Eduardo Valencia Hernán

La huerta de La Paloma


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nada nuevo, yo me voy a la casa de Gregorio, pues está convocada una reunión del Comité de Defensa para dentro de un rato ¿Vienes conmigo, Paco?

      —Sí, Buenaventura —responde el compañero Ascaso—, y creo que llegamos tarde. ¿Te acuerdas del número?

      —Creo que está en la esquina entre la calle Pujadas y Espronceda. A ver, espera… Sí, es el doscientos setenta y seis. Por cierto, ¿quién nos lleva?

      —Uno de aviación que está destinado en el aeródromo de El Prat. El teniente Meana… Servando, creo que se llama… No te preocupes, es de confianza.

      —¿Sabéis algo de los cuarteles de San Andrés? —pregunta García Oliver.

      —Creo —responde Durruti— que los militares no aprobarán tan amablemente a cedernos los fusiles que les pedimos. Tendremos que esperar a que salgan y presionarlos para que cedan. Eso si tenemos suerte y no nos liquidan antes. Tenemos que conseguir esos veinticinco mil fusiles que tienen en el cuartel. ¡Hay que conseguirlos como sea!…

      —Por cierto. ¿Qué dice ese teniente? ¿Crees que cuando se arme el lío la aviación actuará en nuestro favor?

      —Según dice él —responde Ascaso—, la situación está controlada. Esta mañana ha hablado con el jefe de la base y le ha comentado que «como la tropa salga de los cuarteles, la aviación atacará contra los insurrectos».

      —¿Cómo se llama su jefe? —insiste Durruti.

      —Díaz Sandino. Teniente coronel Díaz Sandino.

      —De acuerdo, pero no hay que fiarse de nadie. Son militares y en el fondo todos son iguales.

      Durruti y los suyos lo tienen todo preparado. Saben que las horas siguientes van a ser interminables, aunque están contentos por el trabajo efectuado. Ha dado órdenes de dejar salir de los cuarteles a la tropa. Fuera de los muros del cuartel el entorno les será más hostil. Tienen controladas hasta las alcantarillas y el tendido eléctrico, por si hiciera falta un apagón oportuno. El viernes pasado asaltaron varios barcos en el puerto en busca de armamento, el Manuel Arranz, el Uruguay, el Argentina y el Marqués de Comillas, todos fueron registrados, aunque con resultados casi infructuosos.

      18. Buque prisión estacionado en el puerto de Barcelona.

      Palacio de la Generalitat.

      Primeras horas de la mañana del sábado ١٨ de julio

      Federico Escofet, comisario general de Orden Público de la Generalitat, hace días que no duerme con tranquilidad. Viste de paisano, aunque se le haya repuesto en su antiguo cargo de capitán de caballería por el Gobierno del Frente Popular.

      Desde el 6 de octubre de 1934, a raíz de la intentona golpista encabezada por el presidente Companys y animado por un elevado grupo de catalanistas enfervorizados, vive en un auténtico calvario dentro del estamento militar por su más que comprometedora actitud ante los sublevados en esos días. El rechazo de sus compañeros de armas, mayoritariamente adscritos a la UME, es notoria. Se le considera un traidor pues, al fin y al cabo, fue condenado a muerte y expulsado del Ejército.

      Su nueva ocupación no le permite mucho tiempo para la reflexión y el desánimo. Está en permanente contacto con su jefe directo, el propio Companys. Este es su protector más directo, a quien le aconseja y le informa de los últimos movimientos tanto en la calle como en los acuartelamientos. En sus archivos tiene almacenados infinidad de documentos comprometedores referidos a militares, políticos, familias de renombrado prestigio, estudiantes e incluso futbolistas. Todos comprometidos de alguna forma con la más que probable sublevación militar.

      —Buenas tardes, Escofet. ¿Alguna novedad desde nuestra última conversación?

      —Buenas tardes, señor president. Las noticias que van llegando desde África no pueden ser más desalentadoras. Desde ayer por la tarde todo el protectorado se ha levantado y solo permanecen fieles Tetuán o, por lo menos, el alto comisario Arturo Álvarez Buylla. En Madrid todo es confusión y silencio, como si todo el mundo estuviera esperando lo que estábamos sospechando desde hace meses.

      —Bueno —responde Companys—, no dramaticemos más de lo necesario. Lo importante es que no perdamos el control ni la serenidad en estas horas tan cruciales. ¿Se ha puesto en contacto con el general Llano de la Encomienda?

      —De esto mismo quería hablarle, señor. Creo que en principio podemos contar con él, pues es un republicano convencido y, según tengo entendido, también masón como Azaña; sin embargo, da la sensación de que no es consciente de lo que se está cociendo a su alrededor. Aun así, no podemos olvidar que quienes mandan en los regimientos y las compañías no son los generales sino los coroneles y capitanes, muchos de ellos afiliados a la UME, y es a través de esta asociación corporativa donde pienso que vendrán las instrucciones de movilización. Creo, señor, que es recomendable que por su seguridad se traslade usted junto a su gabinete aquí a la comisaria de Layetana con la máxima discreción y envíe a su familia y parientes más cercanos a otros domicilios que no estén controlados por los anarquistas ni por los servicios de seguridad del Ejército.

      —¿De verdad cree que la situación lo exige?

      —No le quepa la menor duda. Las próximas horas serán críticas en toda España y no podemos fiarnos ni contar con nadie. Hace dos días todavía guardaba cierta esperanza. Hoy me temo que la sublevación en la península es inminente.

      —¿Alguna incidencia destacable de la huelga de transportes?

      —Hay algunos conatos de violencia —responde Escofet—. Con esos de la FAI y de la CNT no podemos transigir, pues son realmente peligrosos, incluso se han atrevido a asaltar algunos barcos que están en el puerto en busca de armas y munición. El comandante Guarner ha ido con una compañía de asalto al sindicato de transportes para intentar recoger las armas, aunque creo que con poco éxito. Ha estado a punto de armarse una buena si no es por Durruti y García Oliver, que se han enfrentado con sus propios compañeros a riesgo de recibir un disparo. Creo que también se huelen lo que se está tramando y quieren estar preparados para la defensa…

      —¿De qué se ríe, Escofet?

      —Es curioso, señor president, jamás podría imaginar el tener a los anarquistas de nuestro lado, aunque nunca estaremos seguros sobre de qué bando están.

      —Eso digo yo. En cualquier caso, siempre tendremos a la Guardia Civil, ¿verdad? ¿No lo cree usted así, Escofet?

      —¡Y encima la Guardia Civil! Esto suena a chiste, pero sin ninguna gracia… Con todos los respetos. En estos momentos no nos podemos fiar de nadie. Eso sí, son disciplinados y obedientes al mando y, mientras Pozas esté de nuestro lado en Madrid y el general Aranguren aquí en Barcelona, no creo que los coroneles Brotons y Escobar nos vayan a crear problemas. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los mandos inferiores, sobre todo el comandante Recás y el capitán Pin, aunque los capitanes Lara y Moreno Suero casi seguro que están con nosotros. De todos modos, pronto lo sabremos, tengo entendido que tienen convocada una reunión en el cuartel de Ausias March en las próximas horas, donde creo que decidirán su papel en este conflicto. Espero que en ese momento salgamos de dudas.

      —Bien, bien —agiliza el president—. Atenderé sus recomendaciones y me pondré en contacto con el Conseller de Gobernación (Josep M.ª España) para que prepare el traslado.

      —Comunicaré a Guarner su inminente llegada.

      —Pasemos a otro tema. ¿Tiene preparado el informe que le pedí sobre la situación y control de los estamentos militares? Ya sabe que es esencial tener la máxima información de primera mano.

      —Bueno, tenemos serias sospechas de que en el regimiento de infantería Badajoz 13, el que está en Pedralbes, y el de Alcántara 14, el que está al lado de la Ciutadella, parte de su oficialidad están preparados para el golpe; también los de Caballería de Santiago 3 y Montesa 4 creemos que están por sublevarse.

      —O sea, por lo que me está