Michèle Audin

Una vida breve


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ECORRIDO, 155

      Michèle Audin

      UNA VIDA BREVE

      TRADUCCIÓN DE PABLO MOÍÑO SÁNCHEZ

      EDITORIAL PERIFÉRICA

      PRIMERA EDICIÓN: septiembre de 2020

      TÍTULO ORIGINAL: Une vie brève

      DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez

      © Éditions Gallimard, 2013

      © de la traducción, Pablo Moíño Sánchez, 2020

      © de esta edición, Editorial Periférica, 2020. Cáceres

       [email protected]

       www.editorialperiferica.com

      ISBN:978-84-18264-69-6

      El editor autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

      Para ella

      Para ellos

      […] el papel del escritor no está exento

      de difíciles deberes. Por definición, no

      puede ponerse hoy al servicio de los

      que hacen la Historia; está al servicio

      de los que la sufren.

      albert camus, discurso de Suecia,

      10 de diciembre de 1957.*

      0

      En este libro se habla de una vida breve. No de la de un desconocido elegido al azar, por haber visto su foto o su sonrisa en un periódico viejo, sino de la de mi padre, Maurice Audin.

      Puede que ya se hayan topado con su nombre. Puede que hayan oído hablar de lo que se conoce como «el caso Audin».

      O puede que no.

      Lo digo desde el principio: no es de ese «caso» de lo que quiero hablar aquí. Por lo demás, no veo qué podría añadir a una verdad también breve y brutal: en 1957 Maurice Audin tenía veinticinco años, fue arrestado durante la batalla de Argel, fue torturado por el Ejército francés, fue asesinado, se organizó un simulacro de evasión y se hicieron desaparecer las huellas de su muerte, como determinó la investigación que llevó a cabo Pierre Vidal-Naquet entre 1957 y 1958. Nada nuevo aprenderán aquí acerca de dicho caso. Ni el mártir, ni su muerte ni su desaparición son el tema de este libro.

      Todo lo contrario: de la vida, de su vida, de una vida cuyas huellas no han desaparecido por completo, pretendo hablarles aquí.

      antes

      1

      Átomos de carbono, de oxígeno, de hidrógeno, su asociación en moléculas de agua, de metano o de dióxido de carbono, el caldo primigenio, moléculas más complejas y después cadenas de ADN, células, las relaciones sociales entre clases, la llegada del telar de Jacquard a los talleres de seda lioneses, el éxodo rural, la expansión colonial, los encuentros esperados, la filoxera y sus efectos colaterales en la viticultura argelina, la guerra de 1914 y sus efectos colaterales en las matemáticas francesas, el encuentro fortuito, improbable, con o sin intervención del demonio de Maxwell, de un obrero lionés y de una campesina argelina, de un militar y de una criada, la crisis de 1929, enfermedades infantiles, el movimiento independentista en Túnez, el azar, la necesidad, un poco de ternura o un momento de amor, todo eso se había conjugado, mezclado, unido para hacer que él existiera, brevemente, veinticinco años y cuatro meses, ni siquiera sabemos decir el número exacto de días, brevemente pero lo suficiente como para haber dejado algunas huellas, tenues, pero huellas.

      2

      Sus padres, mis abuelos, se conocieron en Argel, a principios de los años veinte. Su madre era una joven de pueblo, de una familia de seis hijos. Había perdido a su padre a los siete años. Primero se colocó como criada cerca de su casa, en Koléa, a treinta kilómetros al suroeste de Argel, cuando tenía sólo catorce años, y después, a los diecisiete, en una familia adinerada, en pleno centro de Argel, en la rue Dumont d’Urville. La hija de la familia Videau, de la que fue criada habitual, estaba casada con un tal capitán Péronnet cuyo ordenanza era el joven militar que acabaría siendo mi abuelo. Señalaré que este capitán llegó después a coronel y que uno de sus hijos, Francis Péronnet, fue alcalde de Boufarik, asesinado en 1962 «por los fellaghas» argelinos, lo cual es una digresión y una anticipación al mismo tiempo.

      La casa de los Videau disponía de un servicio doméstico bastante numeroso: cocinera y ayudantes de cocina, nodriza, chófer, criadas. La fortuna familiar provenía de los viñedos de la Mitidja, que durante aquel periodo habían hecho ricos a muchos colonos; aquí podríamos aludir a la filoxera en las viñas metropolitanas.

      El apuesto militar no dejaba indiferente a ninguna de sus jóvenes empleadas, pero era a Alphonsine a quien había elegido. Más tarde, ella misma contaría de buena gana su historia, acompañándola de comentarios con implicaciones morales, ya que de todas aquellas chicas ella era la más inteligente, y eso fue precisamente lo que a él le gustó.

      El ordenanza y la criada, Louis Audin y Alphonsine Fort, sus padres, mis abuelos, se casaron en Koléa el 12 de junio de 1923. En el libro de familia, mi abuelo figuraba como «empleado» (había conseguido un empleo de guardabosques) y mi abuela, pese a que trabajaba desde los catorce años, como «sin profesión». Cabe la posibilidad de que ella considerase dicha mención como un ascenso social.

      Mi abuelo había empezado a aprender a leer al llegar al ejército, donde se había alistado el día que cumplió dieciocho años, en 1918. Mi abuela no era analfabeta: tenía el certificado de estudios primarios e incluso había soñado con ser maestra, de modo que ella acabó de enseñarle a leer. La educación religiosa del joven también dejaba mucho que desear, pues, aunque su madre había tenido tiempo de bautizarlo antes de morir, no había hecho la primera comunión. Para mi abuela, aquello hacía imposible la boda. Así que él fue seis meses a catequesis, hizo la comunión, y ella lo aceptó.

      Tengo una fotografía de la boda de mis abuelos, en el año 1923. Para ser precisa, debería decir que lo que estoy mirando mientras escribo estas líneas es una reim­presión realizada por un fotógrafo a petición de mis padres, que querían regalársela a mis abuelos el 12 de junio de 1957 por su aniversario de boda, y que yo fotografié a mi vez.

      3

      Su apellido, Audin, el apellido de su padre, mi abuelo, es un apellido francés común, pero está particularmente extendido en la región lionesa, todavía hoy, como muestra una rápida búsqueda en las guías telefónicas (o en donde queramos). En efecto, su padre venía de una familia de obreros de Lyon.

      Mi abuelo estuvo en París entre 1916 y 1918, llegó a dormir bajo algunos de sus puentes y desempeñó diversos trabajos menores, por ejemplo en los almacenes Félix Potin. Al enrolarse en el ejército lo mandaron a Marruecos. Más tarde, hacia 1930, fue pasante en Marsella y después partió hacia Túnez. Hubo otros lugares más. Pero él siguió siendo «lionés».

      La familia de mi abuela, la madre de mi padre, estaba instalada en Argelia, cerca de Koléa, en la Miti­dja, desde la década de 1850. Estos campesinos habían llegado hasta allí, unos procedentes de Saboya (con sus vacas), otros, del Piamonte. En este punto cabe señalar que había quienes mostraban reticencia a hablar de ellos: entre los pied-noirs, tener orígenes italianos no constituía motivo de orgullo. Habían desecado pantanos, desbrozado terrenos para convertirlos en campos fértiles, excavado canales de irrigación, plantado trigo, algarrobos, eucaliptos, olivos, naranjos y vides.

      Mi abuela era de procedencia campesina, aunque también fue obrera en Lyon, en torno a la crisis del año 1929: allí pudo comprobar que la vida es mucho más dura para los pobres de la ciudad que para los del campo. Nada crece entre los adoquines, solía decir.

      4

      La crisis de 1929 fue un macrofenómeno económico. Transformó muchas vidas, la de la familia de mi padre en particular.