insalvable que los separaba, y que por eso nunca se atrevió a decirle nada que delatara su amor. Finalmente, le decía que ella era un ángel que Dios le envió para que lo cuidara en esos momentos difíciles de su vida.
Anexo
El dueño del Pontiac 1967, el Patricio, recuerda otro encuentro que tuvo con el CEJA en un viaje de Santiago a Valparaíso. Yendo por la Ruta 5, pasando frente al poblado de Rungue, divisó al hombre caminando como siempre, afirmado en sus dos bastones, y se aproximó a él sin bajarse del auto. Intentó tomarle una fotografía, pero él se lo prohibió amenazándolo con una maldición si lo hacía, aunque lo reconoció como uno de los que conversaron con él en el encuentro anterior. El Patricio cuenta que, después de amenazarlo con su maldición, le dijo: “Usted no es usted, usted es el siguiente”, frase que para él se transformó en una obsesión desde ese día. El motivo de esa idea fija es el hecho de que el único testigo de estas palabras del CEJA atribuye a ellas una cierta virtud profética. Eso se debe a que en la época en que el encuentro ocurrió él pasaba por grandes conflictos consigo mismo, entonces que un “iluminado” en esas circunstancias te venga a decir que tú no eres tú, significa que la carencia de una estabilidad interior de que sufres no te capacita aún para tener una identidad personal, lo cual, sin embargo, vino a ocurrir muchos años después, cuando la desaprensión de la juventud comenzó a ser reemplazada por el compromiso de contraer matrimonio y fundar una familia, practicar un oficio para ganarse la vida y mantener un hogar. Aunque cabe hacer notar lo insólito que resulta que alguien pueda llegar a creer que este hombre poseía una virtud que daba a sus palabras un poder de carácter profético, pese a lo cual, sin embargo, no se puede negar que el interpelado oyó en ese momento lo que tenía que oír, y que eso que oyó debía interiorizarse en él hasta el punto de convertirse en la clave de su maduración psicológica.
Con todo, hay que preguntarse por qué el CEJA desde su miserable estado parecía tener esa clarividencia sobre las cosas y las personas. Quizás el mal que él padecía, si bien lo dejaba indefenso y carente de todo recurso frente a los rigores de la existencia, liberaba su mente de todo control convencional, la dejaba limpia de prejuicios, como un espejo que puede reflejar la realidad, sin pasar por una elaboración racional.
Con todo lo dicho hasta aquí sobre el CEJA, me atrevo a calificarlo de un iluminado; una versión muy especial del sabio popular anónimo chileno.
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