Vladímir Eranosián

90 millas hasta el paraíso


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que debía probar Lázaro ahora mismo.

      Justamente así, ya que Magda midió al malhechor con una mirada inequívoca, cuyo significado Lázaro pudo evaluar estando ya en la habitación, en la cama. La muchacha alemana tomó la única decisión justa para sí, prefiriendo a la resistencia total a ese cubano de alta estatura y muy simpático, una capitulación activa…

      Como se habría alegrado por la nieta Miljelen, que en el declive de la vida se aficionó seriamente a Sigmund Freud y sospechaba en Magda inclinaciones lesbianas. Lo que se refiere a la niña todo estaba en orden, y este resultado se hizo el resumen de todos sus esfuerzos titánicos en la rehabilitación psicológica, no demandada ni siquiera entre los alemanes turcos, Magda von Trippe.

      Cuba es un país maravilloso donde la gente es jovial, sociable. Ellos bailan por doquier la salsa, el merengue y el reggaetón, siempre están contentos para ti. No les eres indiferente. Siempre quedan agradecidos por una propina. Y si no les ofreciste mucho dinero, sus sonrisas francas no se hacían menos deslumbrantes. Y esto, en realidad, está estrechamente ligado con la avaricia de Miljelen respecto a los criados.

      En comparación con el Marmarís turco, donde Miljelen Calan pasaba todas sus vacaciones con la difunta Greta, los balnearios cubanos podían darles a los turcos cien puntos de ventaja. Las mulatas y mestizas, atractivas física y sexualmente, iban y venían por todos lados, y las autoridades y, lo más importante, los varones locales, de manera demostrativa, se tapaban los ojos contemplando sus cortos amores con los extranjeros. La verdad es que la policía se los tapaba con pequeños billetes en pesos convertibles. Una nadería en comparación con las costumbres de la Porta aliada.

      Los turcos no son tan hospitalarios. Se portan sin ceremonia en sus pretensiones importunas a los turistas, y su religión es demasiado severa respecto a las mujeres. La cuestión es otra si hablamos de la santería cubana con su panteón de dioses, con collares de diminutas conchas marinas y semillas de árboles “sagrados”.

      La admiración de Miljelen por los dioses paganos, que se asentaron en un país de católicos merced a los descendientes de los esclavos, traídos de la costa occidental de África, se explicaba fácilmente… En la época del régimen de Hitler, siendo joven Miljelen, ingresó en las Juventudes Hitlerianas, donde entre los niños se cultivaba la lealtad incondicional al Führer del Reich Germánico, la fe en la superioridad racial de los arios y el respeto piadoso al culto nórdico de Odín, el que encabeza el panteón de los dioses paganos.

      Desde aquel entonces transcurrieron años y años, pero pocos son los individuos que pueden cambiar radicalmente su propia cosmovisión. Hasta bajo el influjo permanente de los golpes del destino. En cuanto a Miljelen, su nacimiento en la patria del gran teólogo Martín Lutero no le impedía amar abnegadamente al señor del país de los Nibelungos, al Rey Sigfrido, decantado por los “escaldas” a la guerrera Krimilda2 y Odín3, como ahora lo veía tan parecido al Ayaguno cubano, el dios de la guerra.

      Valiéndose de los rumores que llegaron a oídos del señor Calan, el propio Fidel se encontraba bajo la protección del dios más fuerte de las dieciséis encarnaciones de Obatalá, ídolo supremo de la santería. Justamente por eso a él no le dañaban las balas, ni los complots, ni las maldiciones, el pueblo lo idolatraba, a pesar de la indignante pobreza. No es extraño, Miljelen Calan no era el primero que imaginaba a Castro, ateísta dubitativo, como adepto de su culto.

      La necesidad en la mistificación se ha unido en el alma del alemán con el abecé del análisis psicológico, después de ser leídas las primeras diez páginas del grueso tomo de Freud. La obra completa “Interpretación de las visiones” él no pudo “tragársela”, aunque lo leído resultó ser suficiente para que Miljelen se creyera ser un innato psiquiatra, al descifrar los deseos escondidos de la propia nieta.

      En Cuba el alemán podía ayudar a Magda y el riesgo apenas serían cincuenta euros. En la playa don Calan contrató a uno de los gigolós locales, con zarcillos en los dos lóbulos. El muchacho se llamaba Guillermo y le ordenó que al atardecer se presentara en la habitación de su chica como si fuera un masajista para demostrarle de manera convincente todas las ventajas de la esencia masculina. Miljelen le suministró con aversión un condón, y así Guillermo adquirió un especial artículo de goma.

      El abuelo avisó a Magda acerca de la visita de un mago–relajador. Debido a eso, se preparó minuciosamente, literalmente dicho, se lavó con fragancias. El abuelo era tan delicado que previamente comunicó sobre su intención de ir a una excursión a La Habana nocturna. Eso significaba que ella se quedaría con el mago Guillermo tête-à-tête. ¿Quería ella aprovechar la situación? Naturalmente…

      Antes de que llevara al cubano a la cama, Magda le quitó al huésped, enmudecido y tomado por sorpresa, el sombrero de paja, de donde comenzaron a caer ciertas prendas, entre estas, el agua de Colonia y el portamonedas del abuelo. Y la videocámara… “El macho” la pudo coger al vuelo y cuidadosamente la volvió a colocar en el puf con las palabras:

      – Bitte, danke schön. Hard life und I am sorry… Das ist total en mobilizationen4            A lo que Magda le contestó:

      – “¡Cuba libre! ¡Hasta la victoria siempre!”, dejó a Lázaro en calcetines, de paso se quitó la ropa interior, y como por encanto, por la ironía del destino, la tiró directamente en el cilindro del sombrero.

      Una vez desnuda completamente la alemana, Lázaro concibió que el ser, que apareció de repente del cuarto de baño, era del género femenino. En primer lugar. En segundo lugar, no tenía la intención de armar un escándalo por su incursión delictiva. Tercero, es que lo quería claramente…

      De parte del muchacho no había ni deseo siquiera, pero el miedo a veces hace maravillas…

      Acabado el asunto, se vistió apresuradamente, se cubrió la cabeza con el sombrero y se precipitó por el pasillo a la escalera, maldiciendo al cómplice de Julio César y a la ninfa pecosa, tan ávida al amor.

      No pasó un minuto siquiera y, ante la extendida y desnuda, llena de gozo y placer, Magda von Trippe, se presentó en las puertas abiertas el verdadero Guillermo. Se puso a cumplir de manera imperturbable sus compromisos pagados, lo que de ninguna manera desalentó a Magda. Todo lo contrario, la obligó a creer en la existencia del paraíso en la Tierra y la convenció de que este se extendía en el territorio de la Isla de la Libertad.

      Guillermo quedó contento de sí mismo y del condón ahorrado…

      El abuelo volvió tarde, cuando los dos pseudomasajistas ya habían hecho los servicios a la nieta. La puerta abierta con una ganzúa le hizo originar malas ideas y pensamientos, los cuales los compartió con su niña. Solamente ahora Magda pudo recordar la extrañeza en la conducta del primer “masajista”. Le narró al abuelo sobre su torpe intento de robar la videocámara y, habiendo examinado sus prendas, declaró sobre la desaparición de un brazalete de oro, el regalo de sus padres con motivo de la mayoría de edad.

      – ¿Qué apariencia tenía este joven? – Miljelen preguntó severamente.

      – Magnífica… – respondió Magda, y se puso a gimotear como una niña.

      El abuelo escupió con rabia en el piso y, habiendo descolgado el teléfono, pidió al guardia en la recepción que llamara a la policía para declarar el hecho de un robo con allanamiento.

      Los inspectores de policía, acompañados de los funcionarios del servicio de seguridad del hotel y un traductor, llegaron al cabo de treinta minutos. Ni hablar de operatividad en el caso citado.

      Las declaraciones de Magda eran confusas y disparatadas. En estas no había lógica alguna. Ella reaccionaba de una manera no adecuada a las preguntas estándares de los investigadores, como si leyera en ellas un subtexto no explícito sexual. Miljelen Calan, contemplando tal actitud de la nieta, estaba dispuesto a cambiar su opinión negativa respecto a las lesbianas desde el último tiempo, rechazar al dios Odín a favor del cristianismo tradicional y quemar todos los libros de Freud, salvo aquellas diez páginas que había leído con tanta dificultad.