Fratel MichaelDavide

Encontrar al padre


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      A don Roberto,

      a Elena

      y a todos los amigos

      del Centro Universitario

      de via Zabarella, Padua.

      El Padrenuestro

      se ha tornado

      junto a ellos

      no solamente

      una oración íntima,

      sino el manifiesto compartido

      del mundo que construimos

      sin dejar de soñar.

      Prefacio

      El hombre de hoy tiene una enorme necesidad de rezar el Padrenuestro, de confiarse al Padre. A menudo le cuesta «atreverse» a hacerlo, asediado como está por el extendido convencionalismo contrario a la fe y, más en general, en su hostilidad frente a toda experiencia de escucha profunda de sí mismo y de la realidad. Pero el hombre moderno no solamente tiene necesidad, sino también un gran deseo del Padrenuestro, como se ve muy rápidamente en la psicoterapia tan pronto como se atraviesan los barnices o las incrustaciones de la superficie, los intelectualismos poco originales, y aparecen la carne, el alma, la sangre y el dolor de la persona. El padre –y un padre compartido con los demás seres humanos no puede ser prisionero del restringido «teatro familiar» (como lo llamaba Freud) o de otras visiones de variado tenor ideológico-terapéutico– es hoy la gran nostalgia de los ciudadanos de la «sociedad líquida», en la que parecería estar ya ahogado junto con la naturaleza y otras formas constitutivas de la vida.

      El libro Encontrar al Padre. El Padrenuestro entre el cielo y la tierra, de Fratel MichaelDavide, acoge y acompaña de forma eficaz este deseo. Según me parece, su mérito particular consiste en la capacidad y la determinación del autor de evitar las frecuentes e infinitas amplificaciones interpretativas del Padrenuestro, para presentarlo nuevamente en su forma originaria de oración transmitida a nosotros directamente por Jesús a través de los evangelios. Palabra sagrada e «instrumento de trabajo» transformador que libera su fuerza y sus dones simplemente siendo repetida tal como es, con la mayor frecuencia posible, convirtiéndose de ese modo en alimento y sustancia para la formación de nuevos y diferentes contenidos de la personalidad.

      Se trata de una fuerza transformadora experimentada en los dos milenios precedentes, pero cuyas potencialidades son confirmadas también hoy por las neurociencias, que, desde el descubrimiento de la plasticidad del cerebro, han demostrado cómo, efectivamente, este se nutre de los contenidos que le brindamos. Las mismas ciencias han ilustrado después en múltiples investigaciones y experiencias cómo también las imágenes y las palabras que más utilizamos pasan a construir, a través de la repetición, nuevos circuitos neurales, dejando que se agoten los viejos, que hemos dejado de frecuentar y han perdido validez. Uno de los campos más recientes de la ciencia confirma así también una intuición ya presente en los trabajos y las experiencias de los Padres de la Iglesia, con particular intensidad en Agustín.

      La entrega confiada y la transformación

      Así pues, a través de su acción renovadora y transformadora, ante todo espiritual, pero también bioquímica –campos que no están en absoluto separados en la observación desarrollada por la psicología analítica de Jung–, la repetición asidua y participada del Padrenuestro puede ponernos de verdad a cada uno de nosotros en la posición del profeta, que legítimamente dice: «Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo» (Is 43,19). La regeneración, en el nombre del Padre, que desde siempre la quiere, es posible.

      La renovación puede darse no solamente por el poder transformador de la oración del Padrenuestro, sino también por la ayuda que ofrece la posición psicológica y afectiva que asume aquel que lo reza siguiendo las indicaciones de Fratel MichaelDavide. En efecto, se trata de una postura de plena entrega confiada, totalmente distinta de la actitud activa y «performativa», característica que asume en cada momento de su vida del hombre de la modernidad tardía, en particular en Occidente. Se trata de una actitud de exhibición exteriorizada que, como denuncia también la más reciente observación filosófica de nuestro tiempo –por ejemplo, en los trabajos de Byung-Chul Han–, termina inhibiendo cualquier auténtica relación e intercambio con los otros, encerrando al individuo dentro de la propia coacción narcisista que realizar y demostrar. Esta auténtica prisión afectiva, comunicativa y simbólica del individuo moderno, hiperactivo también cuando está deprimido, resulta por fin invertida con la posición psicológica propuesta en estas páginas, es decir, el paso del pensamiento «performativo» a la invocación que da acogida a la acción sabiamente dejada en manos del verdadero protagonista de nuestra vida: no nosotros, sino el Padre, en quien tenemos origen.

      En el corazón del Padre

      Verdaderamente importante es asimismo el acento que el libro pone en la intimidad –ya recomendada por el evangelista–, la atención al diálogo a dos entre el orante, que ha entrado en su propio cuarto, y el Padre. Ese es el momento de silencio más propicio para que la oración se eleve y resuene en su profunda totalidad. Hoy, en la sociedad de consumo y, particularmente, del consumo de comunicación, ruidoso, distractor y ansiógeno, es fácil confundir el «estar con» y la multitud, las voces superpuestas, el ruido. El Padrenuestro debe salir del corazón antes que de los labios; y el silencio y la mirada bien fija en el Padre, que está en los cielos, son elementos valiosos para reencontrar aquella intimidad perdida y deseada.

      También aquí, como en la postura psicológica de invocación al Padre y acogimiento gozoso de su invocada voluntad, se presenta una inversión respecto de los modos y las modas sugeridos –cuando no impuestos– por el siglo, así como por sus instrumentos de persuasión y, a menudo, de coacción (aunque solo sea publicitaria o de estilo). Como no se cansa de repetir Simone Weil –que, junto a la delicada Etty Hillesum, acompaña profundamente este libro–, el Padrenuestro es un grito de invocación y alabanza a la voluntad del Padre, la única en la que se realiza nuestra libertad. Toma forma de ese modo, en la intimidad y en el silencio, un itinerario de profunda transformación psicológica, espiritual y existencial que inspira un modo diferente de estar en el mundo y dentro del mundo.

      Buena lectura.

      CLAUDIO RISÉ 1

      1

      Desear al Padre

      En la escuela de la compasión

      A modo de cita de encabezamiento para la oración del Padrenuestro podríamos colocar las palabras que el Altísimo dirige a Jonás: «¿Por qué tienes ese disgusto tan grande por lo del ricino?» (Jon 4,9). Con estas palabras, el Señor parece justificarse ante el profeta, enfadado por la compasión y la piedad de su corazón misericordioso.

      La oración del Señor se convierte día tras día en una escuela en la que aprendemos a captar los tonos y colores de la vida sobre el trasfondo de la compasión y del amor divino. Aprendemos así a descubrir el rostro de un Dios que renuncia a su poder ilimitado para no humillar nuestra debilidad y permitirnos no solamente respirar, sino también reconocerlo como nuestro Padre. Con estas palabras, heredadas de los padres y entregadas a sus compañeros de camino más íntimos, el Señor Jesús responde a la pregunta de uno de sus discípulos y se hace maestro de oración para la vida en cada rincón del mundo y en cada segmento del tiempo. Repitiendo las palabras de la oración, entramos en un verdadero trabajo de orientación adecuada en el camino de la vida, que exige siempre la capacidad de distinguir, aclarar y elegir.

      La oración, tal como nos la enseña el Señor Jesús, haciéndose, a la vez, modelo de ella para nosotros, es ante todo un instrumento para trabajar sobre nosotros mismos a fin de hacer crecer una relación con Dios que nos cure de nuestras derivas y nos libere de nuestros miedos. De ese modo nos volveremos cada vez más capaces de construir puentes de hermandad y de reconciliación. Mientras nuestro corazón se abre a la oración recibimos el pan de la piedad y del perdón, sin los cuales la vida no sería posible. La vida correría el peligro de revelarse imposible de vivir o, con toda seguridad,