Jairo Campuzano Hoyos

Fabricato 100 años - La tela de los hilos perfectos


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las obras públicas y las crisis económicas de principios del siglo proletarizaron una cuantía de población rural y la desligaron de las faenas agrícolas.12

      Para comprender el contexto histórico en que nació Fabricato también es necesario agregar que, hacia los años de 1920, Colombia, en comparación con países como Argentina, México y Brasil, inició en forma tardía transformaciones modernizantes, como la construcción de una economía nacional integrada, fundada en redes ferroviarias que articulaban las regiones con el río Magdalena, la salida al mar Atlántico, la dinamización de la navegación de vapor por esta misma vía fluvial y la construcción de diversas instalaciones portuarias. De igual forma, se vivió un auge de inversiones estatales en la construcción de carreteras y obras públicas que unían regiones y poblados, comunicados de manera precaria desde la época colonial, en un país fragmentado por su quebrada geografía.

      Medellín se encontraba en un complejo proceso de transición, pues era evidente que pasaba de ser una villa grande con aire colonial a una ciudad moderna, con una emergente sociedad de consumo, cuyos gustos y costumbres empezaban a ser dictados por las industrias y el comercio por medio de la publicidad y la moda.13 Los ochenta mil habitantes que tenía la localidad hacia 1920 ocupaban la reducida zona más densa, que circundaba el parque de Berrío y sus inmediaciones rurales; estas últimas, bajo la presión urbanística, desaparecían para dar lugar a avenidas, barrios, fábricas y sistemas de transporte moderno y masivo, como el tranvía eléctrico y los automotores. Al norte del valle de Aburrá era más evidente la impronta campesina de pequeños poblados, como Bello, erigido municipio en 1913, con su propia planta eléctrica y una población de más de cinco mil habitantes, que derivaba su existencia del comercio y las actividades agropecuarias.14 La antigua toponimia de centros poblados del norte del valle de Aburrá recuerda las actividades económicas que marcaron su devenir histórico. Nombres como Hato Viejo (Bello), Girardota (Hato Grande), Copacabana (La Tasajera) y El Hatillo refieren los hatos ganaderos de la zona y la preparación de carnes saladas y tasajos para los distritos mineros del norte y el nordeste de Antioquia, desde la época colonial. Se trataba de un activo corredor de circulación comercial que vinculaba a la despensa agrícola y pecuaria del valle de Aburrá con la zona minera del norte de Antioquia y del país, hacia el río Magdalena y el mar Atlántico.

      El mayor protagonismo del mercado nacional, para la emergente industria, lo conformó la extendida capa de pequeños y medianos cultivadores de café del occidente colombiano, con sus benéficos efectos en otros sectores de la economía nacional. Ello significa que su sistema de producción, apoyado en la producción familiar y el trabajo independiente, generó un amplio grupo de campesinos con mayores ingresos, que sustentaban su capacidad de compra de productos manufacturados nacionales, entre ellos las telas y las confecciones, cuya masiva y continua demanda explica que el sector textil haya liderado en Colombia, como en otras sociedades capitalistas, sus nacientes procesos de industrialización.15

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      Muestras de telas enviadas al comerciante antioqueño José María Uribe Uribe por Enrico dell’Acqua & C., 31 de mayo de 1894. Archivo José María Uribe Uribe, Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT

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      “Soto, Tejedoras y mercaderas de sombreros nacuma en Bucaramanga. Tipos blanco mestizo i zambo”, 1850. Carmelo Fernández, acuarela sobre papel, 23 × 30 cm, F. Comisión Corográfica 133, Biblioteca Nacional de Colombia

      Desde antaño, los comerciantes importadores familiarizaron a las élites antioqueñas y a sectores medios con el gusto por las telas finas y mejor manufacturadas de Estados Unidos y Europa, en lo primordial de Lancashire y Manchester, en Inglaterra. Esta fue la cuna de la industria textil mundial. Paños, sedas, muselinas, terciopelos, linos o alpacas, organdí, géneros de lana o cachemir, tafeta, pantalones suizos de algodón, nansú (para fabricar ropa interior y pañuelos) y hasta pieles, zapatos de charol, sombreros de fieltro, guantes de cabritilla y miriñaques dieron estatus y ostentación a sus distinguidos portadores.

      Por su parte, entre los sectores populares de trabajadores, pobres en las ciudades y campesinos fueron más usuales las telas ordinarias y crudas de lana provenientes del altiplano cundiboyacense y de Quito, y las de algodón, fabricadas en la región de Santander y aun localmente,16 entre ellas: dril o “lienzo de la tierra”, jergas, bayeta, percal, manta o coleta cruda, zaraza o manta de algodón y hasta prendas de fique (como alpargatas y tapices) y de paja o esparto (como esteras y sombreros).

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      “Tejedor de ruanas en Cali. Provincia de la Buenaventura”, 1853. Manuel María Paz, acuarela sobre papel, 23 × 31 cm F. Comisión Corográfica 49, Biblioteca Nacional de Colombia

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      “Telar manual”, Santander. Ernst Rothlisberger. El dorado: reise- und kulturbilder aus dem sudamerikanischen Columbien. Stuttgart, Strecker und Schroder, 1929. Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT

      Hay que tratar de la calidad de los tejidos para comprender lo difícil que les resultaba a los artesanos nacionales competir con las fábricas inglesas. Hacia 1880, un cónsul británico comparó una tela nacional con una ordinaria importada y halló que la última tenía 18 × 18 hilos en cada cuarto de pulgada cuadrada, era de mayor calidad y resistencia, y más ancha (medía 27,5 pulgadas: 68,8 centímetros), mientras que la nacional apenas contenía 6 × 6 hilos en cada cuarto de pulgada cuadrada, se deshilachaba con facilidad por ser menos densa y era más angosta (22,5 pulgadas: 56,3 centímetros).17 Las telas nacionales se fabricaban en telares artesanales, que poco habían cambiado desde la época colonial, y su tejido resultaba del cruce perpendicular entre los hilos, lo que se denomina tejido plano. El tratamiento técnico del algodón para estas telas fue artesanal y limitado, de manera que el desmotado solía dejar las fibras sucias y con restos de semillas. A veces, estos tejidos burdos se teñían con añil o palo de Brasil, pero por lo común se dejaban crudos o con bordados de colores. Los cronistas de la época aducían que, con estos tejidos tan rústicos, sastres y modistas se enfrentaban a una labor titánica cuando, por encargo de sus parroquianos clientes, se trataba de imitar los sofisticados diseños de los figurines extranjeros. Sin embargo, parece que los productos de Cundinamarca y Boyacá no eran tan precarios, pues “ellos producen las acreditadas mantas y buenas telas de lana”.

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      Venta de fibras de fique. Ernst Rothlisberger. El dorado: reise- und kulturbilder aus dem sudamerikanischen Columbien. Stuttgart, Strecker und Schroder, 1929. Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT

      Las telas y ropas importadas fueron tan apetecidas por la gente acomodada de Medellín que, en medio de la escasez generada por la Guerra de los Mil Días (1899-1902), había en la ciudad todo un mercado de las pulgas manejado por dos distinguidas negociantes de la élite local, Concha y Altagracia. Cuenta Sofía Ospina de Navarro, esposa de uno de los socios de Fabricato, Salvador Navarro Misas, que las apetecidas prendas extranjeras eran trocadas por estas damas a cambio de lujosas antigüedades, de modo que “la pirámide de ropas [de sus clientas] iba creciendo por momentos, rodeada de zapatos, carteras, cuadros y terracotas”; un caballero local se llevó la sorpresa de que, al buscar su traje de etiqueta para una suntuosa cena, “descubrió que su smoking había sido entregado por su esposa al botín de Concha y Altagracia”.18

      Aun desde mediados del siglo XIX, los textiles importados ocuparon un importante margen del mercado nacional, lo que supuso el paulatino declive de los productores nacionales, sobre todo los de la región de Santander. En Antioquia, los productores constituían talleres de producción doméstica y familiar, y pequeños locales