George Orwell

1984


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      Sobre este libro

      Última y más perdurable obra de George Orwell, por su magnífico análisis de los mecanismos internos del poder y de las relaciones y dependencias que crea en las personas, 1984 es una de las novelas más inquietantes y atractivas del siglo XX.

      Índice

       Sobre este libro

       1984

       Parte 1

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       Parte 2

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       Parte 3

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       Apéndice

       Sobre el autor

Orwell, George1984 / George Orwell.–1a ed.–Gualeguaychú : Tolemia, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descargaISBN 978-987-3776-22-91. Narrativa Inglesa. 2. Novelas Fantásticas. I. Título.CDD 823

      Fecha de catalogación: Abril de 2021

      © 2021 by Ediciones Tolemia

      ISBN 978-987-3776-22-9

      Hecho el depósito que marca la ley 11.723

      Impreso en Argentina. Printed in Argentina

      Reservados todos los derechos, incluso el de reproducción en todo o en parte, en cualquier forma.

      1984

      George Orwell

      Traducción Angela Stockdale

Parte 1

      I

      Era un frío y luminoso día de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la mandíbula clavada en el pecho en su esfuerzo por evitar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez como para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

      El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a alfombras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para encontrarse en un interior, se encontraba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de ancho: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años, con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. Solía estar fuera de servicio y en esta época la corriente se cortaba durante las horas de día, una de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Debía llegar al séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y várices ulceradas por encima del tobillo derecho, subió lentamente, deteniéndose varias veces. En cada descanso, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos lo siguen a uno dondequiera se encuentre. el gran hermano te vigila, decían las palabras al pie.

      Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una oblonga placa de metal, una suerte de espejo empañado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y el volumen de la voz disminuyó, aunque las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento (llamado Telepantalla) podía ser amortiguado, pero no había manera de apagarlo. Winston fue hacia la ventana: una figura pequeña y frágil cuya delgadez resultaba realzada por el mono azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello muy rubio, una cara sanguínea y la piel pulida por un jabón malo, las romas hojas de afeitar y el frío de un invierno que acababa de terminar.

      Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle abajo se formaban pequeños torbellinos de polvo y viento. Los pedazos de papel subían en espirales y, aunque el sol brillaba y el cielo se veía intensamente azul, nada parecía tener color a no ser los carteles pegados por doquier. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente había uno de estos cartelones. el gran hermano te vigila, decían las grandes letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston. En la calle, en línea recta con aquél, había otro cartel roto por un pico, que flameaba espasmódicamente azotado por el viento, alternativamente cubriendo y descubriendo una sola palabra: ingsoc. A lo lejos, un helicóptero pasaba entre los tejados, se quedaba un instante colgado en el aire y luego volvía a lanzarse en un vuelo curvo. Era de la patrulla de policía encargada de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas. Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que importaba verdaderamente era la Policía del Pensamiento.

      Detrás