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© 1999 Penny Jordan Partnership
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor traicionero, n.º 1124- agosto 2020
Título original: A Treacherous Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1348-733-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
BETH dejó escapar un grito de incredulidad mientras observaba, cada vez más pálida, el contenido de la caja que acababa de abrir.
—¡Oh, no! —protestó desesperadamente mientras sacaba una copa de vino que acababa de desenvolver; una de las piezas de la cristalería que había encargado en el viaje que había hecho a Praga para comprar material.
De repente se sintió mareada.
Había invertido tanto en el pedido checo, y no solo estaba pensando en el dinero.
Tres horas después, con el suelo del almacén, situado detrás de la pequeña tienda que regentaba junto a su socia y mejor amiga Kelly Frobister, lleno de paquetes y piezas de la cristalería, su peor pesadilla se había hecho realidad.
Esas horrorosas piezas que tenía delante nada tenían que ver con la preciosa cristalería, reproducción de un modelo antiguo, que había escogido con tanta emoción y placer hacía ya varios meses en la República Checa. Ni pensarlo. El pedido que había recibido pero que jamás había hecho, quizá igualara en número de piezas al que ella había en realidad encargado, pero en el resto no se trataba más que de una horrenda parodia de la exquisita cristalería de la mejor calidad que había escogido y pagado personalmente.
Le resultaría totalmente imposible vender aquella monstruosidad. Sus clientes eran muy exigentes, y a Beth empezó a dolerle la tripa al pensar en el entusiasmo con el que había despertado el interés de algunos de sus mejores clientes al describirles el pedido y prometerles que convertiría sus cenas de Navidad en fabulosas imitaciones de una época pasada; una época de barroco veneciano y belleza bizantina.
¿Por aquel montón de basura era por lo que había puesto su pequeña tienda, sus finanzas y su reputación en peligro? La cristalería que le habían mostrado nada tenía que ver con la que tenía entre sus manos. ¡Nada en absoluto!
Febrilmente examinó otra de las piezas, esperando contra todo pronóstico que se hubiera equivocado al hacerlo. Pero no había habido ninguna equivocación. Todo lo que iba desempaquetando poseía las características de un trabajo mal hecho, de un cristal de calidad inferior y de un colorido burdo.
Debía haber habido un error. Beth se puso de pie. Tendría que llamar a sus proveedores y hacérselo saber.
Beth empezó a ponerse frenética al considerar la magnitud del problema que tenía entre manos. Tras la extrema tardanza que había acusado el pedido, había llegado justo a tiempo para las ventas navideñas.
En realidad, esa misma tarde había planeado vaciar las estanterías de sus existencias y sustituirlas por la cristalería checa.
¿Qué diantres iba a hacer?
Normalmente un problema de esa índole lo habría compartido inmediatamente con Kelly, pero las circunstancias en ese momento no eran normales. En primer lugar, cuando había decidido encargar la cristalería, había viajado sola a Praga. En segundo lugar, Kelly estaba, y con razón, mucho más preocupada con su nuevo marido y la relación que estaban construyendo que con la tienda, y ya se habían puesto de acuerdo para que de momento Kelly se colocara en un segundo plano en el negocio que habían montado juntas en la pequeña población de Rye on Averton, donde las chicas habían decidido trasladarse animadas por Anna Trewayne, la madrina de Beth.
Y en tercer lugar…
Beth cerró los ojos. Sabía que si tuviera que contarles a su madrina, a su mejor amiga, Kelly, o incluso a Dee Lawson, su casera, los problemas financieros y profesionales en los que se encontraba en esos momentos, sabía que las tres correrían en su ayuda, ofreciéndole toda su comprensión. Pero Beth era bien consciente que, de las cuatro, ella era la única que parecía siempre hacer las cosas mal, la que emitía juicios equivocados, la que acababa siempre siendo engañada, traicionada; la que siempre parecía una perdedora, una víctima…
Beth se estremeció