Boaventura de Sousa Santos

La cruel pedagogía del virus


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      Akal / Inter Pares / Epistemologías del Sur

      Boaventura de Sousa Santos

      La cruel pedagogía del virus

      Traducción: Paula Vasile, publicada por cortesía de CLACSO

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      Imagen de cubierta

      Mario Vitoria, Ouvir o musgo crescer. Con permiso del artista

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      Nota editorial:

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      Nota a la edición digital:

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      © Boaventura de Sousa Santos, 2020

      © Ediciones Akal, S. A., 2020

      Sector Foresta, 1

      28760 Tres Cantos

      Madrid - España

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      Fax: 918 044 028

       www.akal.com

      ISBN: 978-84-460-4979-1

      Nota previa

      El presente texto, presentado ya por CLACSO, a quienes agradecemos que nos hayan permitido utilizar su traducción, constituye un pequeño acercamiento al libro sobre la covid-19 y sus consecuencias que está escribiendo el profesor Boaventura de Sousa Santos y que Ediciones Akal publicará en breve. El lector encontrará en él un primer material de la reflexión –tan acertada y penetrante como siempre– que el gran sociólogo portugués lleva a cabo al hilo de la pandemia; un análisis que trata de apuntar ideas que sirvan de acicate y guía, que nos orienten en medio de la incertidumbre que nos atenaza a todos desde hace semanas, que nos muevan a actuar, porque no podemos permanecer paralizados. El presente es incierto y el futuro es un puro interrogante. Por eso, hoy más que nunca, es imprescindible pensar, pensarnos.

      El virus: todo lo que es sólido se desvanece en el aire

      Existe un debate en las ciencias sociales sobre si la verdad y la calidad de las instituciones de una sociedad determinada se conocen mejor en situaciones normales, de funcionamiento habitual, o en situaciones excepcionales, de crisis. Tal vez ambos tipos de situaciones sean inductores de conocimiento, pero sin duda nos permiten conocer o revelan cosas diferentes. ¿Qué conocimiento potencial proviene de la pandemia del coronavirus?

      La normalidad de la excepción. La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación normal. Desde la década de los ochenta, a medida que el neoliberalismo se impuso como la versión dominante del capitalismo y este se sometió cada vez más a la lógica del sector financiero, el mundo ha vivido en un estado de crisis permanente. Una situación doblemente anormal. Por un lado, la idea de una crisis permanente es un oxímoron, ya que, en el sentido etimológico, la crisis es, por naturaleza, excepcional y temporal, y constituye una oportunidad de superación para originar un mejor estado de cosas. Por otro, cuando la crisis es pasajera, debe explicarse por los factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en la causa que explica todo lo demás. Por ejemplo, la continua crisis financiera se utiliza para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, seguridad social) o la degradación salarial. Así, impide preguntar sobre las causas reales de la crisis. El objetivo de la crisis permanente no se debe resolver. Pero, ¿cuál es el propósito de este objetivo? Básicamente hay dos: legitimar la escandalosa concentración de riqueza y boicotear medidas efectivas para prevenir una inminente catástrofe ecológica. Así hemos vivido durante los últimos cuarenta años. Por esta razón, la pandemia sólo agrava una situación de crisis a la que ha sido sometida la población mundial. Por ello implica un peligro específico. En muchos países, los servicios de salud pública estaban mejor preparados para afrontar la pandemia hace diez o veinte años de lo que lo están hoy.

      La elasticidad de lo social. En cada época histórica, las formas de vida dominantes (trabajo, consumo, ocio, convivencia) y las maneras de anticipar o posponer la muerte son relativamente rígidas y parecen derivar de reglas escritas en el corazón de la naturaleza humana. Es cierto que se modifican de forma paulatina, pero los cambios casi siempre pasan desapercibidos. El brote de una pandemia no se corresponde con este retraso. Requiere cambios drásticos. Y, de repente, se vuelven posibles como si siempre lo hubiesen sido. Es viable quedarse en casa y tener tiempo para leer un libro y pasar más rato con los niños, consumir menos, prescindir del vicio de pasar el tiempo en los centros comerciales, mirar lo que está a la venta y olvidar todo lo que uno quiere, pero sólo puede obtener por medios distintos a la compra. Se desmorona la idea conservadora de que no hay alternativa a la forma de vida impuesta por el hipercapitalismo en el que vivimos. Queda en evidencia que, si no hay alternativas, es porque el sistema democrático ha sido forzado a dejar de discutir alternativas. Al haber sido expulsadas del sistema político, las alternativas entrarán cada vez con mayor frecuencia en la vida de los ciudadanos y lo harán por la puerta de atrás de las crisis pandémicas, los desastres ambientales y los colapsos financieros. Es decir, las alternativas volverán de la peor manera posible.

      La fragilidad de lo humano. La aparente rigidez de las soluciones sociales crea, en las clases que las aprovechan al máximo, una extraña sensación de seguridad. Es cierto que siempre existe cierta inseguridad, pero se cuenta con medios y recursos para minimizarla, ya sea atención médica, pólizas de seguro, servicios de compañías de seguridad, terapia psicológica, gimnasios. Esta sensación de seguridad se combina con un sentimiento de arrogancia, incluso de condena, por parte de quienes se sienten víctimas de las mismas soluciones sociales. El brote viral pulveriza el sentido común y evapora la seguridad de un día para otro. Sabemos que la pandemia no es ciega y tiene objetivos privilegiados, pero, aun así, crea una conciencia de comunión planetaria, de alguna manera democrática. La etimología del término pandemia dice exactamente eso: reunión del pueblo. La tragedia es que, en este caso, para demostrar solidaridad, lo mejor es aislarnos y evitar tocar a otras personas. Es una extraña comunión de destinos. ¿Serán posibles otras?

      Los fines no justifican los medios. La desaceleración de la actividad económica, especialmente en el país más grande y dinámico del mundo, tiene consecuencias negativas obvias. Pero también posee algunas positivas. Por ejemplo, la disminución de la contaminación atmosférica. Un especialista en calidad del aire de la agencia espacial estadounidense (NASA) dijo que nunca se había visto una caída tan drástica en la contaminación de un área tan vasta. ¿Acaso quiere decir que, a comienzos del siglo XXI, la única forma de evitar la inminente catástrofe ecológica es a través de la destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica?

      También se sabe que, para controlar efectivamente la pandemia, China ha implementado métodos de represión y vigilancia particularmente estrictos. Cada vez es más evidente que las medidas han sido efectivas. Pero China, a pesar de todos sus méritos, no es un país democrático. Es muy cuestionable que dichas medidas puedan implementarse o tengan la misma efectividad en un país democrático. ¿Significa que la democracia carece de la capacidad política para responder a emergencias? Por el contrario, The Economist mostró a principios de este año que las epidemias tienden a ser menos letales en los países democráticos debido a la libre difusión de información. Pero, como las democracias son cada vez más vulnerables a las fake news, tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia