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FEDERICO GARCÍA LORCA
IMPRESIONES Y PAISAJES
Edición de
Jesús Ortega y Víctor Fernández
Ilustraciones de Alfonso Zapico
BIBLIOTECA NUEVA
INTRODUCCIÓN
EL NACIMIENTO DE UN ESCRITOR
Libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida.
Retrato del artista adolescente, james joyce, 1916
I
LA VIDA
Víctor Fernández
El 28 de mayo de 1932 Federico García Lorca llegó a Salamanca para impartir una conferencia sobre el cante jondo. La charla era también una excusa para regresar a una ciudad a la que no había vuelto desde que paseó por sus calles en compañía de Martín Domínguez Berrueta, uno de sus maestros en la Universidad de Granada. La relación con Berrueta no había acabado muy bien a raíz de la publicación en 1918 de Impresiones y paisajes, el primer libro de García Lorca, donde se describían sus viajes de estudios con el profesor. Precisamente entre el público de aquella velada literaria se encontraba Luis Domínguez-Guilarte, hijo de don Martín, quien no había vuelto a saber nada de Lorca desde que este rompiera con su padre. Hablaron. «No puedes figurarte cuánto me he acordado esta noche […] del pobre don Martín. Le recuerdo con mucha frecuencia».1 El encuentro afectuoso con el hijo de Berrueta fue el modo que encontró Federico, tantos años después, de reparar el dolor causado al profesor por la publicación de un libro que entonces pasaría casi desapercibido y que hoy, cien años después, es el fascinante punto de partida de una de las trayectorias más extraordinarias de las letras universales del siglo XX.
Encontramos en unas páginas de José Mora Guarnido, escritas mucho después, en el exilio tras la Guerra Civil, un buen retrato de cómo era el joven poeta alrededor de 1918:
[…] me parece estarlo viendo aún con su pálido rostro moreno, las espesas cejas y los ojos brillantes, la negra corbata de lazo agudizado hacia el mentón como de niño de vidriera bizantina y un femenino lunar sobre el labio —sello de herencia materna—, una sonrisa impregnada de simpatía… Le apretaba el cabello negro y lustroso, tolerable melena de «artista», un negro sombrerito de ala tan flexible que se estremecía al viento como un ala de mariposa enorme, y vestía de oscuro, con corrección de estudiante de buena familia.2
El joven Lorca vivía en una Granada que rara vez se ponía del lado de la modernidad. La ciudad seguía estancada en la contemplación de un lejano esplendor cultural que con el tiempo había envejecido demasiado. El espíritu de renovación residía en un grupo de jóvenes que solían reunirse en tertulia en el café Alameda. Entre sus miembros se encontraban artistas plásticos como Hermenegildo Lanz o Manuel Ángeles Ortiz, y letraheridos como Francisco Soriano Lapresa, Miguel Pizarro, Melchor Fernández Almagro, Antonio Gallego Burín, los hermanos José y Manuel Fernández-Montesinos y Constantino Ruiz Carnero. Junto con su hermano Francisco, Federico García Lorca formó parte activa del Rinconcillo, pues así se dio en llamar a aquel grupo.
Para los compañeros del Rinconcillo, Federico era el músico, un apasionado pianista con dotes para poder desplegar un brillante futuro profesional. En este sentido fue inestimable el apoyo de su maestro de piano Antonio Segura Mesa. Autor de olvidadas óperas y zarzuelas, Segura Mesa fue uno de los primeros en ver el talento de Federico como compositor e intérprete. Eso lo convirtió en un apoyo imprescindible para un joven artista que veía en la música el mejor vehículo con el que expresarse artísticamente. Sin embargo, la muerte en 1916 de Segura Mesa acabó con los sueños del muchacho. En una nota autobiográfica redactada años más tarde para un compañero de estancia en Nueva York, encontramos estas palabras en tercera persona: «Como sus padres no permitieron que se trasladase a París para continuar sus estudios iniciales, y su maestro de música murió, García Lorca dirigió su (dramático) patético afán creativo a la poesía».
Pero sería injusto cargar en la muerte de Segura Mesa, sucedida el 29 de mayo de 1916, toda la responsabilidad del cambio de orientación artística de Federico García Lorca. Los viajes de estudios con su profesor Martín Domínguez Berrueta, a quien le gustaba que sus discípulos salieran del aula, fueron igualmente decisivos. Don Martín había nacido en Salamanca en 1869 y fue en Granada donde se convirtió en uno de los actores principales en la vida del primer Federico. Su método educativo, hasta cierto punto deudor de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, invitaba al alumno a tener una participación activa en su educación universitaria. Cuando Lorca se convirtió en alumno de Letras y Derecho durante el curso 1914-1915, don Martín ya era profesor de Teoría de la Literatura y de las Artes. Para este viejo maestro, el alumno debía enfrentarse directamente con la obra de arte, debía visitar cuando fuera posible la pequeña iglesia románica o el gran templo gótico para poder conocer de primera mano todo su esplendor, toda la belleza que se escapa en las descripciones de caducos libros de texto.
Y eso es lo que ocurrió el 6 de junio de 1916 cuando Berrueta se llevó de viaje a un pequeño grupo de alumnos, entre los que se encontraba el poeta, con destino a unas pocas y señaladas localidades andaluzas. En Baeza hará dos buenos amigos: Lorenzo Martínez Fuset y María del Reposo Urquía. Con ambos mantendrá una relación epistolar, aunque en el primer caso no conocemos las cartas escritas por Lorca sino las que recibió. Por ellas podemos intuir las impresiones de un viaje que se extendió por Úbeda, Córdoba y Ronda. Sobre la penúltima ciudad, uno de los escenarios fundamentales de algunas de las más celebradas composiciones lorquianas, sabemos algo más por esta carta de Fuset enviada a Lorca desde Baeza el 13 de junio de 1916:
Mi muy apreciable amigo Federico: Aunque no empiezo la carta como si fuera un pareado, sin embargo la empiezo y esto es lo principal. Ante todo te encargo que me dispenses el escribirte a máquina pues esto es debido a que de esta forma soy menos lacónico y cabe más, siendo esto lo que a ti te gusta de una gran manera y entre que me digas lacónico o que me digas que te escribo a máquina, prefiero esto último. Me extraña que te guste esto más que Córdoba pues yo creo que Córdoba es más bonito que esta ciudad de sabor antiguo.3
Del paso de los jóvenes viajeros con su profesor hay rastros en algunos periódicos de la época sorprendidos del pedagógico ejercicio de Berrueta. Lorca es, a lo largo de estas visitas, el músico, el que sorprende al auditorio con su talento ante el piano, además de como compositor. Sabemos que durante esas excursiones interpretó incluso temas propios que promete entregar a sus nuevos amigos. En este sentido, Martínez Fuset le reclama en otra carta:
mi hermana espera con verdadera impaciencia las composiciones musicales acerca de lo de «Murmullos en la Alhambra». Sepan que el propietario soy yo y que tengo muchos compromisos contraídos para tocarlo y no digo nada del tango cuando lo tarareo. Lo de «La sonata de la nostalgia» desde ahora te digo que es una cosa admirable, pues tú sabes que nuestros gustos coinciden y basta que a ti te guste para que a mí me sea lo mismo. Mora se puede quedar con sus letras, a pesar de que estas son buenas pues no se puede esperar menos de tan afamado periodista.4
En el otoño de ese mismo 1916, Berrueta volverá a contar con sus alumnos para continuar viajando, en esta ocasión por El Escorial, Ávila, Medina del Campo, Salamanca —donde podrán conocer a Miguel de Unamuno—, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo, León, Burgos, Segovia y Madrid. A sus padres les informa en cartas puntualmente de estas rutas estudiantiles con gran entusiasmo:
Queridísimos padres: Estoy ya en Burgos y muy contento porque nos han recibido espléndidamente y estamos ya de banquetes hasta los pelos. Que vamos a la Diputación, pues un banquete; que al Ayuntamiento, pues banquete, y así por todas partes. D. Martín es aquí el amo, no sabéis lo que lo quieren todos los señores estos. Hemos comido como marqueses, con diputados y el alcalde en sus casas con su familia… en fin, lo grande.5
A su regreso a Granada, en el equipaje de Federico hay numerosas cuartillas de sus notas sobre esos paseos con Berrueta. Un testigo de excepción de esos días, José Mora Guarnido, recordaría tiempo después que «el tierno temperamento del artista sintió la necesidad de expresar sus emociones, y el instrumento que por el momento manejaba con mayor