Ruthy Garcia

El Lapso


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puede ser!

      â€”Sí, escuché claramente cuando le dijo: “¡Maldito millonario de pacotilla! ¡Es un malnacido! Cuando reúna cinco mil euros me largo y no vuelvo más. Nos iremos al Caribe juntos”. Parecía estar feliz al decirle esto a su inadecuado, indelicado y torpe compañero de cama.

      Ella guardó silencio durante unos segundos.

      â€”Sí, lo recuerdo, pero fue un arranque, lo siento —dijo asustada, mientras respiraba forzadamente.

      No esperaba esta información, fue repentino. Por un momento sintió que estaba en peligro.

      â€”¿Segura que fue solo un arranque? Porque si no quiere seguir viniendo, lo entenderé y la dejaré ir. Solo tiene que decírmelo. Lo menos que querría es estropear su ilusa relación con un hombre que no sabe valorar qué clase de mujer tiene.

      Ella se siente otra vez en las nubes, la irrealidad es hermosa, trascendental episodio de su transparente vida.

      â€”No, no, no, nada de eso. No tome en cuenta lo que escuchó, fue una estupidez. De todo corazón, estoy arrepentida. Perdóneme, señor Paradize.

      Lara Nova cruzó con esfuerzo sus piernas. Él la miró con cierta desesperación. Es evidente que le atraía bastante.

      â€”Está bien, entonces lo olvido y usted no lo repite —dice Paradize.

      â€”De acuerdo. Ahora cuénteme más. Nos quedamos en la glamorosa señora Paradize.

      â€”Sí, sí —rió como un niño—. Era bella…

      En ese momento la puerta recibe varios golpes con extremada delicadeza.

      â€”Señor Paradize, su té está listo.

      â€”Es Margaret, la mucama —susurró al tiempo que miraba su reloj.

      â€”¿Quiere que lo traiga aquí o más bien desean pasar a la terraza? —dijo desde fuera de la habitación.

      â€”Tráigalo aquí, pero dentro de media hora, ahora estamos ocupados. A no ser que usted, señorita Nova, quiera tomarlo en este momento.

      â€”No, nada de eso, lo tomaremos juntos dentro de media hora. Quiero seguir escuchando.

      â€”Puede retirarse, Margaret.

      â€”Como guste, señor Paradize.

      â€”Le decía que mi madre fue una mujer espectacular. Mi padre la conoció en una fiesta en París, en casa de unos amigos. Tenían diecisiete años. El flechazo fue instantáneo. Construyeron juntos el emporio Paradize, usted sabe… Ya conoce a mi familia y el poder que encierra mi apellido. Sabe los detalles de mi fortuna, no es ningún secreto en toda Europa que soy un hombre realmente poderoso.

      â€”No cabe duda, es cierto…

      â€”Soy hijo único. También debe recordar el inmencionable suceso de cuando la vida de mi hermosa madre es trastocada y lamentablemente muere, cuando yo tenía apenas catorce años.

      â€”Un hecho que desafortunadamente marca a cualquiera. Lo siento mucho, señor Paradize.

      â€”Sí, más por el desconsiderado de mi padre.

      â€”¿El señor Arthur Paradize padre? Hábleme de él.

      â€”No se atreva a mencionar que ese ser tan despreciable lleva mi nombre —dijo poniéndose de pie repentinamente y acercando su cara a la de Lara de una manera intimidante.

      Sus miradas se enfrentaron y se produjo un momento muy tenso entre la presión del impulsivo hombre y el temor de ella.

      De repente, la puerta se abrió.

      â€”He traído su té, señor Paradize.

      El hombre vuelve a su asiento.

      â€”Déjelo en la mesa y retírese, Margaret.

      â€”Sí, recuerde que está caliente, como le gusta. Si lo deja enfriar no sabrá igual.

      â€”¡Lárguese ya, señora Margaret! ¿No ha entendido? —dijo Arthur de una manera irritante.

      Margaret se va. Lara mira con ojos de pena a la mujer, mientras esta se va algo desconcertada. La puerta se cierra lentamente, ambas mujeres se miran intensamente. A las dos les aqueja la misma pena.

      â€”Perdón, señor Paradize, no quise... —dijo Lara.

      â€”No quise, blablablá. Pues no quiera más y que no se repita. No me agrada hablar de él.

      â€”Pero, aunque no mencionemos su nombre, podríamos llamarle de alguna forma, qué sé yo… un sinónimo… Sabe que necesito detalles de todas sus cosas.

      â€”Sí, lo creo justo. ¿Cómo se le ocurre que podríamos llamarle?

      â€”¿Qué le parece el Innombrable?

      Unos segundos de silencio hicieron que ella se preocupara de no haber elegido el nombre correcto.

      â€”Me parece perfecto. ¡¡El Innombrable!! Bien, hasta me siento cómodo llamándole así. —Rio, de inmediato tomó asiento y gritó a voces—: ¡¡Ya basta!! ¡Cállate, maldito Innombrable, me estás sacando de mis casillas!

      â€”Señor Paradize, ¿qué le sucede?

      â€”¿No lo escucha? Es él otra vez, por eso le tengo encerrado desde hace tanto tiempo. Cada vez es más desesperante. No aprende a guardar silencio ni un solo instante. Es un malnacido, le odio.

      â€”¿Y por qué le ha encerrado? No creo que nadie se merezca eso.

      â€”¿Le parece poco haber causado la muerte de mi santa madre?

      â€”Fue un accidente, señor Paradize. Debe hacer lo posible para olvidar, es necesario.

      â€”Si hubiese sido su madre no diría lo mismo, créame.

      â€”No, no debe verlo de esa manera. Necesita hacer lo posible por empezar de nuevo. Es usted una persona brillan…

      â€”¡Ya basta! Deje de alabarme, no conseguirá un céntimo más de lo que le pago. Limítese a cumplir con sus obligaciones como terapeuta.

      â€”Perdón, señor Paradize. Sigamos hablando de su madre.

      El tono de la conversación cambió bruscamente y entró en una nueva etapa de charla distendida, como si el momento incómodo de hacía unos segundos jamás hubiera sucedido.

      â€”Ah, sí… —Sonrió—. ¡Ella era única! Llena de vida. Pero lamentablemente el Innombrable apagó la luz que había en ella.

      â€”Es una pena. Más me dijo que se amaron durante mucho tiempo.

      â€”Un tiempo corto. Eso fue amor a cuentagotas. A veces creo que él planeó la muerte de mi madre para quedarse con la fortuna.

      â€”Es confuso lo que dice. Si la amaba, ¿cómo podría hacer eso el Innombrable?

      â€”Bueno, tal vez que nadie se dio cuenta. El innombrable, señorita Lara, es sagaz, sigiloso, mentiroso y sobre todo astuto. Por ello lo tengo encerrado, por ello no permito que salga a ningún lugar. Conozco sus trampas, no podrá engañarme nunca.

      â€”¿Y le dejará encerrado mucho tiempo?

      â€”Claro, no pienso dejarle salir. Debe permanecer allí para siempre, y aun con eso no pagará lo que hizo.

      â€”Comprendo