emociones están sobrevaloradas.
Juliana soltó una risita.
—Vaya, eso es quizá lo más británico que le haya oído decir a nadie.
—¿Qué tiene de malo ser británico?
Juliana sonrió lentamente.
—Lo ha dicho usted, no yo. —Y continuó, consciente de que estaba irritándolo—. Todos necesitamos pasión. Y a usted le sentaría bien una buena dosis en todos los campos de su vida.
El duque enarcó una ceja.
—¿Tengo que aceptar el consejo precisamente de usted? —Cuando ella asintió, Leighton añadió—: Permítame hablar con sinceridad. Usted cree que mi vida necesita pasión, una emoción que la empuja a jardines umbríos, a carruajes de extraños, a balcones, y que la impele a poner en riesgo su reputación con alarmante frecuencia.
Juliana levantó el mentón.
—Exacto.
—Puede que eso funcione con usted, señorita Fiori, pero yo soy diferente. Tengo un título, una familia y una reputación que proteger. Por no mencionar el hecho de que estoy muy por encima de los instintos viles y… vulgares.
La arrogancia que destilaban sus palabras era casi asfixiante.
—Es un duque —dijo ella con sarcasmo.
Leighton la ignoró.
—Exacto. Y usted es…
—Alguien que está muy por debajo de usted.
El duque enarcó una ceja dorada.
—Lo ha dicho usted, no yo.
Juliana dejó escapar el aire como si la hubieran golpeado en el vientre.
El duque necesitaba una sagaz y enérgica lección. Una que arruinara la reputación de un hombre para siempre. Una que solo una mujer podía proporcionar.
Una lección que Juliana deseaba darle desesperadamente.
—Es un… asino. —Los labios del duque trazaron una delgada línea al oír el insulto, y Juliana hizo una exagerada y socarrona reverencia—. Le pido disculpas, su excelencia, por haber recurrido a un lenguaje tan vulgar. —Lo miró a través de sus oscuras pestañas—. Permítame que se lo repita en inglés, esa lengua tan superior. Es usted un idiota.
—Acérquese —dijo él con los dientes apretados.
Juliana lo obedeció, tragándose la ira que amenazaba con dominarla, y Leighton le clavó los fuertes dedos en el hombro, encarándola hacia la sala de baile. Cuando volvió a hablar, lo hizo a escasos centímetros de su oído, con voz grave y enfurecida:
—Cree que su valorada pasión la convierte en alguien mejor que nosotros, cuando en realidad solo pone en evidencia su egoísmo. Tiene una familia que se esfuerza por conseguir que la acepten en la sociedad y, a pesar de eso, lo único que le interesa a usted es satisfacer todos sus deseos.
Juliana sintió cómo el odio se apoderaba de ella.
—No es verdad. Me preocupo mucho por ellos. Jamás haría nada que… —Se detuvo. Jamás haría nada que pudiera incomodarlos.
Aquello no era del todo cierto. Al fin y al cabo, ahora mismo estaba en un oscuro balcón en compañía de un hombre.
El duque pareció intuir sus pensamientos.
—Su imprudencia será su ruina… y posiblemente también la de su familia. Si se preocupara por ellos, intentaría comportarse como una dama y no como una…
Leighton se detuvo antes de pronunciar el insulto. Pero Juliana lo oyó de todos modos.
Y entonces percibió que la calma se aposentaba en su interior.
Deseaba humillar a aquel hombre perfecto y arrogante.
Si la consideraba una imprudente, se comportaría como tal. Lentamente, Juliana apartó el brazo de él.
—¿Realmente cree que está por encima de la pasión? ¿Que su mundo perfecto puede regirse únicamente por normas estrictas y experiencias indolentes?
El duque dio un paso atrás ante el desafío que destilaban sus palabras.
—No lo creo. Lo sé.
Juliana asintió.
—Inténtelo. —Leighton enarcó una ceja, pero no dijo nada—. Permítame que le demuestre que ni siquiera un duque frígido puede sobrevivir sin pasión.
Leighton continuó inmóvil.
—No.
—¿Tiene miedo?
—No, falta de interés.
—Lo dudo.
—Realmente le importa un comino su reputación, ¿verdad?
—Si tanto le preocupa la suya, su excelencia, le recomiendo que traiga una carabina.
—¿Y si me resisto a su vida tempestuosa?
—Entonces se casará con la uva y todo estará bien.
Leighton parpadeó.
—¿Uva?
—Lady Penelope. —Se produjo una larga pausa—. Pero… si no puede resistirse… —Se acercó a él, su aliento era una tentación en el frío aire de octubre.
—¿Entonces, qué? —preguntó él con voz grave y oscura.
Ya era suyo. Conseguiría que se arrodillara. Y su mundo perfecto con él.
Juliana sonrió.
—Entonces su reputación estará en serio peligro.
El duque guardó silencio; el único movimiento era el lento espasmo del músculo de su mandíbula. Un momento más tarde, Juliana pensó que podía dejarlo allí, con su amenaza cerniéndose en el frío aire nocturno.
Y entonces Leighton dijo:
—Le doy dos semanas. —Juliana no tuvo tiempo de disfrutar de la victoria—. Pero será usted quien aprenda la lección, señorita Fiori.
El recelo se impuso.
—¿Qué lección?
—Que la reputación siempre triunfa.
4
«Caminar o trotar es adecuado.
Las damas delicadas jamás galopan».
Tratado sobre las damas más exquisitas
«La hora de moda es cada vez más temprano…».
El Folleto de los Escándalos, octubre de 1823
A la mañana siguiente, el duque de Leighton se levantó con el sol.
Se aseó, se puso ropa de lino fresca y piel de ante tersa, se calzó sus botas de montar, se anudó su pañuelo al cuello e hizo que le trajeran su montura.
En menos de un cuarto de hora, cruzaba el gran vestíbulo de su palacete, donde aceptó un par de guantes de montar y una fusta de manos de Boggs, su atento mayordomo, y salió de la casa.
Llenándose los pulmones de aire matinal, fresco y henchido de los olores del otoño, el duque subió sin ayuda a la silla de montar, como hacía cada mañana desde el día en que asumió el ducado, quince años atrás.
En la ciudad o en el campo, lloviera o hiciera sol, en invierno o en verano, el ritual era sagrado.
Hyde Park estaba prácticamente vacío a aquella hora tan intempestiva; eran pocos los interesados en montar a caballo sin la oportunidad de que otros los vieran, y aún eran menos los interesados en salir de