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LA CASA DE LA ESCLUSA
Primera edición - Septiembre 2012
© Copyright 2012 – Andrea Calò (@ e-mail: [email protected])
Traducción: Ana Pérez Salaberry
A mi hermanita Elena,
que por la absurda voluntad de la Vida
no ha recibido de mis manos una copia
de este libro para poder leerlo,
mas la llevo tanto en mi corazón
que ha llegado al punto de
poder escribirlo.
[Elena Calò, 1 mayo de 1985 – 25 septiembre 2011]
AGRADECIMIENTOS
Escribir un libro es como irse de viaje. Se hacen las maletas, se parte de un punto en concreto y se procede a intentar llegar al punto de llegada, la meta deseada. Sin embargo, y como a veces sucede durante los viajes, los escollos, los errores, los miedos y los imprevistos están ahí, dispuestos a sorprendernos, a frenarnos, a veces a punto de hacer que desistamos de proseguir. En cambio, con la ayuda de las personas que están a nuestro lado o aquellas que nos hemos ido encontrando a lo largo del camino, se consigue salir adelante, a veces con facilidad, otras veces con una gran pena; pero nunca nos recostamos en el error para no perder la inversión que habíamos hecho. Durante este viaje he tenido a varias personas a mi lado, todas ellas me han animado y empujado a seguir mi camino, a cumplir los sueños que desde hacía años tenía metidos en el cajón, haciendo que me abriera completamente a ello, mi proyecto.
Gracias a mi mujer Sonia, que ha creído más que nadie en mí, desde siempre, por su paciente lectura de mis bocetos ya desde las primeras fases de preparación de este texto. Si no hubiera sido por ella, este libro hoy no existiría.
Gracias a mi cuñado Enzo por haberme acompañado en agradables discusiones acerca de los temas tratados en este libro y por haberme entregado parte de una elaboración suya para poder ser parte de esta reflexión: con su claridad de pensamiento me ha guiado a menudo, ayudándome a desenredar la madeja.
Gracias a mis padres, que me han dado la vida, me han visto crecer y me han educado, haciendo posible que todo esto se hiciera realidad.
Y, por último, pero no menos importante, gracias a ti, Elena, por instruir mi corazón y guiar mi mente durante todo este recorrido: aquí dentro se encuentra, de verdad, una gran parte de ti.
CAPÍTULO 1
Todo espíritu libre tiene sueños y locuras.
[Anónimo]
Siempre me he preguntado cuántas hojas de hierba se podrían contar en un metro cuadrado de tierra. Una pregunta simple con una respuesta no trivial. Son demasiadas las variables que considerar: a qué campo pertenece el trocito de tierra, qué tipo de hierba crece en él, qué especies hay presentes, el tipo de terreno, etc. Éstas son solo algunas de las muchas preguntas posibles. Ése es el motivo por el que siempre he esquivado cualquier intento de profundizar en el tema, convenciéndome de que al final no era tan importante encontrar una solución. Al no poder clasificar mi vida de ninguna manera, he archivado todo bajo la etiqueta «Conocimiento estéril». ¡Qué bueno sería poder saberlo todo acerca de todo! Sin embargo, también sería peligroso y, a mi parecer, estaría a merced de la incertidumbre en cada una de las situaciones de mi vida. Con demasiadas variables a mi disposición, cada una de mis potenciales decisiones encontraría un opuesto plausible y evaluable, ralentizando mi proceso de toma de decisiones y dejándome al final con la duda de si he tomado la decisión correcta. Se apagaría el instinto en favor de la razón, no siempre reconocida como el instrumento más adecuado para la superación de todas las situaciones de la vida y capaz de guiarnos hacia las decisiones acertadas. El significado de lo que es justo, al fin y al cabo, es completamente relativo y está vinculado a las personas, a sus experiencias, a los sucesos históricos. Y, por desgracia, está sujeto a las modas dictadas por la comunidad, por lo social y por las religiones, sin distinción alguna. Se forman personas que se adaptan a un «sistema», cuando en realidad debería ser justo lo contrario. Viviría mi vida como un hombrecillo colocado en el centro de un cercado, a su vez atado a él con muchas cuerdas elásticas. Podría moverme en el interior del espacio asignado, pero no podría ir más allá de él, arrastrado constantemente hacia el centro en cada intento de mirar o experimentar «más allá» de los límites. Entonces decido emplear mis neuronas en las cosas que realmente importan en la vida. ¿Cuáles son las cosas realmente importantes? Éste es otro concepto totalmente relativo, vinculado a las prioridades personales, a los estímulos, a las sensaciones, a las emociones de cada uno de nosotros. El cerebro es fácil de intoxicar. Cuando éste alcanza su límite, es necesario que nos detengamos y miremos hacia adentro, nos redescubramos y nos cuestionemos nuestro presente sin preocuparnos por el pasado que nos ha llevado hasta ese punto para diseñar nuestro futuro próximo. Cambiar el rumbo y, si fuera necesario, darse un buen lavado. No es necesario ir demasiado lejos con pensamientos y proyectos porque hay demasiados acontecimientos que se escapan de nuestro control, que se burlan de nosotros y que no son ni lo más mínimo predecibles en el momento en el que nos miramos y hablamos. Forman parte de la esfera de lo desconocido. ¡Tenemos que cambiar! Con ello no me refiero solo a un retoque cosmético superficial, realmente estoy hablando de una acción profunda, radical e inmediata, capaz de excavar en las vísceras más profundas de nuestro ser humano, allí donde habita la parte más verdadera de nosotros, donde lo humano encuentra lo Divino en todas sus formas y manifestaciones. Borrar todo y empezar de cero: es ese el desafío. Pero es tan simple como adivinar el número exacto de hojas de hierba contenidas en un metro cuadrado de tierra en un campo.
El cielo de Borgoña tiene una luz particular y su color envuelve y captura, incluso cuando hace mal tiempo. Si te paras y te tumbas en el suelo para admirarlo, levantando la mirada, este cielo te caerá encima y te envolverá, haciendo que levites. No eres capaz de percibir el límite, puedes perderte totalmente y dejarte llevar a los pensamientos más dispersos. Es justo ahí donde el cielo da paso al valle, se despliega un mosaico de terrenos multicolor que van del amarillo pajizo del trizo maduro hasta el verde intenso de las hojas altas de la vid. Las manchas oscuras de los árboles altos salpican aquí y allá, acentuados por las sombras que ellos mismos producen con su espeso follaje. Todo esto se dibuja sobre un terreno suave y ondulado, a veces llano y otras veces delicadamente tendido sobre bonitos montes en los que no podría faltar un castillo. A los pies de las alturas, los pueblecitos medievales con sus iglesias, el cementerio anexo y los canales de riego completan este maravilloso cuadro bucólico. Y la imagen de un tiempo que ya forma parte de un pasado lejano, tan lejano que no podría comprenderse completa y plenamente la mayoría de las veces. Los caminitos inmersos en el campo, estrechos y sin pavimentar, trazan recorridos similares a dibujos realizados a mano alzada. Forman una trama perfecta que es capaz de conectar unos pueblos con otros, como si fuera una enorme telaraña. Las casas rurales construidas tradicionalmente de piedra marcan como nodos de la telaraña los puntos de referencia para los caminantes curiosos por la simplicidad de una realidad de vida aún presente en estos silenciosos campos. Son enormes en su majestuosidad, con la belleza típica de las construcciones francesas del siglo XX, por la piedra de la que están hechas, por sus vivos colores, por sus amplios postigos opacos y por sus ventanas de madera y hierro forjado, a menudo refrescadas con opacos esmaltes en tonos pastel. Muchas de estas construcciones albergan exuberantes especies de hiedra que escalan hasta la cima de los típicos tejados en punta en los que resaltan los tragaluces. Me imagino el panorama que se puede observar desde allá arriba, como última imagen por la noche antes de acostarnos o como primer dulce despertar a la mañana siguiente. Las ramas, capaces de seguir el perfil de los muros, a veces acarician las ventanas, se retuercen alrededor de las numerosas chimeneas durante la estación cálida para abandonarlas durante el invierno cuando estas se encienden. Donde la hiedra no cubre los muros, las frescas manchas de musgo compacto completan el color natural de las fachadas que dan al norte, como si fueran piezas de