Geffen tenía una energía formidable. «Nunca paraba», asegura Essra Mohawk, una aspirante a cantautora a la que Nyro adoptó. «Yo lo llamaba el elfo en patines. A mí me parecía que era gay, así que nunca me tragué aquello de que él y Laura fueran pareja. Me caía muy bien. Era muy agradable.» En mayo de 1968 Geffen dejó William Morris y entró a formar parte de la agencia de Ted Ashley, donde sus responsabilidades estaban vinculadas casi en su totalidad al mundo de la música. Cuando no estaba en California, recibía al menos una llamada diaria de Elliot Roberts, que normalmente tenía que ver con las carreras de Joni Mitchell y Neil Young.
Antes de que pasara un año, Geffen ya se había cansado de Ashley-Famous. Empezó a maquinar la creación no ya de su propia agencia, sino también de su propio sello discográfico y su propia compañía de management. Con una osadía nunca vista le propuso a Clive Davis que dejara su puesto de presidente de Columbia y se asociara con él, Geffen, en un nuevo sello. Davis no aceptó. En febrero de 1969, a punto de cumplir veintiséis años, Geffen dimitió de Ashley-Famous y lanzó David Geffen Enterprises. Antes, sin embargo, tenía por delante un gran reto: liberar a Crosby, Stills y Nash de sus contratos para que pudieran formar un nuevo grupo.
A principios de 1969, Crosby, Stills y Nash se tomaron un respiro de L.A. y se encontraban perfilando su nuevo material en una casa que tenía Paul Rothchild en Long Island. Durante su estancia fueron a Nueva York a formalizar su relación con David Geffen. Elliot Roberts voló desde L.A. para estar presente. Lo que CSN le propusieron a Geffen en su apartamento de Central Park South fue sellar un compromiso verbal sin papeles de por medio. Geffen se lo pensó un segundo y luego accedió. Clive Davis, que tenía en gran consideración el talento de tiburón de Geffen, soltó a David Crosby sin rechistar; más bien al contrario, estaba encantado de deshacerse del «Mal Pájaro». Davis recibiría a cambio al miembro de Buffalo Springfield Richie Furay y a su nuevo grupo Poco. Le costó más venderle la moto a Jerry Wexler, que se opuso con uñas y dientes a la petición de Geffen de que Atlantic liberara a Stephen Stills. Cuando Geffen fue a verlo, la reunión desató un resentimiento que se remontaba a una década atrás. Jerry, un cultivado jazzófilo que despreciaba a los agentes como si fueran parásitos, expulsó literalmente a aquel hombre más pequeño de su despacho.
«Conocía los logros de Jerry y acudí a él con el máximo respeto», se quejaría Geffen más adelante. «No digo que yo controlara totalmente mis emociones, porque no fue así. Pero es que Wexler ni me escuchó. Me trató como basura, a gritos y chillidos, y actuó como si fuera a robarle.» Mucho más astuta fue la respuesta de Ahmet Ertegun. El legendario cofundador de Atlantic fue algo más previsor que Wexler. ¿Qué puedo sacar de este chaval arrogante?, se preguntó. «Vi en él un genio en potencia como ejecutivo o empresario del mundo del espectáculo», declaró Ertegun en 1990. «Era muy brillante, muy rápido. Era más joven que yo y tenía buen olfato respecto al rumbo que tomaba la juventud en Norteamérica.»
Haciendo gala de todo su encanto propio de Park Avenue, Ahmet sedujo a Geffen, que se marchó pensando que aquel señor con perilla presidente de Atlantic era «el hombre más sofisticado, divertido y alentador que había conocido en mi vida». Al cabo de unas semanas, Crosby, Stills y Nash ya eran artistas de Atlantic. «Luego vi la devoción que Geffen les profesaba a sus artistas», reconocería Jerry Wexler. «Su grupo de poetas del rock californiano trabajaban para él sin contrato; confiaban en él hasta ese punto.» Pero los dos volverían a chocar de manera aún más desagradable.
Una vez sellado el acuerdo con CSN, Geffen decidió hacer de Los Ángeles su centro de operaciones. «Estaban pasando tantas cosas en California que era el único sitio donde instalarse», afirma. Teniendo en cuenta que Elliot Roberts ya estaba asentado allí construyendo una cantera de artistas, David sabía que era el momento perfecto para atacar. Ambos consolidaron su asociación una tarde mientras iban en coche a la casa de Carl Gottlieb en Gardner Street. «David paró el coche», comenta Roberts. «Luego se volvió hacia mí y me dijo: “Escucha, venga hagamos esto”.» Cuando Elliot se quejó tímidamente de que él había sido quien había hecho la mayor parte del trabajo sucio, David le dijo que se callara. «Sabes que conmigo ganarás el doble de dinero», le espetó.
Instalados en su flamante nueva oficina en el número 9130 de Sunset Boulevard, aquellos dos hombres se dedicaban a maquinar el destino de las damas y los caballeros del cañón. «Se corrió la voz de que había unos tíos de la industria musical que además eran seres humanos», observa Jackson Browne. «Crosby me dijo que Geffen era absolutamente brillante, pero que además podías confiar en él; y era cierto. David y Elliot hubieran hecho cualquier cosa por sus artistas. En una industria llena de caníbales, ellos eran como la infantería que se divisa acercándose desde la colina.»
«[David] tenía su manera de describirlo; decía que aquellas personas eran artistas sustanciales», recuerda Bones Howe. «Un artista sustancial es un artista que crea su propia música, la graba y la produce. Aquellas personas lo creaban y producían todo ellos mismos. Y a él aquel proceso lo tenía fascinado.» «Lo que realmente quería decir con “artistas sustanciales” era cantautores», afirma Geffen. «Gente autosuficiente.»
Geffen-Roberts eran un tándem aterrador, como Charlie Greene y Brian Stone, pero con credibilidad y Levi’s. Elliot era el sociable, el encargado de cuidar a nivel emocional a las estrellas sensibles; Geffen era el mago de las finanzas que se escondía entre bambalinas y les daba sopas con honda a los titanes más avispados de la industria musical. «Los dos nos volcábamos mucho en los artistas, pero de manera distinta», afirma Geffen. «Elliot se iba con ellos de gira y yo no. Yo me encargaba sobre todo de gestionar sus carreras y Elliot de pasar tiempo con ellos.»
Elliot Roberts y David Geffen en su oficina, 26 de octubre de 1971.
© Henry Diltz Photography & Morrison Hotel Gallery.
«De algún modo, Elliot era lo que le permitía a David tener tanto éxito, porque fue su gusto musical el que definió todo aquello», dice Ron Stone, que fue contratado por Geffen-Roberts para ayudar con la gestión de los artistas. «Elliot tenía una sensibilidad pasmosa para este tipo de música y tomó algunas decisiones de lo más lúcidas. Le perdono todas sus demás debilidades, porque para aquellas cosas tenía un toque de genialidad.»
«En las zonas de Laurel Canyon y Topanga, Elliot era el mánager fuera de lo común que vivía allí y no en Beverly Hills», dice Joel Bernstein. «La onda que desprendía el despacho de Elliot, con su escritorio vintage de madera, te daba la impresión de que se habían empapado totalmente del ambiente del cañón, de toda aquella renovada fantasía occidental.» Sin embargo, los clientes de Geffen-Roberts tenían muy claro cuál era el plan magistral de aquel dúo. «Elliot Roberts es un buen tipo», declaró David Crosby a Ben Fong-Torres. «Sin embargo, en su calidad de mánager, es capaz de mentirle a la cara a cualquiera, donde sea y cuando haga falta.» Y si Roberts no conseguía engañarte como a un primo, proseguía Crosby sonriente, «entonces te enviaremos a Dave Geffen, que se hará con toda tu empresa y la venderá mientras tú te vas a comer, ya sabes».
Pero para Geffen no todo se reducía al dinero. Había una parte de él que se alimentaba de los egos y las inseguridades de sus estrellas, y trataba por todos los medios de hacer que todo fuera perfecto para ellas. Lo que motivaba a David, que permanecía sobrio y centrado mientras sus artistas se daban el gusto de desparramar, no era solo su propia inseguridad, sino también una codependencia voraz.
«Puede que David quisiera tener un negocio con éxito», afirma Jackson Browne, «pero también quería formar parte de una comunidad de amigos. Pasó a ser nuestro paladín, y años más tarde —después de hacer mucha terapia— consiguió por fin superar aquella necesidad de cuidar de la gente en detrimento de su propia vida.» Entretanto, había mucho ego frágil del que ocuparse y mucho talento extraordinario por explotar.
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