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Autor
Iván de la Nuez
Corrección
Sonia Berger
Diseño de la colección
Maite Zabaleta
Maquetación
Zuriñe de Langarika
Ilustración del autor haz click para ver imagen
Josunene (Josune Urrutia Asua)
Edición
consonni
C/ Conde Mirasol 13-LJ1D
48003 Bilbao
ISBN: 978-84-16205-38-7
Primera edición: noviembre de 2018, Bilbao
Edición en formato digital: noviembre de 2018
Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional de Creative Commons (CC BY-NC-SA 4.0). Los textos, traducciones e imágenes pertenecen a sus autoras/es.
Esta obra ha recibido una ayuda del Departamento de Educación, Política Lingüística y Cultura del Gobierno Vasco.
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consonni es una editorial con un espacio cultural independiente en el barrio bilbaíno de San Francisco. Desde 1996 producimos cultura crítica y en la actualidad apostamos por la palabra escrita y también susurrada, oída, silenciada, declamada; la palabra hecha acción, hecha cuerpo. Desde el campo expandido del arte, la literatura, la radio y la educación ambicionamos afectar el mundo que habitamos y afectarnos por él.
TEORÍA DE LA RETAGUARDIA
CÓMO SOBREVIVIR AL ARTE CONTEMPORÁNEO (Y A CASI TODO LO DEMÁS)
A René de la Nuez
(San Antonio de los Baños, 1937 - La Habana, 2015)
In Memoriam
NOTICIA
Hace cuatro décadas, apareció Teoría de la vanguardia, un libro aclamado de inmediato. Su autor, Peter Bürger, lo enfiló hacia las dos tareas más importantes que, a su juicio, demandaba el arte: romper con la representación y disolver la frontera que lo separaba de la vida.
El fracaso en este doble cometido certificaba, siempre siguiendo a Bürger, la derrota de la vanguardia y quizá algo peor: su imposibilidad.
Cuarenta años después, esta Teoría de la retaguardia no es más que un pequeño tanteo en la marea de ese gran fiasco; aunque no pierde el tiempo ni llorándolo ni maquillándolo.
Sobre todo porque nuestra época no está marcada por la distancia entre el arte y la vida, sino por una tensión entre el arte y la supervivencia, que es la continuación de la vida por otros medios. (Eso sí, más precarios.)
En el malestar que brota de esa precariedad, este libro persigue el rastro de un arte que va dejando sus esquirlas en la política, la iconografía o la literatura, ámbitos desde los que regresa cada vez más maltrecho a su Ítaca de siempre: el museo.
En esos viajes de ida y vuelta, a menudo lo “contemporáneo” se convierte en un eufemismo para cobijarse en la inmortalidad. Un estribillo que lleva un siglo repitiéndose con el objetivo de no abordar el final.
En esa circunstancia, cabe preguntarse si el Arte Contemporáneo no se acaba nunca. O si es igual de mortal que todo aquello que invoca o pone bajo su lupa. Porque, si así fuera, entonces valdría la pena escribirle un final.
UNO. DUCHAMP Y EL DINOSAURIO. (CÓMO HACER PARA QUE EL ARTE NO TE ARRUINE UNA BUENA DOCTRINA)
CUANDO RESUCITÓ, EL READY-MADE TODAVÍA ESTABA AHÍ
Cada vez que Marcel Duchamp resucita, se encuentra con que el ready-made, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, sigue todavía ahí. Un ready-made que, cuando él murió en 1968, se comportaba como un capítulo del arte, la vanguardia o aquella revolución al alcance de unos adoquines.
Un fragmento, en fin, de esos estratos mayores que gobernaban la historia…
Pero ahora, cada vez que el maestro consuma el ritual de su regreso se tropieza con que, al contrario de lo que ocurría en sus tiempos de artista vivo, son esos grandes temas –el arte, la vanguardia y la revolución– los que han quedado reducidos a meros episodios de un ready-made que ya lo abarca todo.
Contra esa colonización, se planta este libro.
Contra este presente adjetivado en el que cualquier cosa es susceptible de reciclarse como artística. Y en el que, tal como sucedió con aquel urinario seminal, las cosas son cambiadas de sitio, solo que ahora con el secreto fin de neutralizar el calado subversivo de su sentido primigenio.
Da lo mismo que se las coloque en una galería o en un parlamento.
Bienvenidos, pues, a algunos de esos paisajes que habilitan el ready-made como la experiencia definitiva de esta época en la que todo, desde lo más sagrado hasta lo más profano, ya es carne de museo: el comunismo y la Guerra Civil, el grupo armado Baader Meinhof y los trajes de Gadafi, Guantánamo o la acción social (siempre y cuando la asumamos como “una de las bellas artes”).
Nuevas tecnologías y viejas vanidades se acoplan para diseminar esa continuación de la vanguardia por otros medios.
¿Qué significa “por otros medios”? Pues que, así como la guerra, según Clausewitz, consistía en una continuación violenta de la política, ahora el arte puede operar como una continuación light de esta.
Y si Duchamp, o más tarde Jeff Koons, concedieron entidad artística a algunos objetos –el urinario, una aspiradora– por el hecho de colocarlos en una galería, ahora le ha llegado el turno a los sujetos.
Antes fueron las cosas, hoy son las causas.
En su penúltima vuelta de tuerca, este ready-made ubicuo va incluso más allá de exponer la revolución o las batallas sociales, las guerras de género o las injusticias. Ya estamos en el punto de exponer personas.
Así, un museo de Malmö ha exhibido dos mendigos rumanos.
Previamente, en Londres, el dramaturgo Brett Bailey se inspiró en los zoológicos humanos de la época colonial para mostrar a personas de raza negra en situaciones de sumisión o dominación. Un poco más allá, el Museo Judío de Berlín nos deleitó con Judíos en la vitrina.
En esta espiral, hay quien ha sugerido convertir la cárcel de Guantánamo en un museo…
No es noticia que el Arte Contemporáneo recurra a seres humanos, vivos y también muertos, para mostrarlos en una exposición. Bien con el objetivo de remarcar un estado de explotación, dolor o prostitución; bien con la intención de ofrecerles un altavoz del que no disponen; bien con el propósito de remover nuestra indiferencia...
Pero, si hasta ahora el rechazo a estos procedimientos provenía de los enemigos del Arte Contemporáneo, hoy son unos cuantos los que, desde ese propio mundo, se resisten