Морис Леблан

Arsène Lupin. Caballero y ladrón


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      Título original: Arsène Lupin gentleman-cambrioleur

      Dirección editorial: Marcela Aguilar

      Edición: Gonzalo Marín

      Traducción: Javier Dávila

      Coordinación de diseño: Marianela Acuña

      Diseño: Cristina Carmona y Perla Carrizales

      © 2021 VR Editoras, S. A. de C. V.

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      e-mail: [email protected]

      Primera edición: abril de 2021

      Todos los derechos reservados. Prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos,las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma, sin previaautorización escrita de las editoras.

      ISBN: 978-987-747-716-0

      ISBNe: 978-987-747-734-4

      Impreso en México en Litográfica Ingramex, S. A. de C. V. Centeno No. 195, Col. Valle del Sur, C. P. 09819 Alcaldía Iztapalapa, Ciudad de México

      Índice

       La detención de Arsène Lupin

       Arsène Lupin en prisión

       La fuga de Arsène Lupin

       El viajero misterioso

       El collar de la reina

       El siete de corazones

       La caja fuerte de madame Imbert

       La perla negra

       Herlock Sholmès llega demasiado tarde

      1

      La detención de

       Arsène Lupin

      ¡Qué viaje tan extraño! ¡Y, sin embargo, había comenzado tan bien! En lo que a mí respecta, jamás había emprendido ninguno que se hubiera anunciado con tan felices auspicios. El Provence es un trasatlántico veloz, cómodo, gobernado por el hombre más amable. Ahí se reunía lo más selecto de la sociedad. Se trababan relaciones, se organizaban esparcimientos. Teníamos esa impresión exquisita de quedar separados del mundo, entregados a nosotros mismos como si estuviéramos en una isla desconocida y, por lo tanto, obligados a acercarnos los unos a los otros.

      Y eso hicimos...

      ¿Se dan cuenta de lo original e imprevisto de esta reunión de seres que apenas se conocían, y que durante algunos días vivirían entre el cielo infinito y el mar inmenso lo más íntimo de la vida, desafiando juntos las iras del océano, el asalto terrorífico de las olas y la calma angustiante de las aguas dormidas?

      En el fondo, se vive la propia existencia como una especie de reducción trágica, con sus borrascas y sus grandezas, su monotonía y su diversidad. Quizá por eso mismo se experimenta con una premura enfebrecida y una voluptuosidad mucho más intensa porque en este corto viaje se avizora su fin ya desde el comienzo.

      Ahora bien, desde hace unos años sucede algo que se suma a las emociones de la travesía. La pequeña isla flotante está ligada de todos modos al mundo del que se creía libre. Queda en alta mar una conexión que no se revela sino poco a poco y que, paulatinamente, se renueva. ¡El telégrafo! Envía de la forma más misteriosa noticias desde otro universo. No cabe imaginarse cables de acero, por cuyas cavidades discurre el mensaje invisible. Se trata de un misterio todavía más insondable y también más poético. Para explicar este nuevo milagro hay que recurrir a las alas del viento.

      Por eso, en las primeras horas nos sentimos seguidos, escoltados y aun precedidos por esta voz lejana que cada tanto le murmura a uno de nosotros algunas palabras emitidas en tierra firme. Dos amigos me llaman. Otros diez o veinte se despedirán de nosotros a través del aire, unos entristecidos y otros alegres.

      Pero al segundo día, a quinientas millas de las costas francesas, en una tarde tempestuosa, el telégrafo nos transmitió lo siguiente:

       Arsène Lupin a bordo, primera clase, rubio, herida en el antebrazo derecho. Viaja solo con el nombre de R...

      Justo en ese instante, un violento relámpago iluminó la oscuridad del cielo. Las ondas eléctricas se interrumpieron. El resto del despacho se perdió. Solo supimos la inicial del nombre con el que se ocultaba Arsène Lupin.

      Si se hubiera tratado de cualquier otra noticia, no dudo en absoluto de que los encargados de la cabina del telégrafo hubieran guardado celosamente el secreto, lo mismo que el comisario de a bordo y el capitán. Pero se trataba de uno de esos sucesos capaces de violentar la discreción más estricta. El mismo día, sin que nadie pudiera decir cómo se fugó la noticia, todos ya sabíamos que el famoso Arsène Lupin se escondía entre nosotros.

      ¡Arsène Lupin entre nosotros! El escurridizo ladrón del que los periódicos contaban sus hazañas desde hacía meses. El enigmático personaje que se había batido en un duelo a muerte con el viejo Ganimard, nuestro mejor policía. Arsène Lupin, el caprichoso caballero que operaba en castillos y salones, y que una noche se introdujo en la mansión del barón Schormann y salió con las manos vacías, dejando su tarjeta de presentación con una nota:

       Arsène Lupin, caballero ladrón, volverá cuando el mobiliario sea genuino.

      Arsène Lupin, el hombre de los mil disfraces: unas veces chofer; otras, tenor, editor, niño bien, adolescente, anciano, vendedor viajero marsellés, médico ruso, torero español. Por eso hay que entender bien esto: Lupin iba y venía por el espacio limitado de un trasatlántico. ¡Peor aún! En este rincón estrecho de primera clase donde uno se tropezaba todo el tiempo con los demás, en el comedor, en la sala, en el salón de fumadores. Arsène Lupin era tal vez ese señor... o aquel... o mi vecino de mesa... o mi compañero de camarote...

      –Y esta situación va a durar todavía cinco veces veinticuatro horas –se quejó al día siguiente miss Nelly Underdown–. ¡Es intolerable! Ojalá lo detengan.

      Y luego agregó dirigiéndose a mí:

      –Usted, monsieur d’Andrésy, que se lleva tan bien con el capitán, ¿no sabe nada?

      ¡Me hubiera encantado saber cualquier detalle para complacer a Nelly! Era una de esas magníficas criaturas que dondequiera que estén se convierten en el centro de atención del lugar. Su belleza deslumbra tanto como su fortuna. Son mujeres que tienen una corte de admiradores entusiastas.

      Miss Nelly fue educada en París por una madre francesa y ahora iba a reunirse con su padre, el acaudalado señor Underdown de Chicago. La acompañaba una de sus amigas, lady Jerland.

      Desde el primer momento me propuse cortejarla, pero en la rápida intimidad del viaje su encanto me trastornó. Y, cuando sus ojos negros se encontraban con los míos, me sentía demasiado emocionado como para un simple coqueteo. Al mismo tiempo, ella recibía favorablemente mis atenciones. Se reía de mis ocurrencias y se interesaba en mis anécdotas. A mi entender, correspondía con cierta simpatía a la solicitud que