y concentración y también otros síntomas como dolencias físicas sin justificación o explicación médica. Se habla de comorbilidad cuando se produce la coexistencia de dos o más trastornos, con implicación asociativa, en una misma persona y en el mismo momento o uno inmediato al otro. Un ejemplo es la frecuente asociación entre trastorno depresivo y ansiedad en todas las edades. En niños y adolescentes también se presenta con mucha frecuencia la unión entre depresión y problemas de conducta.
La ansiedad es un estado de inquietud física y psíquica persistente que la persona vive como situación de falta de control. Se diagnostica ansiedad cuando están presentes, durante un episodio de depresión mayor o trastorno depresivo distímico, dos o más de los siguientes síntomas:
El individuo se siente nervioso o tenso.
Se siente inhabitualmente inquieto.
Tiene dificultad para concentrarse debido a las preocupaciones.
Tiene miedo a que pueda suceder algo terrible.
Siente que podría perder el control de sí mismo.
Los trastornos de conducta son descritos en el DSM-V como un patrón repetitivo y persistente de comportamiento que se manifiesta mediante falta de respeto a los derechos básicos de otros o se incumplen las normas o reglas sociales propias de la edad. Pueden ser leves, cuando los problemas de conducta provocan un daño relativamente menor a los demás (por ejemplo, mentiras, absentismo escolar, regresar tarde por la noche sin permiso, incumplir alguna otra regla); moderados, cuando el número de problemas de conducta y el efecto sobre los demás son de gravedad intermedia (por ejemplo, robo sin enfrentamiento con la víctima, vandalismo), y graves, cuando existen muchos problemas de conducta además de los necesarios para establecer el diagnóstico o dichos problemas provocan un daño considerable a los demás (por ejemplo, violación sexual, crueldad física, uso de armas, robo con enfrentamiento con la víctima, atraco e invasión).
Los datos recogidos por el Ministerio de Sanidad y Consumo[6] ponen de manifiesto que la comorbilidad es una regla más que una excepción. Entre el 40 y el 90% de los adolescentes deprimidos padecen un trastorno comórbido y al menos entre el 20-50% tienen dos o más diagnósticos comórbidos. Los trastornos de conducta (40%) y de ansiedad (34%), seguidos del abuso de sustancias, son los trastornos comórbidos con depresión que se presentan con más frecuencia. Estos trastornos pueden ser interdependientes unos de otros pero también, indistintamente, ser unos causa y consecuencia de los otros o bien ser todos parte de un cuadro común. En los adolescentes, con cierta frecuencia, esta comorbilidad puede no ser advertida y un trastorno podría estar eclipsando a otro. Un ejemplo son los problemas de conducta que, en ocasiones, están ocultando un estado depresivo de fondo eclipsado por la resonancia y las dificultades que genera el problema de conducta en la vida familiar y social.
Otro aspecto importante que también hay que tener en cuenta son los grados de un trastorno depresivo. La depresión se mide en grados. El DSM-V[7] establece tres grados, leve, moderado y grave, que se van a diferenciar en función del número de síntomas que presente el sujeto, de la intensidad y del grado de deterioro e incapacidad que produzcan en una persona para realizar sus actividades diarias. En la depresión leve las personas dentro del malestar que sienten pueden llevar una vida normalizada sin mucha dificultad. En ocasiones, aunque encuentren algún problema para realizar sus actividades habituales, probablemente no tengan que suspenderlas completamente. Los síntomas, en esta clasificación, producen malestar en el sujeto pero son manejables y alteran poco la vida familiar, social o laboral. En la depresión moderada la persona puede presentar dificultades más notables para hacer frente a sus responsabilidades diarias teniendo, en algunos casos, que interrumpir algunas actividades temporalmente, apareciendo la necesidad de una baja laboral transitoria. En el grado de depresión grave, con mucha probabilidad, una persona no podrá mantener las responsabilidades habituales de su vida diaria requiriendo cuidados y apoyo de familiares u otras personas. Es frecuente que necesite ayuda para realizar sus actividades y sus tareas en las distintas facetas de su vida, siendo muy probable que abandone algunas. Durante un episodio depresivo grave los síntomas causan gran malestar y el sujeto no lo puede controlar o manejar, se puede llegar a producir falta de autonomía para cuidarse uno mismo, abatimiento y pérdida de energía creando un estado de ánimo que interfiere claramente en el funcionamiento familiar, social y laboral. El número de síntomas supera notablemente a los necesarios para hacer el diagnóstico. En determinados casos, se requiere la asistencia hospitalaria.
3. El autoconcepto y la autoestima
El autoconcepto y la autoestima juegan un papel principal en el desarrollo de la depresión, están íntimamente entrelazados e interrelacionados en su formación. En primer lugar, voy a definir qué son estos dos conceptos y, posteriormente, cuál es la interconexión con la depresión. El autoconcepto y la autoestima son la percepción, la valoración y la estima que cada persona tiene de sí misma. Existen diferentes opiniones entre los expertos a la hora de conceptualizar y establecer diferencias entre estos dos términos. Para algunos autores autoestima y autoconcepto engloban un único sentido, describen lo mismo. Para otros, por el contrario, son términos que se refieren a aspectos diferentes, por un lado, entienden el autoconcepto como la autopercepción o la opinión que tiene una persona de sí misma en las distintas facetas de su personalidad y de su vida, lo consideran como la descripción cognitiva e intelectual de uno mismo y, por otro lado, entienden la autoestima como la autovaloración personal que se da cada persona a partir de esa opinión. Se podría decir que es la «puntuación» que se da uno a sí mismo en los diferentes aspectos de su persona y de su vida. Esta autovaloración lleva asociados sentimientos positivos o negativos que van a conformar una autoestima positiva o negativa. Ante estas dos corrientes a la hora de entender estos dos conceptos, yo me voy a posicionar en la corriente que considera el autoconcepto y la autoestima como elementos diferentes pero íntimamente interconectados e interrelacionados, en tanto en cuanto, un elemento es cómo se percibe uno a sí mismo y el otro es la valoración y el sentimiento que le produce esa autopercepción.
El autoconcepto, considerado como la percepción que tiene una persona de sí misma, se refiere a los pensamientos y las opiniones con las que se autodescribe. Hace referencia a la dimensión cognitiva de la persona. Es la representación mental que el sujeto se ha formado de sí mismo a partir de sus experiencias, de sus interrelaciones y de sus vivencias. El autoconcepto es multidimensional y las dimensiones son las diferentes facetas del individuo, como la familiar, social, escolar, personal, emocional, espiritual, material-económica, el aspecto físico, etc. Se puede tener una autopercepción global formada por el balance de todas las áreas o se puede tener una opinión de sí mismo diferente en cada una de ellas. El sujeto va creando esta opinión en función de las experiencias con su entorno, de la propia opinión de su conducta y de su personalidad, y de la visión que los demás le van transmitiendo acerca de sí mismo. Cuando la imagen es favorable, obtendrá un autoconcepto positivo; cuando no sea favorable, el autoconcepto será negativo, y puede ser en su conjunto o en alguna de las áreas.
La autoestima, por su parte, es la valoración que se da una persona a partir de la percepción y opinión formada de ella misma. Si el autoconcepto es el componente cognitivo de la visión de sí mismo, la autoestima es el componente afectivo-emocional. Esta evaluación y valoración de las diferentes dimensiones de la persona lleva asociados sentimientos y emociones en sintonía con ella, de satisfacción o insatisfacción, de autoestima positiva o negativa. Por lo tanto, la autoestima son los sentimientos y las emociones que se despiertan en un niño, adolescente o adulto, como consecuencia de la autovaloración o «puntuación» que hace sobre las diferentes facetas de su vida, tanto de las internas como de las externas. La autoestima también puede ser el resultado del balance global de todas las áreas, no estar satisfecho con nada de lo que tiene, o puede tener una valoración distinta para cada categoría. Por ejemplo, una persona puede tener una autoestima saludable por una valoración positiva en su dimensión académica, pero sentir una autoestima negativa de su imagen física. Es importante tener en cuenta que esta valoración puede ser subjetiva y no tiene por qué corresponderse con la vida real del sujeto. Puede ocurrir que una persona haya demostrado en su trabajo y en sus resultados académicos su valía, pero emocionalmente