María Ángeles López Romero

Mamá, ¿Dios es verde?


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en el hogar hay que hacerlo desde el diálogo, sin miedo ni ñoñerías, como por ejemplo se plantea hoy día la necesidad de la educación sexual.

      Veamos por ejemplo cómo transmite el peliagudo tema de las dudas de fe:

      «—¿Dudas de qué?

      —Pues dudas sobre la existencia de Dios.

      —Qué va, mamá. Porque yo sé que Dios es buenísimo y que su hijo es el mejor.

      —Me parece estupendo, pero yo quiero que sepas que no es malo tener dudas (...). De hecho, tú ahora no las tienes porque eres pequeño. Pero seguramente cuando seas mayor las tengas en algún momento. Y eso no debe preocuparte demasiado. Las dudas forman parte de la fe. Son como la otra cara de la misma moneda, como el disco de extras de un juego de ordenador. A veces pueden ser, entre comillas, más divertidos que el juego original, ¿no?

      —Hombre, no tanto...

      —Pero están bien porque las dudas te ayudan a pensar, a mejorar tu fe.

      —¿A mejorarla?

      —Sí. Porque a veces los creyentes recibimos la fe como si fuera un carné que nos dan al nacer por el hecho de haberlo hecho en una familia cristiana. Y nos guardamos ese carné en el bolsillo y lo conservamos intacto hasta el último día de nuestra vida. Cuando vemos que ya nos vamos a morir, entonces lo sacamos y queremos usarlo pero, claro, al no haberlo renovado, el carné ha caducado y no sirve absolutamente para nada. ¿Lo entiendes?».

      Advierto a algunos lectores que Mª Ángeles toma partido. Por tanto es posible que algunos padres, madres o enseñantes que lean este libro no estén del todo de acuerdo con todas y cada una de sus tesis, por ejemplo en la insistencia en la horizontalidad de la fe sobre la trascendencia o en sus templadas críticas a la Iglesia real o institucional.

       Están en su derecho. Ella misma en su último capítulo hace una confesión de modestia que la honra ante el ingente propósito de su obra. Todo el mundo, dentro de unos límites, deber aportar matices y ver las cosas a su manera, especialmente en materia de fe, donde hoy hay tanta controversia. Pero creo al mismo tiempo que ningún creyente podrá diferir de su planteamiento y orientación de fondo. Nadie puede poner en duda, como dice el evangelista Juan, que «Dios es amor», que entra en la historia hecho carne en la persona de su Hijo Jesucristo y que a través de nuestra adhesión a él nos situamos en la dimensión eterna sólo si somos capaces de amar a los hermanos, y de estos especialmente a los más pobres. Esa es la médula del Evangelio. Como ha dicho el recién elegido papa Francisco, que tantas esperanzas está dando a la Iglesia con sus primeros gestos, nuestro mundo necesita un plus de ternura, y la Iglesia salir de sí misma para acudir a los pobres de este injusto mundo, los situados en la periferia.

      Este libro está escrito con sabiduría, sencillez y ternura. Supone un meritorio intento de encontrar un lenguaje innovador en la transmisión de la fe, no sólo a los niños, sino a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. En el neopaganismo que nos invade y en la cultura del WhatsApp caminamos a grandes zancadas hacia el deterioro del lenguaje y hacia una falta de profundidad, por no hablar de la carencia de la más mínima formación religiosa. Me asombro cuando, por ejemplo, veo escribir a mis jóvenes colegas periodistas «dar misa», en vez de celebrarla, por no mencionar la total ignorancia a la hora de distinguir entre Ascensión, Asunción y Anunciación, términos de cultura general imprescindibles para visitar con un mínimo provecho el Museo del Prado, se sea o no creyente. Respeto la libertad y por tanto la secularización, el agnosticismo y hasta el ateísmo asumidos en conciencia, pero aborrezco la incultura papanática y culpable.

      Pues bien, en materia religiosa mucha gente está en un estadio infantil. Y aunque existen manuales excelentes, como los que Mª Ángeles cita en sus notas para facilitar la ampliación de conocimientos, la ignorancia es tal que en algunos casos para explicar la fe incluso para adultos hay que bajarse al nivel del niño, pues como se dijo una vez de Francia, España hoy día es un país de misión. En este sentido, Mamá, ¿Dios es verde? es la catequesis o explicación más popular y cercana al lenguaje de hoy que conozco y por tanto un primer acercamiento a la fe también para jóvenes y adultos que no tengan ni idea de estas cuestiones.

      Han pasado muchos años desde que como joven catequista conocí a Manolito. Aquellos primeros escarceos de explicar la Palabra cuajaron en mi vocación sacerdotal y religiosa. Por eso puedo decir que, junto a mis padres, el colegio y la vida, fue un niño el primero que me evangelizó. Luego hemos caminado en la Iglesia entre muchas luces, sombras y hasta abismos. Pudieron sobrevenir dudas, caídas, desviaciones del camino emprendido, desde el invierno al verano, pasando por la primavera. Lo importante es cómo se sembró la semilla. En el fondo del corazón latía siempre esa sensación caliente de Dios, «una luz que te da un beso». Este libro puede ayudar a muchos a encontrarla por primera vez o a recuperarla como el más preciado don de nuestra vida.

      Pedro Miguel Lamet

      Introducción

      Hay un fenómeno muy frecuente entre los creyentes al que rara vez se le presta la debida atención: el desfase entre la evolución normal de las personas, en todas sus áreas, y la dimensión religiosa. Es corriente encontrarse adultos, hombres y mujeres, que lo son en todo excepto en la faceta religiosa. Esta última suele estancarse de por vida en el momento previo a la pubertad, al que se añaden algunos elementos de la adolescencia. Es lo que manifiesta la persistencia del «pensamiento mágico», por ejemplo, entre los adultos; elementos de la «fe del carbonero» que se resiste a las preguntas y las dudas; o la tendencia tan corriente a convertir la fe religiosa en el campo de tiro del escepticismo y esa forma de crítica tan propia de la adolescencia que no acaba de superar la rebeldía «sin causa». El sujeto adulto que ha madurado en su fe sabe que esta, la fe, se encuentra en una dimensión diferente a la del pensamiento, digamos, científico. Sabe que en la fe es necesario equilibrar lo emocional con lo cognitivo o razonable y lo conductual, como corresponde a la actitud en proceso continuo de maduración. Pero no es fácil encontrar sujetos adultos y psicológicamente maduros en la fe, como sería lógico esperar. Esto es indicio de varias cosas, entre ellas, tal vez la más importante, la ausencia de consciencia de que la fe no puede madurar si no es en la misma trama de maduración de todo el individuo. Los y las adultos siempre tenemos la posibilidad de acelerar la maduración moviéndola de su estancamiento, pero lo normal sería haber ido evolucionando, permitiendo que la dimensión religiosa avance en la medida en que avanza cada persona atravesando las fases propias de los distintos momentos evolutivos. Esta necesidad de normalidad en la evolución de la fe otorga a este libro una enorme importancia, pues la mayoría de creyentes (madres y padres, educadores y educadoras, catequistas…) que tienen menores a su cargo no cuentan ni con información ni con formación en psicología evolutiva, ni en general, ni en concreto en psicología evolutiva religiosa. Esta es una de las muchas carencias, ante las cuales los adultos hacen lo que pueden. Este libro es, sin lugar a dudas, de mucha ayuda para quienes desean conocer mejor la etapa religiosa de sus hijos e hijas de entre 6 y 8 años.

      En esta etapa, las niñas y los niños están terminando de llevar a cabo la distinción entre ellos y el mundo, entre ellos y las otras personas. Todavía se encuentran bajo el «egocentrismo» (todo lo refieren a sí mismos, como bien se ve en muchas de las respuestas de Miguel a su madre) y su pensamiento es todavía pre-causal a pesar de los adelantos tecnológicos y pedagógicos actuales. Es una etapa en la que van adquiriendo mayor capacidad de introspección, por lo que la dimensión espiritual, la práctica de la oración y la participación en los ritos religiosos tienen la posibilidad de hacerse más profundos y personales.

      En este momento, los niños y niñas todavía sienten una gran admiración y curiosidad por el mundo y por las personas. Necesitan identificarse con personajes heroicos, que tienen muchas funciones psicológicas, entre ellas la de proyectar los grandes valores que reciben en su familia, educación y entorno cultural. Pueden proyectar esos valores y rasgos en alguien, o en un grupito pequeño de personajes, de la vida real o de la vida imaginaria (también real de otra forma), a quienes pueden, además, imitar. Esta disposición para la imitación durará hasta la etapa de la pubertad, cuando ven perder la autoridad de los adultos y prefieren vivir la propia experiencia a la experiencia