Armando Villegas Contreras

Sobre la animalidad (y otros textos afines de política contemporánea)


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También agradezco a los y las integrantes del seminario Figuras del Discurso, el grupo de investigación con el que trabajo en el Centro Interdisciplinario de Investigación en Humanidades (CIIHU) de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Todos y todas hemos aprendido mucho de nuestros encuentros. Larga vida a este colectivo. Y desde luego a las queridas Beatriz Alcubierre e Irene Fenoglio con quienes he compartido estos últimos años el trabajo de la academia y la amistad sin condición. Agradezco al Cuerpo Académico Contramemoria y Discurso Marginal y al Centro Interdisciplinario de Investigación en Humanidades el apoyo para la publicación de este trabajo.

      La propuesta del libro Sobre la animalidad (y otros textos afines de política contemporánea) puede pensarse a partir de una cita que refleja la preocupación de su autor. En una entrevista con Élisabeth Roudinesco, Jacques Derrida deja en claro que “la ‘cuestión-de-la-animalidad’ no es una cuestión entre otras”, sino que es la cuestión que determina todas las grandes cuestiones que establecen lo propio del hombre: su historia, su filosofía, su derecho. Pensar al hombre, parece decir Derrida, implica pensar esa otredad producida por siglos de discusión. El ejercicio crítico, en esa dirección, que presenta Armando Villegas en este su más novedoso texto parte, no tanto de decir algo más sobre el animal, sino de revisar su cuestión dentro del discurso, revisarlo como figura de un lenguaje que, a la vez que lo piensa central para la discusión, lo produce como excluido, como la necesaria otredad que justifica la propiedad de lo humano. Siguiendo el argumento central que mantiene el presente texto, las teorías de la política, las prácticas de exclusión y violencia, las fábulas, los cimientos de determinadas filosofías o estéticas, los umbrales entre la ley y la literatura pasarían por o al margen de esta cuestión, la cuestión de lo animal.

      Este trabajo constituye una revisión a las discursividades que producen o discuten la división fundamental entre lo humano y lo animal. Sobre la animalidad se construye como un trabajo de crítica sobre crítica, de revisión de los fundamentos que han construido la separación entre lo propio del hombre y su alteridad: desde Aristóteles a Hobbes, de Maquiavelo a Lacan, puede verse cómo el animal es usado como metáfora para describir cierta otredad, y a la vez cierta alegoría, del propio hombre. Empero, aquí el análisis no se queda en la lectura de esos autores fundamentales de lo occidental, sino que va a los comentarios que un conjunto de nombres propios, algunas veces llamados postesctruturalistas, han vertido sobre la cuestión. El ejercicio de Villegas versa sobre lo dicho o revisado por Michel Foucault, por el mismo Jacques Derrida, Giorgio Agamben, Alain Badiou o Jacques Rancière en cuanto a lo animal. Las reflexiones que estos autores han elaborado se convierten en huellas que, en un gesto derridiano, Villegas va rastreando en los textos, pero también en sus márgenes, en sus enunciaciones, pero también en sus implicaciones, en obras fundamentales para la crítica como son Las palabras y las cosas, Homo sacer o El desacuerdo.

      En esta revisión, la producción de la oposición entre lo humano y lo animal constituye una serie de presupuestos que administraron los discursos, pero también prácticas sociales para una figura u otra. Lo que en el discurso filosófico hace al hombre un hombre –el mito, el lenguaje, el arte, la literatura, el derecho– aparecen aquí como fábula productora de lo que distintos autores han llamado una biopolítica, que entre otras cosas legitimó ciertas posturas ante lo viviente: las especies en extinción, el consumo humano del animal para alimento o vestido, los sacrificios espectaculares de animales, la experimentación en nombre del bienestar y salud, y otras actitudes que repiten constante, pero de manera inestable, que el sufrimiento animal no importa.

      La postura crítica, pero también la propia política de la reflexión y la reflexión como una política, nos lanza a pensar no en un umbral determinado entre lo humano y lo animal que acredita las anteriores prácticas, sino una multiplicidad de umbrales, de diferencias entre todo lo viviente. En esta cuestión, señala Villegas, no se trata de un ejercicio de retribución de aquello que al animal se le ha arrebatado, sino una posición que trata de ver que los límites entre las especies no son claros, sino que entre el hombre y el animal existe una multiplicidad de límites. Este ejercicio crítico tiene como objetivo repensar nuestras posturas frente a lo viviente y cuestionar esa supuesta soberanía que nos permite hacer sufrir; porque, como es verdad, no conocemos nada de la cuestión animal, no podemos decir nada absoluto ni propio de él, como nada absoluto ni propio de lo humano, por lo que cualquier justificación solo remite a la fuerza de un discurso y no a su argumento.

      En cuanto al rigor analítico, el trabajo atento en Sobre la animalidad radica en pensar cómo la discursividad produce determinadas sensibilidades o prácticas frente a lo viviente. El animal, como una figura en el discurso político y teórico, representa, como dice Derrida, la cuestión. Esto es, cuestión como asunto, pero también como pregunta; como tema, pero a la vez, como interpelación crítica. Tratar al animal como figura en el discurso es señalar las posibles relaciones en las que se le somete, tal cual pensaría Nietzsche desde un carácter retórico, a una interpretación metafórica, parcial y subjetiva, productora de relaciones de poder. La producción del discurso sobre el animal –entendido aquí como tema del discurso, pero también como referencialidad de lo que se dice (el animal allí) y, a la vez, como objeto de lo dicho por el discurso desde una posición superior, desde el arriba, por sobre de él– es pensada en la historia de los hombres filósofos que dijeron algo (o nada pudieron decir) sobre él. Por eso es valioso el aporte de esta genealogía del discurso filosófico que muestra los argumentos y licencias que los autores se han otorgado para decir algo sobre el animal. La cuestión es si es posible pensar al animal no en relación al hombre, sino en su propio derecho o interés, o más allá del derecho o del interés, decir algo sobre él en sí. El sabor final del presente libro nos lleva a arriesgar un pensamiento que vaya más allá de nuestra preocupación como humanos, y en relación a los animales, ante los animales.

      El camino argumentativo de Sobre la animalidad divide en dos partes su propuesta. La primera de ellas entra de lleno en la problemática de la cuestión animal que, como rastro, se ha quedado en los problemas filosóficos, políticos y estéticos contemporáneos. Como se puede intuir, su aparición, su debate, pero también su espectro, van a producir en las diferentes vertientes del discurso, obligando por efecto, no solo a pensar en la disciplina de la filosofía y su tradición, sino también a reflexionar inevitablemente sobre la violencia, la crueldad y las relaciones que hemos establecido con los animales, y cómo esa violencia se sostiene en los grandes valores de lo humano. Pensamos aquí, a partir de lo dejado por el análisis de Villegas, en distintas variantes de esta importante discusión. Reparamos también en las hembras, por ejemplo, obligadas a aparearse, a parir, a amantar, como otras formas de violencia posible a partir de esta particular historia de lo enunciado.

      El vuelco que se da a la filosofía, así, como productora de discursividad y a la política como fábula, muestra una crítica contundente de los supuestos saberes que producen una política con lo viviente, exponiendo a su vez la ventaja crítica del análisis del discurso. El cierre de la primera parte, con el capítulo sobre el Covid 19 y la forma en que apresuradamente ciertos nombres propios de la filosofía actual opinaron acerca de la pandemia y los rastros de la animalidad en ella, nos regresa a recapacitar en la producción del discurso como síntoma y preceptor de prácticas de exclusión y violencia que tratan de reacomodar una serie de oposiciones constantes –civilización-barbarie, higiene-suciedad, occidente-oriente– en relación a la separación, otra vez, del hombre-animal. Dicho proceso de enunciación y sus efectos dejan visible un asunto que nos parece primordial en el capítulo, puesto como giro de la crítica: más allá de preocuparnos por el posible contagio entre el hombre y el animal, Villegas termina señalando una urgencia de ampliar el estudio biopolítico a la investigación sobre el trato hacia los animales, haciendo ver los decires de autores como Badiou, Žižek o Byung Chul Han como lo menos interesante en la experiencia de la pandemia contemporánea.

      En la segunda parte del trabajo, pensaríamos que la cuestión de la animalidad toma una posición en el margen de la discusión, no como desaparición sinocomo una huella en las actuales reflexiones en torno a los temas de la política. Como si la cuestión de la animalidad diera paso de la idea del margen a la multiplicidad de márgenes en los problemas de la exclusión. En este sentido, la posición del animal –ante el texto, ante