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Este trabajo ha contado con una ayuda de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, a través del proyecto AECI A/8780/08 titulado «maestrosymuseos.com. Red iberoamericana de educación artística y museos».
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© Del texto y de las fotografías: Ricard Huerta Ramón, 2010
© De esta edición: Universitat de València, 2010
Coordinación editorial: Maite Simón
Fotocomposición y maquetación: Inmaculada Mesa
Corrección: Communico C.B.
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-7765-9
Depósito legal: V-2016-2010
ePub: Publidisa
A Sara, maestra y musa.
Capítulo 1
¿POR QUÉ SE NECESITAN
LAS ESCUELAS Y LOS MUSEOS?*
A las maestras y a los maestros se los ve en los museos. Lo que vemos ante nosotros es un grupo de estudiantes acompañados por su maestra, en compañía de su maestro, aunque ello no significa que en ese momento veamos a personas con ideas propias, a individuos con intereses particulares. Se trata del docente que ha asumido la responsabilidad de encargarse de aquel grupo que realiza la visita. Pero, en realidad, no vemos al maestro o la maestra, vemos al acompañante, al responsable, a su tutor, a su preceptor. Se trata de un registro de la mirada que utilizamos, de hecho, para eliminar aquello que puede quedar en un segundo plano, incluso fuera de plano. El lenguaje resulta esquivo en esta circunstancia. La palabra maestro puede ser sinónimo de guía. Y si bien es cierto que el maestro adquiere este papel de orientador y consejero en su aula, en el recinto escolar, a partir del momento en que abandona los muros del colegio o instituto y se sumerge en la realidad cotidiana del exterior, el maestro suele convertirse en un mercenario de la visita programada.
Evidentemente, exageramos al plantear de este modo la situación, pero intentamos con ello atraer la atención sobre una perspectiva que resultará fundamental en este trabajo: la mirada hacia el educador. ¿Cómo vemos a los docentes?, ¿cómo se sienten ellos al ser vistos?, ¿de qué modo les gustaría que les viesen?, ¿hasta qué punto realmente los vemos? Hemos comentado la invisibilidad de los maestros y las maestras cuando se sumergen en el territorio del museo. Esto no siempre funciona así, aunque en la práctica resulta bastante habitual. Una buena parte de los maestros se sienten desvalidos ante la complejidad del lenguaje del arte. Hasta hace poco tiempo ésta era la tónica general. Un conjunto de circunstancias ayudan a construir el escenario en el que nos movemos. Aunque, en realidad, no se debe generalizar. Si atendemos a las peculiaridades, comprobamos que las profesoras y los profesores especializados en historia se sienten muy cómodos en los museos (de historia). El profesorado especialista en ciencias estará en general muy a gusto en los museos (de ciencia). Pero ¿qué ocurre con los maestros y las maestras que no son especialistas?, ¿qué pasa en realidad en los museos de arte?
Este libro propone una nueva mirada al escenario de aprendizaje que refuerza el encuentro entre las escuelas y los museos. Intentamos unir geografías, potenciar estrategias liminares y generar acercamientos. Sin quitar importancia a los espacios arquitectónicos, a los lugares que conocemos e interpretamos como escuelas y museos, queremos avanzar que nuestra mayor atención recae en los colectivos humanos, en las personas, en los educadores de museos y en los profesionales de la enseñanza de los distintos niveles educativos. Estas personas son las que promueven y llevan a cabo la actividad educativa y los programas que se establecen tanto en el currículum escolar como en el museo. Para hablar de todo ello hemos optado por estructurar el libro en diferentes apartados, gestionando de ese modo un importante caudal de información con el que contamos desde hace ya algunas décadas, desde que concretamos nuestras investigaciones en los entornos no formales de la educación artística. Iniciamos nuestro recorrido explicando las razones por las que consideramos muy provechoso que continúen surgiendo nuevos acercamientos.
La escuela como institución educativa proviene de un relato decimonónico, un poderoso elemento adiestrador que cualquier sociedad necesita para articular el mínimo engranaje social. La escuela no solamente educa, protege, enseña o favorece los aprendizajes, sino que también genera la adquisición de conocimientos y valores, al menos los suficientes como para que prospere una gestión adecuada de la convivencia. La escuela es, además de todo esto –o puede que básicamente–, un espacio de conocimiento y de relación entre las personas, un escenario de contacto y coexistencia entre los ciudadanos (especialmente los más jóvenes) y sus educadores.
La escuela como artefacto complejo es un mecanismo pesado, un cuerpo en tensión, a la vez poderoso y delicado, que no admite cambios bruscos ni escenificaciones improvisadas. La escuela que conocemos nació con la Ilustración, con los Estados modernos, como claro detonante de la propensión a la igualdad deseable entre las personas. Se trata de una institución que ha evolucionado y que se esfuerza, con mayor o menor éxito, en adecuarse a cada momento histórico. Sabemos que no es perfecta, pero, por suerte, la escuela existe.
Si en el párrafo anterior sustituyésemos el término escuela en cada ocasión que aparece por la palabra museo, continuaría conservando el sentido y prácticamente no tendríamos que cambiar ni eliminar ninguna frase del conjunto. El párrafo adquiriría una significación nueva, pero manteniendo su idea básica. Serviría del mismo modo como discurso, con una carga de intenciones muy similar. La institución museo, por suerte, y a pesar de sus imperfecciones (o puede que por sus obstinadas recreaciones), existe. El museo existe, y al igual que la escuela, se esfuerza por adecuarse al momento histórico, sin admitir ni cambios bruscos ni recreaciones fantasiosas. El museo, especialmente en las dos últimas décadas, se ha convertido en buena medida en un catalizador de actividades educativas. Entre los públicos que desea el museo se encuentran los escolares. Esto puede que sea por una cuestión de pura atracción de visitas a las instalaciones, o puede que (tal y como nosotros entendemos) en realidad favorezca la llegada de grupos numerosos, lo cual aumenta y dispara las cifras de visitantes de manera geométrica, al tiempo que impulsa la cultura de las nuevas generaciones. Pero evidentemente no se trata de disculpar al museo por querer acercar a los públicos masivos hacia sus propuestas. La propensión hacia la espectacularidad suele perjudicar a los planteamientos educativos.
En una sociedad como la nuestra, opulenta y caprichosa, con clara tendencia al espectáculo, el interés de los museos por incrementar sus visitas no deja de ser un espejo de la época. En última instancia, no debiera preocuparnos en exceso el apego a los públicos que pueda detectarse en la mayoría de los museos. Lo que sí debemos exigir es que los museos se conviertan en experiencias enriquecedoras y en absoluto ajenas a los intereses de dichos públicos. Para ello establecemos un criterio inicial, una idea marco sobre la cual podemos oficiar el recorrido de este libro: el museo puede servir para incrementar en todos nosotros los escenarios de duda, las zonas de frontera, las confusas relaciones que mantenemos con el entorno, y de ese modo aumentar nuestra conciencia como seres sociales, como personas responsables y como individuos respetuosos. En este territorio, el museo encaja a la perfección con la idea que tenemos de escuela: un ámbito que genera expectativas, y desde luego adquisiciones. Por todo ello, y por mucho más que seguiremos enunciando, los museos necesitan a las escuelas, y viceversa. No sólo se necesitan mutuamente, sino que también adquieren mayor entidad al funcionar conjuntamente, al combinar sus fuerzas, al generar un territorio común. El museo dejó de ser un coto exclusivo de especialistas en conservación y de geniales catalogadores o curadores. Actualmente no se entiende un museo sin una mínima intención divulgadora y educativa. Si conseguimos abrir la puerta fortificada de la que procede el planteamiento