José Portolés Lázaro

La censura de la palabra


Скачать книгу

bien, no solo existe censura en el discurso escrito, como el que nos acerca Coetzee, también se da en el oral, es decir, quien censura no solo lee, también escucha. En 1959 el preso político Bao Ruo-Wang recibe por fin la visita de su esposa en la prisión china en la que se encuentra. Ella ya sabe que le han condenado a doce años de «reeducación» y le pregunta: «¿Cómo podré cuidar yo sola a los niños durante doce años?». La reacción del guardián es inmediata: «¡No se te permite hablar de ese tema!» (Bao y Chelminski, 1976: 141).

      Me explico. Los estudios pragmáticos sobre la cortesía verbal conciben las relaciones en la interacción verbal de un modo distinto al de Bourdieu. Parten de las propuestas del sociólogo canadiense Erving Goffman (1972), quien defendió que, al comunicarnos, los seres humanos presentamos una imagen (face) de nosotros mismos que esperamos que respete nuestro interlocutor. Para conseguirlo, en la interacción se produce una serie de actividades de imagen (facework). Supongamos que un hablante de un pueblo de la provincia de Sevilla varía por elección propia su ceceo habitual por el seseo de la capital cuando se afinca en ella o que una profesora pasa del tuteo al uso del usted ante un estudiante demasiado insistente en sus reclamaciones. No hay autocensura de acuerdo con la definición que se adopta en estas páginas, sino las actividades de imagen inevitables en quienes interactúan con los demás. Se trata de actividades que son propias de toda interacción: cómo nos presentamos a nosotros mismos y cómo esperamos que los demás nos acepten. El hablante del pueblo sevillano intenta que se le admita como a un capitalino más y la profesora procura mantener una prudente distancia con el estudiante.

      Asimismo, no se podría considerar autocensura la limitación en la formulación de un discurso por la que el propio emisor evita expresar ciertas ideas no por temor a un tercero, sino por los límites de actuación que él mismo se ha impuesto. No sería, pues, censura –de nuevo, tal como se entiende en este estudio–, sino un caso de actividad de imagen lo que la escritora Elvira Lindo (en El País Domingo, 31-10-2010: 15) denomina «autocensura» en el siguiente texto:

      Cuando los estudiantes de periodismo me preguntan si me someto a autocensura en estos artículos respondo aquello que en principio no esperan oír: ¡claro que sí! Pienso dos veces lo que escribo, me arrepiento si he herido sin fundamento a alguien y no me fío de las personas que presumen de soltar lo primero que se les viene a la boca.

      Como sucede con el resto de los hablantes, Lindo sabe que sus palabras afectan a otras personas y actúa en consecuencia. Elige la mejor formulación de su discurso para comunicar lo que desea y, de acuerdo con sus principios morales –no los de un censor–, evita ofender. Una primera elección comunicativa de cualquier hablante es la de callar, la de permanecer en silencio. Dejamos de decir cosas que pudieran herir a otros y no por eso, de acuerdo con la definición que aquí se adopta, nos autocensuramos.