Irene Seco Serra

Historia breve de Japón


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Estos vistosos ornamentos desaparecerán progresivamente a lo largo del Jomon Final para dar paso al empleo de pequeñas cuentas de collar.

      El mundo de las creencias Jomon está muy lejos de ser comprendido, pero abundan los indicios sobre la ritualidad que lo rodeaba. Destacan especialmente en este sentido las ‘zonas sacras’ del periodo Jomon Inicial de los yacimientos de Mawaki y de Higashi Kushiro. De Mawaki proviene una pieza muy especial. Se trata de un gran poste de madera de dos metros y medio de altura, con tres zonas labradas. En la parte central, la única que se ha conservado en un estado que permite apreciar la talla, puede verse un motivo central circular flanqueado por dos crecientes.

      Pero lo más conocido de Mawaki son sin duda sus delfines. Se encontraron huesos de unos trescientos de estos cetáceos, todos depositados en el mismo lugar. Los cráneos de los animales se habían colocado de una manera particular; algunos estaban emparejados en paralelo o enfrentados, otros, dispuestos en forma de abanico con el morro mirando hacia adentro. En Higashi Kushiro, por su parte, salieron asimismo a la luz cráneos de delfines, que, en este caso, se habían colocado en círculo, con los morros hacia fuera, y se habían cubierto con pigmento rojo de óxido de hierro.

      También muy interesantes son los datos de yacimientos como Togariishi, que ya se mencionó más arriba a propósito del poblamiento de las áreas interiores de las islas. En el lugar se hallaron gran número de figurillas de arcilla bajo los suelos de las casas.

      Las figurillas de arcilla o dogu fueron habituales a lo largo de todo el periodo Jomon. En algunas ocasiones, sobre todo en momentos muy antiguos, son pequeñas y planas. Por ejemplo, las de Sannai Maruyama, el yacimiento que se analizará con detalle más abajo, están realizadas mediante placas de arcilla sobre las que se moldean los rasgos. Pero lo habitual es que sean tridimensionales, con volúmenes muy acentuados. Muchas de ellas son bastante grandes, aunque no llegan a alcanzar el tamaño de las grandes haniwa de época Kofun sobre las que se hablará más adelante.

      Algunas dogu son claramente femeninas o masculinas; es famosa, por ejemplo, una figura de prominentes e inconfundibles volúmenes redondeados excavada en Tanabatake, en la prefectura de Nagano, que se suele calificar directamente de ‘Venus’. Estas dogu femeninas han sido puestas en relación con ritos de fertilidad. Muchas figurillas, sin embargo, resultan confusas en cuanto a su género. Además, mezclan con frecuencia rasgos humanos y animales de manera muy peculiar. Se piensa que, al menos en ciertos casos, se intenta representar el uso de máscaras. El estilo de las dogu enfatiza los ojos y la boca, a menudo abierta en un grito, y mezcla la incisión con la aplicación de elementos en relieve para crear complejos patrones decorativos. Existe un gran número de tipologías de dogu, que varían según el momento y el lugar; hay dogu con el cuerpo hueco, dogu vestidas, desnudas, en forma de aspa, dogu con cabeza triangular, o, como las llaman los japoneses ‘con forma de montaña’, y un largo etcétera.

      La función y el significado de las dogu siguen sin estar claros del todo, y de hecho hay quien opina que denominar con la misma palabra, dogu, un término acuñado por los arqueólogos japoneses en 1882, a tantas figuras tan diversas es llevar a cabo una falsa homogeneización. Sea como fuere, se piensa que las figuras se colocaron alrededor del hogar y también suspendidas del techo de las casas, y consta que algunas se emplearon como lámparas. La mayoría han aparecido en un estado fragmentario intencionado, es decir, que, después de usarlas, las figurillas se rompieron a propósito y luego se enterraron. Lo normal es que aparezcan en la zona de vivienda, aunque en algún caso se han encontrado en tumbas. En momentos tardíos de transición al Yayoi hay ejemplos de dogu empleadas como contenedores funerarios de restos humanos, pero no parece que fuera esa su función primera. En resumen, se cree que las dogu representan fuerzas numinosas, espíritus protectores que habitaban junto a los vivos y velaban por los difuntos. Se piensa también que algunas de ellas pudieron acercarse al concepto de exvotos, y que se rompían buscando la curación de diversas enfermedades.

      Vasija prehistórica del periodo Jomon Medio

      No podemos concluir este breve pasaje sobre las figurillas dogu sin mencionar la famosa dogu de Kamegaoka. Se trata de una figura bastante grande, cubierta de motivos ornamentales y con unos característicos ojos protuberantes de pupilas reducidas a una incisión, Esta dogu, conocida y estudiada desde antiguo, ha dado pie a curiosas teorías. En el siglo XIX, al poco de su descubrimiento, un investigador japonés, que por aquel entonces se encontraba en Londres, quiso ver en los ojos ovalados y salientes de la figura una versión nipona prehistórica de un tipo de gafas para la nieve empleadas después por los habitantes de ciertas zonas de Siberia. El estudioso se había topado con gafas de este tipo en la colección de etnografía del Museo Británico, y lo cierto es que las piezas en cuestión guardan un sorprendente parecido con el modo de representar la zona ocular de la dogu de Kamegaoka. Sin embargo, la investigación moderna ha descartado su hipótesis.

      Con el correr de los años los hallazgos de dogu se multiplicaron y la cultura Jomon fue cada vez más conocida, pero la dogu de Kamegaoka mantuvo por algún motivo una extraña capacidad de fascinación. En el siglo XX fue tomada como bandera por grupos que sostenían que en el pasado se habían producido encuentros extraterrestres, y que buscaban las huellas de los visitantes en estelas precolombinas o en pinturas rupestres. Todavía hoy no faltan quienes ven en esta dogu la representación de un ser vestido con traje espacial. Desde el punto de vista arqueológico se trata, sin duda, de una de las piezas Jomon más significativas entre las halladas hasta la fecha.

      Volviendo al yacimiento de Togariishi, hay que señalar que, además de hallar gran número de dogu, en algunos edificios los excavadores identificaron además altares adosados a las paredes, sobre los que se colocaban rocas de aspecto fálico. Además, en el centro de la aldea se alzaba una enorme piedra, a la que conducía un camino pavimentado. Debajo del monolito se encontró un gran vaso de ofrendas de cerámica.

      En periodos posteriores de la historia japonesa está bien documentada la veneración de diversos tipos de piedras como moradas de las divinidades. A menudo se trata de afloramientos rocosos, conocidos con el nombre genérico de iwakura. Los dioses que habitan piedras en general, y los japoneses no son una excepción, suelen ser también proclives a las asociaciones fálicas, relacionadas probablemente tanto con la fecundidad agrícola y humana como con ideas apotropaicas. En este sentido cabe mencionar a ciertos antiguos dioses de los caminos, que acabarían identificados, en ocasiones, con una deidad budista posterior. Sobre ello se volverá más adelante, en el apartado sobre la expansión del budismo. Resulta tentador rastrear los inicios de estos tipos de representación en el periodo Jomon, pero lo cierto es que carecemos de detalles para proponer una continuidad conceptual prehistórica con las manifestaciones más recientes. En cualquier caso, la religiosidad Jomon era claramente compleja y variada, y el mundo sacro suele ser extraordinariamente conservador. Por lo tanto, tampoco hay por qué negar de manera tajante la posibilidad de que algunos de sus elementos pervivieran en las ideas religiosas que habrían de venir.

      Si midiéramos el éxito de una cultura por su duración ininterrumpida y por una escasa variación en el registro material, que atestiguara una buena adaptación al medio, entonces el larguísimo periodo Jomon, con sus más de once mil años, estaría sin duda en una de las primeras posiciones del mundo postpaleolítico. Pero todo llega a su término, y el periodo Jomon fue sucedido finalmente por la edad agrícola japonesa, que fue a su vez una Edad de los Metales: el periodo Yayoi. El nombre está tomado de un famoso yacimiento cercano a Tokyo. Como ya ocurría con el periodo Jomon, los albores del Yayoi no están claros. Tradicionalmente se ha dado la fecha del año 300 a.C., pero la presencia de cultivos, que marca la transición de Jomon a Yayoi, está siendo documentada en momentos cada vez más tempranos. Sobre este tema se volverá en detalle más abajo, en el apartado dedicado a la llegada de la agricultura. El periodo Yayoi suele subdividirse a su vez en tres grandes etapas: Yayoi Inicial (c. 300 a.C.-c. 100 a.C.), Yayoi Medio (c. 100 a.C.-c. 100 d.C.) y Yayoi Final (c. 100-c. 300 d.C.).

      Como ya se ha dicho, la época Yayoi se caracteriza por la difusión de la agricultura, pero también por el empleo de herramientas metálicas. Una de las múltiples idiosincrasias del desarrollo de la cultura japonesa es la ausencia de una Edad