Adriana María Suárez Mayorga

Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910


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época; de hecho, según Víctor Alberto Quinche, citado por Cruz (2011a), “el ideario federalista anglosajón penetró en las mentes de los estudiantes del Colegio del Rosario, que se convertirían en dirigentes políticos radicales, por medio de la lectura de Tocqueville que hacía Florentino González en sus Elementos de ciencia administrativa (1840)” (p. 118).

      39 Mouchet (1960) asevera que Florentino González llegó a la Argentina en 1868 (p. 84). El fallecimiento del neogranadino se produjo en Buenos Aires “el 12 de enero de 1875” (Tanzi, 2011, p. 89), y sus restos fueron repatriados en “noviembre de 1933” (Mouchet, 1960, p. 85).

      40 Tanzi (2011) asegura que “el 27 de agosto de 1855”, Domingo Faustino Sarmiento se inscribió para dar gratuitamente la cátedra de “Derecho Constitucional”, pero no “hay constancias” de que “se hubiera dictado dicho curso” (p. 87).

      41 Coincidiendo con el neogranadino, Domingo Faustino Sarmiento pensaba que “municipio, descentralización y democracia” eran “tres elementos interpenetrados” (Ternavasio, 1992, p. 61).

      42 En su lenguaje: “Es muy posible que los privilegiados traten de guardar para sí la facultad de ejercer el sufragio y que no sean muy celosos de proporcionarlo á los que no tienen los medios de adquirirlo. Fácil es decir que la sociedad debe proporcionarles esos medios, educándolos; pero no me parece el mejor camino de llegar á ello, dando solamente á los instruidos el encargo de intervenir en la elección de los gobernantes; pues es muy probable que estos sientan mayor interés en mantener en la ignorancia á los excluidos á causa de ella, que en impartirles las luces que los harian hábiles para el sufragio” (González, 1871, p. 118).

      43 Un interrogante que surgió dentro de su reflexión era si la mujer era apta para sufragar, cuestión a la que respondió diciendo que, siendo tan capaz como los varones “para ocuparse en los negocios públicos”, “no [había] razón para excluirla del manejo de ellos” (González, 1871, p. 124).

      44 Florentino González se oponía a que fueran los ciudadanos los que solicitaran “ser inscritos en un registro para poder ejercer el sufragio” porque, según él, esto generaba que “el número de electores inscritos [fuera] muy inferior al de los individuos que la sociedad [designara] como encargados de elegir los gobernantes” (González, 1871, p. 137). Al respecto aseveraba, tomando en consideración la experiencia argentina y chilena, que solo se inscribían “aquellos á quienes [algún] circulo, clubs, ó clica [inducía] á ello para que [pudieran secundar] sus propósitos” (p. 137).

      45 Los extranjeros que cumplieran estas cláusulas asimismo podrían votar para elegir a los “jueces de las córtes del distrito y del tribunal supremo”, pero no podían ser elegidos para estos cargos (González, 1871, p. 470).

      46 Una gran parte de las redes clientelares que se fraguaron en la época se dieron a causa de la empleomanía, es decir, del uso de los cargos públicos como medios para conformar una maquinaria electoral. Sabato (1995) comenta, para la esfera porteña, que este accionar no supuso simplemente el intercambio de “un puesto por un voto”, sino que implicó la organización de un entramado complejo que involucraba “jerarquías laborales y políticas” en las que “los trabajadores/votantes formaban la base y los capataces/caudillos los escalones intermedios” (p. 123).

      47 Este autor cuestiona la concepción apolítica de la administración, arguyendo que es más conveniente contrastar administración con gobierno que con política, pues así el discurso se desplegaría “en un mismo nivel de conocimiento” (Hernández Becerra, 1981, p. 28).

      48 Maurice Hauriou (1856-1929) fue uno de los principales exponentes de este postulado.

       Capítulo 2 | Los cimientos de la Regeneración

      ¿Qué hay de común entre el Departamento de Santander de hoy y el Estado de Santander de aquel caporal que autorizaba o encubría las bucaramangadas de septiembre […]? […]

      No negamos que todo cuanto se hace en las regiones administrativas no es la perfección; pero, ¿dónde está en el mundo el gobierno intachable? Todos cometen faltas, todos tienen oposición delante, sin excluir el inglés ni el norteamericano que pasan por modelos, especialmente el primero.

      En esta materia la perfección es relativa, comparativa; y sólo estando ciegos de alma y de cuerpo podrá ponerse en tela de duda el inmenso progreso cumplido a la sombra de la Regeneración tal como ha sido practicada por sus mandatarios. Seis años más de esfuerzos bien intencionados adelantarán seguramente la obra emprendida. (Núñez, 1946, pp. 252-253)1

      La primacía que adquirió Bogotá en función de su capitalidad durante el lapso que va de 1886 hasta 1910 hace de ella un escenario idóneo para examinar la relación poder local-poder central que se produjo en el marco del centralismo instituido durante la Regeneración. Teniendo en cuenta lo anterior, en el presente capítulo se analizará ese nexo desde dos ángulos: por un lado, examinando cuál fue la lógica política que permeó la legislación expedida y las acciones puestas en marcha en lo concerniente a la esfera municipal, y, por el otro, dilucidando cuáles fueron las maniobras, las componendas y las estrategias que se maquinaron en la urbe con el propósito de mantener la injerencia del Gobierno sobre el entramado bogotano.

      La explicación de ambos procesos constriñe a examinar el pensamiento político de los líderes del movimiento regenerador, en aras de entender el atraso exteriorizado por la ciudad desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX. Tal como lo acreditan las fuentes recopiladas, quienes la visitaron o vivieron en ella durante los años en estudio con frecuencia describieron su damero utilizando la palabra muladar. Inclusive, los viajeros extranjeros que arribaron a la urbe a principios de la década de 1880, al observar que no tenía una infraestructura acorde con su calidad de capital nacional resolvieron entonces exaltarla por aquello que no era visible a los ojos, pero sí al espíritu.

      Inicialmente podría pensarse que con el advenimiento del régimen centralista este decurso cambió, pero lo cierto es que los problemas de insalubridad, inseguridad, falta de agua, etc., persistieron, con el agravante de que las necesidades de la población fueron en aumento. La consecuencia más palpable de ello fue que algunos letrados terminaron trazando un paralelo entre el deplorable aspecto que revelaba la capital colombiana y la degradación en la que se hallaba el país debido a la intolerancia política de los regeneradores.

      La crisis generalizada en la que se sumió la patria al entrar al siglo XX generó a la postre que tanto desde la prensa como desde la academia se registrara un interés porque la administración municipal bogotana pusiera atención a ciertos elementos (la instrucción pública, la planificación, el carácter técnico de la gestión urbana) que eran indispensables para situar a Bogotá a la altura de las grandes capitales hispanoamericanas de la época.2 La tendencia de los lustros siguientes sería hallar la manera de crear los canales administrativos apropiados para alcanzar los adelantos materiales que se precisaban para demostrar, empíricamente, que la aspiración de modernización urbana podía ser una realidad.

      Los problemas suscitados en razón del sistema político instituido por el liberalismo radical originaron que en los años setenta de la centuria decimonónica existiera “un cierto consenso” en el país “sobre la necesidad de introducir algunas reformas” a la Constitución de 1863, con miras a “moderar los excesos del federalismo” (González González, 2006, p. 63).

      La carta magna firmada en Rionegro se había cimentado en la idea de restarle poder al gobierno nacional con el fin de conjugar la amenaza de una dictadura; sin embargo, tan pronto fue superado este riesgo, un grupo de radicales —denominado el Olimpo Radical— formó una “red de relaciones políticas” (González González, 1997, p. 45) para intentar “suplir la debilidad del gobierno impuesta por la Constitución” mediante el afianzamiento “de una maquinaria política que coaligaba a sus seguidores y aliados en las regiones”, permitiéndoles de esta manera obtener “el