girón

      que ve y entiende la necropolítica

      con solo una mirada,

      que sabe que lo invisible es visible.

      Gracias, Elena, por tu sabiduría y valentía.

      AGRADECIMIENTOS

      A mis generosos interlocutores: Elena Álvarez Girón, Santiago López Petit, Chris Cavanagh, Cristina Visiers Würth, Fred Sweet, Angelina Zurita Diestre, Diana Cordero, Carol Watson, Luís Martín-Cabrera, Nuria Benach, Ana Martínez y Salvador López Arnal.

      A mis compañeras del 15M por todo lo que me enseñan, por su antiautoritarismo, por seguir trabajando contra las injusticias y por la alegría. Sobre todo a @fisiofan y @laanain por su rebeldía creativa.

      A las personas que han leído, comentado y corregido el manuscrito de este libro: Ángel Martínez Ciriano, Gerard Pérez Fontcuberta, Elena Álvarez Girón y Cristina Visiers Würth. Los errores y las omisiones son solo míos.

      A Anna Monjó de la Editorial Icaria por seguir apostando por mis proyectos y a todo el equipo de Icaria por su compromiso con la escritura disidente.

      A los que no se callan, a los que se arriesgan, a los que cuestionan, a los que denuncian, a los que toman los edificios, los hospitales, las calles y las plazas. En especial a @15mbcnSalut, @15MPaRato, la pah, la Marea Blanca Catalunya, pasuCat, CafeAmbLlet, sicom Televisión, Tanquem Els cies, Iaioflautas, Llibrería Aldarull, Espai en Blanc, Tancada Clinic, Fotomovimiento, Metromuster, Ateneu Candela, Acampada Mordaza, Encausades Parlament, Familiars Parlament, Kaosenlared, Rebelión.org y muchos más. Ellas y ellos son mi inspiración.

      A las compañeras y compañeros enfermos de Síndromes de Sensibilización Central, aislados y desatendidos, que siguen luchando cada día por vivir. La rebeldía es seguir aquí. Y a los que ya no están, mi respeto y cariño.

      A los que, enfermos o sanos, trabajan para que los SSC salgan de la marginalización y dejen de ser enfermedades manipuladas: José Luis Rivas, Robert Cabré, Lidia Monterde, Paula Carracelas, Josepa Rigau, Miguel Arenas, James David Chapman, Tom Kindlon, Jordi Gené, Jordina Mellado, Geno Seydoux, Siscu Baiges, Elena Crespo, Greg Crowhurst, Cristo Bejarano, Josep María García, Antonia González, Sonia Romero, Mario Arias, Àngels Martínez Castells y Marta Ribas Frías.

      A mi pareja, Ángel Martínez Ciriano, por ayudarme a crear espacios para la escritura y por acompañarme en este viaje imprevisible, invisible e incierto.

      PRÓLOGO

      Santiago López Petit

      El poder es poder matar, y quien puede hacerlo, tiene el poder. Esta verdad simple, y a la vez esencial, ha sido siempre escondida porque es profundamente desestabilitzadora. La «legitimación del poder» consiste, precisamente, en inventar una justificación que permita enterrarla. La religión o la filosofía política lo han hecho apelando a Dios, a la sociedad o al transcendental que en cada momento fuera más conveniente. Sin embargo, ha sido desde el interior del propio poder de donde ha surgido, posiblemente, la coartada más inesperada. Sucedió en la segunda mitad del siglo xviii, cuando el antiguo Derecho de soberanía se abrió a un acercamiento a la vida con la excusa de protegerla. Fue así, como el poder se vistió de biopoder, y decidió que no bastaba con disciplinar los cuerpos uno a uno, sino que había que regular un cuerpo que poseía innumerables cabezas, es decir, la población entera. Esta nueva tecnología del poder que Foucault llamó biopolítica estataliza la vida para poder optimizarla, y se autopresenta bajo un rostro más humano. Estadísticas, previsiones, mecanismos de regulación y de seguridad son las herramientas empleadas para gestionar cualquier amenaza imprevisible dirigida contra la población. El soberano «hacía morir o dejaba vivir», la biopolítica, en cambio, interviene para hacer vivir.

      Ciertamente la otra cara del «hacer vivir» es el terrible «dejar morir», aunque este aspecto permanecía en un segundo plano. Incluso el propio Foucault se preguntaba «Si de lo que se trata es de potenciar la vida (prolongar su duración, multiplicar su probabilidad, evitar los accidentes, compensar los déficits), ¿cómo es posible que un poder de este tipo pueda matar, exponga a la muerte no solo a sus enemigos sino a sus ciudadanos? (Genealogía del racismo, Madrid, 1992: 263). Este «olvido» no resulta extraño ya que, desde la perspectiva del biopoder, la muerte aparentemente desaparecía de la esfera política y casi se transformaba en un asunto privado. Pero el abrazo del poder a la vida tiene mucho de engaño, y en ese «tomarla a su cargo» no se puede ocultar la asimetría que existe: la intervención sobre la vida presupone y requiere poder matar. Con lo que, finalmente, se desvela la verdad de la biopolítica. La biopolítica es, en ella misma necropolítica, es decir, una política de y con la muerte.

      El libro de Clara Valverde muestra que la política neoliberal consiste en una necropolítica cuyo objetivo declarado es acabar con los excluidos. No se trata de ninguna exageración. El capital desbocado en su marcha adelante destruye todos los obstáculos que encuentra en su camino. Y son obstáculos todas aquellas personas que no son rentables, que no son empleables. Desde los pobres a los discapacitados y dependientes, pasando por los jóvenes o los ancianos sin recursos. El mérito del libro es mostrar cómo ese «poder matar» se materializa en políticas concretas. Clara analiza, especialmente, porque lo conoce muy bien, el tratamiento jurídico-sanitario de los enfermos de ssc, esos «muertos en vida» extremadamente frágiles pero cuya fuerza descoloca la mirada del sentido común. Esta denuncia, en la medida en que la necroplítica es una política de la desaparición, debe extenderse —y esto solo puede ser el resultado de un trabajo colectivo aún por realizar— a las mujeres asesinadas especialmente en México, a los jóvenes asesinados en América Central, y así podríamos seguir. Feminicidio, juvenicidio... Es necesario inventar nuevas palabras para designar ese horror. De esta manera sale a la luz el campo de guerra que subyace bajo nuestra imperturbable normalidad. Un campo de guerra en el que la política de la desaparición confiere a la muerte un nuevo estatuto. La muerte socializada como amenaza permanente y signo del poder se pone más allá de sí misma, y no constituye ya límite alguno. Porque aun más terrible que ella misma es la violencia inscrita en el cuerpo de la víctima inocente, cuyo objetivo solo se hace comprensible si se inserta en la estrategia nihilizadora del capital.

      Excluidos, pues, serían aquellos que habitan, o mejor dicho, aquellos que intentan sobrevivir en este campo de guerra que abarca toda la Tierra. La necropolítica vincula, absolutamente, política y muerte, y no permite ninguna exterioridad. Pero entonces, ¿por qué hay tanta normalidad si estamos en guerra? Porque el espacio de los posibles recubre el campo de guerra y lo oculta, como la luz oculta la oscuridad. La proclama que rige el funcionamiento del espacio de los posibles es simple: «Eres libre de hacer con tu vida lo que quieras» y los posibles son las latas de oportunidades que abrimos. Sin embargo, nos ahogamos por falta de imposible ya que, en verdad, se trata de