George Saoulidis

Llorando Sobre La Luz Derramada


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había sido tocado por el fuego para que no absorbiera el olor. Entonces su cara mostró preocupación real y preguntó en voz baja:

      ―¿Reemplazará Demokritos el láser?

      Yanni se sentó y suspiró profundamente un par de veces, como si la respuesta se encontrase en las moléculas que le rodeaban.

      ―Sí, tiene que hacerlo. Pero tomará una eternidad hacer el papeleo y obtener el permiso. No podrá hacerlo a tiempo para la revisión de la financiación.

      Thalia remetió las esquinas de las cortinas tan perfectamente como pudo. Eso era algo que podía controlar y se calmó haciendo el trabajo sin problemas.

      ―Sé que el láser es caro, ¿no podemos conseguir ese dinero de algún sitio mientras tanto? ¿De Nikos, por ejemplo?

      Yanni buscó rencor en su voz pero no lo encontró. La sugerencia era fría y lógica, no recriminatoria. Y tenía razón.

      ―Podemos, sí. Pero el problema no es el precio, sino la disponibilidad. Las piezas son caras y además no están disponibles para particulares. Tener el dinero no es suficiente, aparte hay que ser un centro de investigación para conseguir algo así. O el departamento de investigación y desarrollo de una gran corporación, o algo por el estilo.

      ―¿Y no puedes explicar el contratiempo al comité de revisión?

      Yanni pensó en la llamada de antes, un socio le advirtió sobre el nuevo administrador, que estaba decidido a cortarle los fondos. Decidió no contarle eso a su esposa, para dejar un ápice de esperanza. Estaba tranquila, pero podría no necesitar más que esta nueva información para desmoronarse.

      ―Sí, claro. No son inaccesibles, los llamaré mañana a primera hora.

      Forzó una sonrisa, la besó y subió a su oficina-laboratorio. Se sentó en su silla como siempre y revisó los daños. No eran muchos, podría haber sido mucho peor. El láser tenía una gran quemadura en la parte superior de la caja, obviamente por el sobrecalentamiento. El cableado estaba quemado y olía mal, el plástico siempre lo hace. El borde del escritorio estaba chamuscado, también una esquina de su silla y la alfombra. El señor Andreas realmente trató de evitar rociar el láser, se las arregló para formar un círculo alrededor y ahogó el oxígeno de la llama. Hombre práctico, su pensamiento podría haber ahorrado decenas de miles de euros en reparaciones. La alfombra estaba destruida. Estaba bien. Yanni incluso pensó en llevar la contraria a su esposa y dejar la habitación tal cual.

      Las cicatrices del fracaso.

      Pensó en volver a encender el láser. Tal vez ese era su accidente fausto. Tal vez este sería su momento eureka, cuando un percance en el laboratorio conduce a un descubrimiento que cambia el mundo. Era tonto de su parte, pero la tentación pudo con él.

      Pensó que el láser ya estaba dañado, así que tampoco iba a empeorar las cosas. Trajo una manta vieja por si acaso, diciendo a Thalia que como mantenía la ventana abierta, hacía frío. Ya había oscurecido, así que no estaba tan lejos de la verdad.

      Sostuvo la manta en la mano por si se producía otro incendio y encendió el láser, esperando el momento eureka de sus sueños que le cambiaría la vida.

      Capítulo i^4

      Cuando llegó el láser, fue como la mañana de Navidad. Sus ojos brillaban mientras desenvolvía el embalaje de protección extrema.

      ―¿Es el efecto visible a simple vista? ―preguntó Ourania.

      Yanni tiró algunas bolitas de polietileno al suelo.

      ―No, uso las gafas polarizadas para ver el patrón de muaré. Las matemáticas predicen que, cuando las ecuaciones se alineen, esa longitud de onda en particular producirá un efecto muaré si se ve a través de las gafas.

      Y luego agregó con un toque de orgullo:

      ―Se me ocurrió a mí.

      ―¡Eso es brillante, Yanni! ―dijo ella―. De esa forma no necesitas un chip de computadora cuántica para probar la teoría.

      ―Correcto. Gracias en parte a eso me las arreglé para mantener mis fondos todo este tiempo, porque la prueba era relativamente barata.

      Sostuvo el láser como un niño sostendría un brillante tren de juguete y corrió arriba para conectarlo.

      Capítulo 2i

      Yanni iba y venía por la habitación vacía y estaba furioso.

      ¿Qué hacía Hermes con estos niños? ¿Los usaban para algún tipo de experimento de interacción humana? ¿Era seguro? Y si no lo era, ¿quién podría saberlo? ¿Qué valores les estaban enseñando a los niños? Si uno de ellos lastimara a otro, ¿qué haría al respecto su madre adoptiva?

      Dejó de atender a razonamientos, todo lo que quería era gritarle a las cámaras por exponerles a esto, por exponer a esto a Alex; y llevar al niño a su casa, donde estaría a salvo, donde crecería en un hogar de verdad, con una madre de verdad.

      La parte racional de su cerebro se impuso y le hizo pensar que ellos lo habían ingeniado. El juguete era exactamente igual que el de su hijo, el niño podría hacerse pasar por el hermano de Georgie si fuera necesario. Lo habían preparado todo para esta respuesta, esto era una prueba. Incluso si pudiera llevarse al niño y adoptarlo y darle una familia amorosa, ¿qué podría hacer por los demás? ¿Y quién sabía si no estaban mejor así? Lo más probable era que las mejores universidades los estuvieran esperando, siendo ellos verdaderos hijos corporativos y leales hasta los huesos. ¿Quién era él para cargarse eso?

      No podía salvarlos. Especialmente ahora. Tal vez en el futuro, cuando terminase su prueba. Cuando tuviera la misma influencia en esta compañía que Nikos. Tal vez entonces podría hacer algo al respecto. Amenazar con denunciarlo en los medios de comunicación. Cualquier cosa.

      Pero tenía que ganar esta batalla. Por él, por su familia, por la ciencia, por todos. Esta batalla sádica que parecía diseñada para atormentarlo.

      Se calmó y se sentó. Esperaba no haber asustado a Alex; aunque si el chico estaba asustado, no lo mostró.

      ―Alex ―dijo con la voz más dulce que pudo―. Estoy aquí para enseñarte algo. ¿Te gustaría?

      Alex sonrió y movió su linda cabeza de arriba abajo asintiendo.

      ―Bien. Aquí va. Sabes de computadoras, ¿verdad? Te deben dar tabletas y cosas así para jugar, ¿no? ―preguntó con la misma expectación que cuando le pidió matrimonio a su mujer.

      Alex asintió.

      ―Genial. Esas computadoras tienen una máquina-cerebro dentro de ellas. A eso lo llamamos procesador. ¿Entiendes?

      ―Sí. Pro-pensador.

      ―Llamémoslo así, no importa. El pro-pensador necesita ser rápido para que los juegos sean rápidos. Odiamos cuando los juegos van lentos, ¿verdad? Genial. Así que hacemos pensadores cada vez más rápidos, pero las cosas que ponemos ahí no pueden ir tan rápido. Son perezosas y dicen: «¡No nos apresuren tanto!» y se quedan ahí sentadas, sin hacer el trabajo.

      Alex se rió y asintió.

      ―Genial. Así que tenemos que poner cosas más rápidas, cosas que no sean perezosas. ¿Y sabes cuál es la cosa más rápida del mundo?

      Alex agitó la cabeza, con ojos deseosos de saber la respuesta.

      ―Luz. La luz del sol es la cosa más rápida del mundo. No es para nada perezosa. Pero la luz solar es tan rápida que se necesita algo inteligente para mantenerla dentro ―dijo Yanni, y encapsuló aire entre sus manos. Las agitó, aún cerradas, como si tuviera una avispa dentro. Eso parecía entretener mucho a Alex.

      ―Cuando le digo al señor Luz-Solar que haga un trabajo, necesito ver si lo hizo o no, ¿verdad?

      ―Verdad.