Juan Ramón Muñoz Sánchez

La Galatea, una novela de novelas


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de la extraña configuración estructural que presenta la primera obra cervantina. Pero ¿cuál fue la motivación que llevó a Cervantes a diseñar así La Galatea? Parecen ser dos las intenciones por las cuales nuestro autor distribuyó de ese modo el material narrativo: a) La exaltación de Castilla como reino medular de España, como se desprende del hermanamiento de los pastores del Tajo y del Henares ante el rapto de Rosaura, recordemos, efectuado por un caballero aragonés, y que intentan evitar Elicio –pastor de las riberas del Tajo– y Damón –pastor de las riberas del Henares– y ante el posible casamiento de Galatea con un pastor portugués, a pesar de estar concertado por el mismísimo Felipe II,15 «rabadán mayor de todos los aperos»; exaltación nacionalista que también aparece en las dos únicas obras teatrales conservadas de la primera época del autor del Quijote, cuya redacción fue prácticamente coetánea de la de La Galatea: El trato de Argel y El cerco de Numancia. Es más, Aurora Egido (1994: 33-39) ha identificado a la pastora Galatea como la personificación simbólica del Tajo. No obstante, ese tributo rendido a Castilla no es exclusivamente político, sino también poético, dado que Calíope ensalza en su Canto la superioridad de los poetas castellanos. b) La ruptura de la bucólica tradicional al provocar la entrada de lo particular histórico en lo universal poético, lo que supone la desidealización de los pastores y su ámbito cuando dejan de comportarse como meros arquetipos16 gobernados por el Amor, la Fortuna y la Naturaleza, una vez que intentan resolver sus problemas con todo aquello que esté al alcance de su mano, incluida la violencia, de resultas de un laborioso aprendizaje. Lo que apunta claramente a La Diana, referente directo de nuestra novela –no en vano fue la obra de mayor difusión de la España de la segunda mitad del XVI con casi veinticinco ediciones (Fosalba, 1994)–, ya que Montemayor hubo de recurrir al expediente de la magia blanca y el «agua encantada» de la sabia Felicia para resolver los problemas amorosos de sus personajes.

      Sin embargo, estas dos intenciones no se dan de manera independiente, sino que están estrechamente relacionadas entre sí, ya que Cervantes introdujo la realidad en su obra, pero no cualquier realidad, sino la suya propia; es decir, su propia realidad contemporánea, su acontecer más inmediato con su concepción ética, ideológica y social; y por ahí el pastoral ropaje que encubre a los poetas Figueroa –Tirsi–, Laínez –Damón–, Hurtado de Mendoza –Meliso– y quizás él mismo –Lauso–, así como a los más altos cargos de la política española, como Felipe II –«el rabadán mayor de todos los aperos»– y su hermanastro, Juan de Austria –el pastor Astraliano–; tal y como ya nos advirtió en el prólogo: «Muchos de los diferentes pastores della lo eran solo en el hábito» (Cervantes, La Galatea, 16).

      A pesar de todo, Cervantes dejó incompleta su novela,17 aun habiendo anunciado tantas veces su continuación a lo largo de su producción literaria.18 Quizás porque la acción que iban a emprender Elicio, Erastro, Tirsi, Damón y demás pastores de las riberas del Tajo y del Henares para impedir el casamiento de Galatea vulneraba las directrices y las convenciones del género pastoril, ya que no solo llevaría la narración a límites insostenibles e insospechados para tal género, sino que en realidad lo transformaba en otro nuevo genéticamente cercano al orbe del Quijote y de determinadas Novelas ejemplares. Quizás porque suponía un enfrentamiento directo con la Monarquía española, dado que quien solicita el enlace matrimonial entre Galatea y el rico pastor portugués era nada más y nada menos que el propio Felipe II.

      No obstante, nos aventuramos a dejar caer la posibilidad de que Cervantes, contradiciéndose a sí mismo, dejase finiquitada su obra, pues, como subrayó Avalle-Arce (1988: XXV y ss.), «los finales abiertos son muy de su gusto», tal y como dejó patente en sus otras dos grandes novelas: Don Quijote y el Persiles; así, por ejemplo, en el Quijote dejó sin concluir el cuentecillo de la pastora Torralba (I, XX); el episodio intercalado del oidor, doña Clara y don Luis (última referencia en I, XLIIII), y la historia de Ricote y Ana Félix (II, LIV, LIII y LXV). De hecho, basándonos en la teoría pendular que Avalle-Arce observó en La Galatea,19 las bodas de la homónima protagonista deberían ser el opuesto a las bodas de Daranio y Silveria, de ahí esa posición medular que las hacen ser el eje de la obra, tal y como se puede deducir en las últimas palabras del narrador antes de asegurar la continuación de esta primera parte:

      Y todos llevaban intención de que, si las razones de Tirsi no movían a que Aurelio la hiciese en lo que pedían, de usar en su lugar la fuerza y no consentir que Galatea al forastero pastor se entregase, de que iba tan contento Erastro, como si el buen suceso de aquella demanda en solo su contento de redundar hubiera; porque, a trueco de ver a Galatea ausente y descontenta, tenía por bien empleado que Elicio la alcanzase, como lo imaginaba, pues tanto Galatea le debía de quedar obligada (VI, 435).

      Y más cuando hizo coincidir el rapto de Rosaura con el anuncio de las bodas, posible solución determinada para impedirlas, pues Galatea lo vio con buenos ojos: «El amoroso que Artandro tiene –dijo Galatea– fue el que le movió a tal descomedimiento; y así, conmigo en parte queda desculpado» (V, 320).

      Hasta Erastro lo vio bien, admirando el valor del caballero aragonés: «Ignorante estaba Erastro del suceso de Artandro, pero la pastora Florisa, en breves razones, se lo contó todo; de que se maravilló Erastro, estimando que no debía ser poco el valor de Artandro, pues a tal dificultosa empresa se había puesto» (V, 323).

      El rapto es una solución, además, muy del gusto cervantino, pues se repite en varias ocasiones a lo largo de su obra. No obstante, el polo opuesto a las bodas de Daranio y Silveria es, sin lugar a dudas, el desenlace de las bodas de Camacho20 en El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, que bien podría ser la culminación de la historia de los pastores protagonistas de la novela; en ellas la astucia y la picardía de Basilio –el equivalente de Mireno y hasta cierto punto también de Elicio– terminan imponiéndose al mandato de los padres de Quiteria –aquí, Silveria y Galatea– de que se tenga que casar con Camacho –Daranio y el rico pastor portugués–, exclusivamente porque este es más rico que aquel. No obstante, es tan solo una hipótesis, puesto que Elicio parece optar más por la violencia que por un engaño de corte picaresco, como el que acometerá Basilio y como hace Leonarda, en la misma Galatea; engaño que igualmente llevarán a cabo Lotario y Camila, si bien es cierto que por motivos menos honestos, en la novela intercalada del Ingenioso hidalgo, El curioso impertinente.

      En fin, sea como fuere, tanto si Cervantes dejó La Galatea abierta a propósito, como si lo hizo pensando en su continuación, de lo que no cabe la menor duda es de la relación ambivalente que profesó por este género narrativo, siempre presente en su obra.21 Es más, no solo todas y cada una de las historias acaecidas en ella, fueran o no pastoriles, dejaron descendencia en otros libros de Cervantes –como veremos después–, con el propósito de tratar el mismo tema desde distintos enfoques, sino que, ese primer bloque de la estructura, conformado por los cinco primeros libros, supuso el auténtico laboratorio de pruebas para Cervantes, como demuestra el gran parecido morfológico que tiene con los sucesos que acontecen en torno a la venta de Juan Palomeque el Zurdo en el primer Quijote y los que transcurren en la isla del rey Policarpo en el libro II de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Lo único claro es que Cervantes es el dueño del secreto que esconde el dulce lamentar de los pastores.

      1. «En La Galatea se dan, pues, todos los elementos que configuran el género “novela pastoril”: los casos de amor como tema fundamental; la fortuna y la naturaleza como temas secundarios; los ejercicios poéticos de los pastores (se destacan los de Tirsi y Damón, libro II, y los de Orompo, Marsilio, Crisio y Orfenio, libro III); los discursos sobre el amor (libro IV), en los que el autor, como él mismo dice, ha mezclado “razones de filosofía”; la oposición corte/aldea con el consiguiente elogio de la vida del campo, etc. En lo formal: la alternancia de prosa y verso, y la retórica característica, con sus amaneceres mitológicos, su adjetivación tipificadora y sus elementos ornamentales. La Galatea es, por tanto, una “égloga”, como el mismo autor la califica» (Sabor de Cortázar, 1971: 229-230).

      2. No son sino cinco, según la clasificación llevada a cabo por Avalle-Arce (1974): La Diana (1558 o 1559), de Montemayor; Los ochos libros de la Segunda