Carlos Villalobos

El libro de los gozos


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      Carlos Villalobos

      El libro

       de los gozos

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      Colección Sulayom

       San José, Costa Rica

      Primera edición, 2020.

       © Uruk Editores, S.A.

       © Carlos Villalobos

       ISBN: 978-9930-595-14-5

       San José, Costa Rica.

       Teléfono: (506) 2271-6321.

       Correo electrónico: [email protected]

       Internet: www.urukeditores.com.

       Fotografía de portada: tomada de Pixabay

       Prohibida la reproducción total o parcial por medios mecánicos, electrónicos, digitales o cualquier otro, sin la autorización escrita del editor. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley.

       Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.

      «No existen fenómenos morales, sino una

       interpretación moral de los fenómenos».

       Nietzsche.

      Primera epístola a los santalucenses

      Hermanos:

      Fui testigo de las palabras de Juanelí y puedo dar fe de que es verdad cada milagro que se narra en estas santas escrituras. Yo soy el apóstol Jacharrata, el que anduvo con él, el escribano de sus sermones, el inocente.

      Hermanos, estas revelaciones habrán de convertirse en un libro de gozo. Daré testimonio de esta única verdad y cuando encuentre al gran líder pondremos de nuevo la piedra que dejamos abandonada. Yo sé que él también tuvo que salir huyendo, pero supe que regresó a Santalucía hace poco. El hermano Juanelí está acá de nuevo. Yo sé que está preparando el terreno para el anuncio final de la última verdad. Cuando lo encuentre volveremos a fundar esta iglesia que tanto necesita Santalucía y tanto, la sed de los que buscan la verdad. Les escribo para que estén preparados. Pronto vendrá el tiempo en que todo lo que digo será revelado. Ay de aquellos que no acepten este misterio.

      El mundo pronto se convertirá en clemenciano y habrá excursiones santas a esta tierra, como aquellas que ocurrieron cuando la Abuela estaba viva. Que los santos musgos que tenía la Profeta Clemencia Osejo en sus benditas postas bendigan esta misión y los bendigan a ustedes, hermanos santalucenses.

      Hermanos, oren por mí, para que encuentre pronto al gran líder. Oren para que prediquemos otra vez en las paradas de buses, en los bares y en los parques. Oren para que sigamos anunciando las nuevas esperanzas en pleno desamparo y nuevos amparos en plena desesperanza, como antes de las acusaciones, como si nada terrible hubiera pasado.

      Ahora lean con devoción el primer sermón del Elegido y dejen que su alma beba de la gracia y se emborrache de este gozo.

      Homilías de gozo

       Primer sermón

      Más vale valiente vieja,

       que joven y pendeja.

       Proverbio clemenciano

      Amadísimos hermanos, por aquel tiempo, a mi Abuela la Profeta todavía no le habían salido aquellos horribles musgos en el cuerpo. Todavía Abuela y yo vivíamos en la vieja casona de los grandes milagros. Por aquel entonces recibíamos peregrinos de todo el mundo. Venían a llenarse de buenas vibras; venían, hermanos, a arreglar desarreglos y, sobre todo, a comer las ollecarnes que solo la anciana sabía preparar. Una vez satisfechos reposaban tres días y tres noches. No estoy mintiendo. Se los juro. En verdad lo digo. Los visitantes quedaban como resucitados y por eso la anciana fue conocida por aquel entonces como la Resucitadora de Santalucía. Algunos, por mala fe, le decían la Gran Reputeadora. Pero esos son los que dicen falsedades, hermanos míos, esos son los pecadores, los seguidores del Cocodrilo Leviatán, el enemigo.

      Abuela la Profeta, hermanos clemencianos, tenía fama más allá de las fronteras. Por eso los peregrinos, con gran devoción, llegaban de todas partes. Llegaban del sur, del norte, de abajo; llegaban, hermanos, incluso de los polos y el desierto y hasta hubo unos locos que afirmaban ser de otros planetas. Yo sé, hermanos, que esto no era verdad, pero quién sabe qué es cierto y qué no en este mundo de pesadillas. Lo cierto es que no comían carne y hablaban extrañas lenguas; pero eso sí, hermanos, en cuanto olían la carne con verduras –yuca, ñampí, chayote y tacacos– que preparaba Abuela la Profeta, les entraba una tentación tan irresistible que, en verdad lo digo, no podían evitar la tentación. Y he aquí, queridos hermanos, que entonces por obra y gracia de la ollecarne se convertían en clemencianos. Había que verlos devotos de aquella comilona, chupándose los dedos, que si no fuera porque yo sabía que aquello eran cosas de mi Abuela la Profeta y yo sabía que ella estaba enchufada con el que todo lo puede, hubiera pensado que eran posesiones leviatánicas. Hoy, hermanos, tengo claro que la ollecarne con la posta, la costilla y las verduras, son como el maná de la fe clemenciana. Dichosos serán por siempre los que coman de esta carne.

      Y sucedió entonces que algunos de los peregrinos se quedaban jugando ajedrez, dominó,