me mandas varios mensajes para despertarme. No le pares a la hora. Me escribes, me repicas, lo que sea. Todo va a estar bien.
(23:27) Fernando: ¿Ya estás cruzando? ¿Estás cerca de Arica? Alexánder: … Fernando: Niño, responde, por fa. Alexánder: Te llamo cuando llegue, reza por mí. Fernando: ¿Dónde están ahoritas? ¿No han comenzado a cruzar? Alexánder: No empieces a preguntar. De pana que me voy a estresar. Fernando: Me dicen que es por las vías del tren por donde caminan, ¿verdad? Pero que por los lados también pueden, porque no hay bombas ahí. Alexánder: Sí, pero hoy los locos están rudos. Nos paró la policía peruana y una señora lloró y nos dejaron tranquilos, pero vamos a esperar. Te escribo cuando pueda. Fernando: Cuídate mucho. Voy a estar pendiente. Todo va a salir bien.
(02:58, 18 de julio) Alexánder: Fernando, ¿estás por ahí? Nos devolvieron a Tacna. Fernando: Ay, niño, ¿en serio? ¿Quién los agarró? Alexánder: Los de la PDI. No nos hicieron nada, nos regresaron y ya. Mañana el señor resuelve. Fernando: ¿Qué señor? Alexánder: Al que le pagamos. Yo le di 40 dólares. Fernando: Otro día perdido ahí, Alexánder. Alexánder: Tranquilo, niño, tranquilo.
20 de julio
A cincuenta metros de la estación del tren que une Tacna con Arica está la primera hilera de carpas, en paralelo a las vías del ferrocarril. A una cuadra, y doblando, está el consulado de Chile. Todas las mañanas, a las seis, el autovagón 261 suelta un pitido estruendoso, que se escucha a varias cuadras. El sonido no solo espanta el sueño de los campistas, también las ilusiones. Ver pasar el tren rumbo a Chile, oír el zumbido de la máquina desplazándose sobre los rieles, se ha convertido en una tortura para quienes llevan allí casi dos meses.
—Tanta gente que hay allá —dice un funcionario de la estación, apuntando al campamento.
Son las 5:30 de la madrugada. El lugar es una vieja instalación de madera forrada con latas de zinc. El ferrocarril fue construido en 1856 y hoy está bajo la administración del gobierno regional de Tacna. En sus 62 kilómetros de extensión tiene seis estaciones, las dos terminales y otras cuatro que están abandonadas. Aunque hay gente que lo ocupa como medio de transporte, para ir y volver entre ambas ciudades, el servicio más bien parece estar enfocado al turismo. Hay trenes antiguos exhibidos como piezas de museo, entre ellos una locomotora a vapor, y una gráfica invita a conocer lugares emblemáticos de la ciudad y a probar los platos típicos de la gastronomía peruana. A un costado de la boletería hay un pendón que promociona el viaje y los requisitos: “Extranjeros: cédula de identidad y/o pasaporte vigente”.
—¿Viajan muchos venezolanos en el tren? —le pregunto al funcionario.
—No, porque no tienen los papeles.
El vagón tiene capacidad para 48 personas. Visto desde afuera parece un bus, que se mueve a tirones. Comienza a amanecer en Tacna. El cielo está pintado de un color gris elefante. La máquina atraviesa la ciudad. Atrás deja el consulado, el centro y más adelante irrumpe en la periferia, donde predomina el color café de la autoconstrucción. La vía férrea es una barrera que separa los sectores industriales y agrícolas de esas casas a medio edificar y urbanizaciones que han crecido sin planificación, hasta que los rieles comienzan a alejarse de los caseríos y se enfrenta al descampado. Ahora todo es plano.
Aunque a ratos el vagón transita por vastos peladeros, da la sensación de que todo ese territorio está parcelado. A veces, incluso, se notan las líneas de los márgenes en la tierra y los cercos de malla que delimitan con más evidencia los bordes de la propiedad privada. El paisaje suele ser monocromático. Dependiendo de la luz y la hora del día, es posible apreciar tonos beige, arcilla y marrón, pero también hay verdes, principalmente de las plantaciones de olivos y maíz que aparentan ser pequeños oasis: vergeles alimentados por el riego tecnificado.
El tren avanza a 60 kilómetros por hora, siguiendo los mismos pasos de aquellos caminantes que durante la noche intentaron cruzar a Chile de manera clandestina. Cuando todo está oscuro, la vía se transforma en una ruta no habilitada. Una más de las decenas que hay en la región de Arica, que comparte 169 kilómetros de frontera terrestre con Perú. Ha pasado poco más de media hora desde que salí de Tacna. El Hito 9 se asoma en el horizonte. Es un obelisco de siete metros de altura que fue instalado ahí en 1930, para que quienes viajaban en tren tuviesen una referencia de los límites. El monumento está ubicado a 10 kilómetros de la costa y se le conoce como “Hito Concordia”, que no es lo mismo que el “Punto Concordia” o Hito 1, que en los mapas aparece ubicado a menos de un kilómetro del mar, donde nace la línea fronteriza.
Pienso en Alexánder. ¿Habrá sido acá donde fue sorprendido la madrugada del 18 de julio? La vía del tren es de las formas más seguras de cruzar a Chile: ni te pierdes en la inmensidad del desierto ni te arriesgas a activar una de las cientos de minas antipersonales y antitanques que hay sembradas alrededor. En 1978, el Ejército enterró allí más de 180.000 de estos artefactos en la frontera con Argentina, Bolivia y Perú, anticipándose a una invasión de fuerzas vecinas que nunca ocurrió. La zona quedó bloqueada durante décadas para el tránsito, como una cicatriz, hasta que en el año 2002 Chile comenzó un programa de desminado tras suscribir el tratado de la Convención de Ottawa, que obliga a desactivar todos los campos minados. Entonces se creó la Comisión Nacional de Desminado, que tenía diez años para concretar la tarea, un plazo que se prorrogó al 2020. En 2019 quedaban 14.585 minas aún sin retirar.21
El problema no son los campos, delimitados y mapeados, que aún no han sido intervenidos, sino las minas perdidas, esas que han sido arrastradas colina abajo por los aluviones y que incluso han llegado al mar. Hay un informe que da cuenta de eso: “La configuración del emplazamiento de minas terrestres ubicadas en el lecho de la Quebrada de Escritos (ubicada al norte del Aeropuerto Internacional Chacalluta) sufrió una alteración significativa de su posición original, producto de las precipitaciones registradas en el altiplano en el mes de febrero de 2012, que provocaron deslizamientos de material que arrastró las minas sembradas en ese lugar”.22
En el documento no se establece la cantidad de artefactos que se movieron, pero sí que se están desactivando las minas que están esparcidas entre el Hito 1 de la línea divisoria, que comienza en la playa, y el Hito 4, que colinda a pocos kilómetros con el costado norte del aeropuerto, donde “es posible visualizar algunas minas anti-personales y/o anti-vehículos en la superficie”.
Habitualmente transitan migrantes por esa zona. ¿A qué se exponen? El informe dice: “Respecto de las consecuencias usuales o esperadas para la salud de las personas que pisen o activen una mina antipersonal, es posible señalar que las minas terrestres son trampas explosivas que son accionadas por las propias víctimas y pueden provocar heridas a causa de la explosión, que por lo general son la mutilación o desmembramiento de la extremidad que tomó contacto con el artefacto, pudiendo causar la muerte del afectado por desangramiento, en caso de no recibir atención médica oportuna”.
Hace algunos años escribí sobre este lugar sin conocerlo.23 Recuerdo que hablé con una persona que había perdido una pierna mientras sacaba machas en una playa de Arica, bailando twist sobre la arena, taladreando con los talones, hasta que en vez de moluscos salieron esquirlas. Incluso hay una estadística de accidentados: 157 personas entre mutilados y muertos. En una libreta digital, que tengo en el celular, he archivado algunos nombres de los fallecidos. Son historias que alguna vez reporteé y que nunca llegué a escribir. Las busco mientras miro la pampa. Me los imagino transitando, arrastrando bolsos, la Vía Láctea desplegada sobre sus cabezas, la espesura de la penumbra, el fuego de la detonación ebullendo desde la tierra como un pequeño volcán, tal vez un último grito de dolor, y nuevamente el silencio, la noche y las estrellas.
Las minas antipersonales son la mayor amenaza para los indocumentados, los contrabandistas y los traficantes. En uno de los apuntes está el nombre del peruano Francis Mamani Aquino, de 27 años, quien en febrero de 2016, en el Hito 14, voló por el aire. La explosión le mutiló la pierna derecha y le hizo heridas en el estómago. Moribundo fue trasladado al lado peruano por las personas que lo acompañaban, quienes llamaron de forma anónima a sus familiares para que lo fueran a rescatar. Cuando estos llegaron, Francis Mamani ya había fallecido. Tiempo