Jesús Navarro Faus

Sueños de ciencia


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caso, por todo el mundo para no perder una apuesta; en el segundo, recorriendo Rusia y parte de Siberia para llevar un mensaje. Sin duda habría que buscar las razones del éxito en la recreación de paisajes y situaciones exóticas que contenían esas adaptaciones. En la representación de La vuelta al mundo en 80 días que se hizo en el Théâtre du Châtelet, aparecían en escena once elefantes, una locomotora y centenares de figurantes, y es de suponer que tenían bastante de espectáculo de circo. Estas adaptaciones teatrales hicieron realmente su fortuna económica. En un mes de representaciones, con teatros llenos de bote en bote, Verne obtenía prácticamente la misma cantidad que le pagaba Hetzel por un volumen. El editor Hetzel no fue muy generoso con uno de los autores que más dinero le hizo ganar, pero afortunadamente para Verne, los contratos no habían previsto nada sobre las adaptaciones teatrales. Los ingresos del teatro le permitieron cambiar dos veces de barco. En 1876 compró el Saint Michel III, un barco mixto de vela y vapor, de 30 metros de eslora y con una tripulación formada por diez hombres. Con él hizo largos cruceros por el mar de Irlanda, el mar del Norte, el Báltico, el Mediterráneo, además de los viajes por las costas normandas y bretonas, hasta que lo vendió diez años más tarde.

      En cumplimiento de sus contratos editoriales, escribía dos o tres volúmenes anuales, que correspondían a una o dos novelas. Algunos periodistas no creían que una sola persona pudiera escribir tantos libros y decían que, en realidad, bajo el nombre de Jules Verne, había una agencia de escritores. Otros le acusaban de tener «negros» que trabajaban para él. No era el caso, pero este ritmo de escritura tuvo a la larga consecuencias sobre la calidad de las novelas. En mi opinión, las mejores fueron escritas antes de 1881, y entre las escritas en los últimos veinte años de su vida, creo que abundan las novelas bastante convencionales, algunas de ellas prescindibles, excepto para los devotos o estudiosos de Verne.

      En 1888 decidió entrar en la política municipal. En las elecciones de ese año concurrían dos listas, la conservadora y la republicana, y Verne se presentó en la segunda lista, presidida por el alcalde saliente. Según la sobrina Marguerite Allotte, esta decisión supuso un disgusto para toda la familia, porque estaba integrado en una formación «ultra roja». El alcalde era un radical-socialista, que no tenía mucho de rojo, pero era defensor de la república laica y partidario de la separación entre Iglesia y Estado. La constitución de 1875 estableció un régimen republicano, democrático y laico, aunque la separación entre Estado e Iglesia no fue efectiva hasta la ley de 1905. Naturalmente, estas cuestiones eran contrarias a las ideas conservadoras de la familia, pero a fin de cuentas eran más o menos las que siempre había defendido su editor Hetzel. La enseñanza laica, gratuita y obligatoria se instauró en 1882, con lo que se cumplió uno de los ideales de Hetzel, ideal por el que tanto hizo Verne con su obra.

      Como es de suponer, el hecho de que un escritor conocido decidiera súbitamente participar en la política municipal fue discutido e interpretado de muchas maneras. Verne se creyó en la obligación de enviar una aclaración a la prensa local:

      Yo soy del partido conservador y he sido admitido en la lista del señor alcalde de Amiens a pesar de que soy conservador, con la finalidad de realizar una tarea puramente administrativa.

      En efecto, Verne fue siempre de ideas conservadoras, como ya he indicado a propósito de la comuna de París. Otro ejemplo de ello es su actitud ante el denominado caso Dreyfus, que a finales del siglo XIX dividió a la sociedad francesa. Basado en pruebas falsas, el capitán Dreyfus fue acusado de espionaje en favor de Alemania, y fue condenado al presidio de Guyana. Cuando se hizo evidente la falsedad de las acusaciones, Zola escribió su famoso artículo «J’accuse», pidiendo la revisión del proceso, a la que se adhirieron los sectores liberales, republicanos y de izquierdas. Se oponían los sectores derechistas y reaccionarios, porque entendían que la revisión representaría un ataque al honor militar. Estos últimos sectores formaron en 1889 la Ligue de la Patrie Française, de la que Verne fue uno de los primeros miembros del comité patrocinador.

      Verne decidió participar en una lista municipal republicana, porque, en su opinión, la política se situaba en otras esferas, tal como le explicaba a un amigo por carta:

      Mi única intención es ser útil, y llevar a cabo algunas reformas urbanas. ¿Por qué mezclar siempre la política y el cristianismo con las cuestiones administrativas?

      Fue reelegido tres veces más y estuvo ocupado durante dieciséis años de asuntos municipales relacionados con educación, arte, museos, teatro y fiestas. Promovió la construcción de una instalación permanente para el circo de la ciudad.

      Jules Verne murió el 24 de marzo de 1905 en Amiens, y allí fue enterrado y se le erigió un monumento. La redacción de Le Magasin d’Education et de Recréation, la revista en la que apareció la mayoría de sus novelas, recibió pésames de más de 350 periódicos de todo el mundo. La revista le dedicó la editorial del 15 de abril:

      Se dice que Diógenes pasó su vida buscando a un hombre sin encontrarlo. P. J. Hetzel tuvo más suerte y encontró precisamente al hombre que buscaba. Probablemente, una fuerza misteriosa los atraía uno al otro. En todo caso, se encontraron y se unieron, en una alianza indisoluble. El editor, que fue un moralista de primer orden, y un escritor impecable.

      Los archivos de la casa Hetzel contienen dos volúmenes con los centenares de artículos de prensa aparecidos durante las semanas posteriores, con comentarios como: «Uno de los hombres más ilustres de nuestro tiempo», «narrador maravilloso que ha encantado e instruido a varias generaciones», «novelista profeta», «divulgador de novedades maravillosas, que ha enseñado geografía a las masas», «el precursor», «si no ha sido uno de nuestros más grandes escritores [...] ha sido sin duda uno de los más célebres y más populares», «ha puesto al servicio de las novelas de aventuras, no los recuerdos, sino la curiosidad indefinida del espíritu». En conjunto, opiniones bastante más matizadas de lo que solía y suele ser habitual.

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