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Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia


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y concluyente como fundamento racional de una concepción del poder que fija sus propios límites y, en este sentido, resulta absolutista. Se sostiene que el racionalismo hobbesiano es el origen de una tradición dominante en la filosofía y ciencia política que fundamenta la legitimidad del ejercicio del poder en el conocimiento científico, tradición de gran influencia en nuestro tiempo, como lo han señalado filósofos políticos como Oakeshott, Wolin, Q. Skinner, así como filósofos de la ciencia como Kitcher, Toulmin, Feyerabend y Turner, entre otros. Así pues, la principal crítica a la concepción moderna de racionalidad de cuño cartesiano reside en sus consecuencias e implicaciones políticas de carácter autoritario. En este sentido se trata de una reflexión desde la filosofía política de la ciencia.

      En contra de esta concepción y retomando ideas y propuestas de humanistas del Renacimiento (De la Veracruz), y de los fundadores de la filosofía de la ciencia contemporánea (Duhem, Neurath), que defienden una idea de racionalidad basada no sólo en métodos, sino también en el diálogo y la discusión plural, se propone un concepto alternativo de racionalidad basado en un principio de equidad epistémica. Esta concepción no sólo es compatible con el reconocimiento de la diversidad de saberes propios de las actuales sociedades multiculturales y de la participación amplia plural y democrática de la sociedad, sino que presuponen tal reconocimiento y tal participación.

      Cierra la primera sección del libro el trabajo de Salvador Jara "Ciencia y democracia". El autor sostiene que la ciencia y la democracia pueden y deben ser garantías para salvaguardar la diversidad y vencer la tentación de imponer un solo punto de vista, así sea mayoritario. El dogma que resulta de la seguridad de tener la verdad les convierte en obstáculos para la super vivencia y en artífices de una homogeneización que acaba con las diferencias y borra las identidades.

      Nos advierte que así como la ciencia, con base en su prestigio y autoridad no debe descalificar a priori ningún otro saber, la democracia tampoco debe acabar con las perspectivas y visiones de las minorías escudándose en su poder mayoritario. En ambos casos esa actitud representa una ofensa a la inteligencia de quienes piensan distinto y defienden un modelo de desarrollo y supervivencia diferente, en la igualdad democrática todos y cada uno deben tener un espacio en el concierto de la planeación del futuro, porque a fin de cuentas lo que está en juego es la existencia de mayorías y minorías, y de nuestro entorno natural. Si se logra alcanzar ese primer objetivo de la supervivencia, la posibilidad de que el bienestar anhelado, tanto individual como colectivo, se haga realidad, dependerá de reconocer en la ciencia y la democracia espacios que promuevan un amplio y plural debate de puntos de vista y de modos de vida para una mejor existencia de todos los seres humanos.

      La segunda sección del libro agrupa cinco trabajos centrados en cuestiones axiológicas. El primero es el de Francisco Álvarez "Racionalidad axiológica y prácticas científicas". En este texto se propone incluir entre la lista de los antecedentes de la filosofía política a John Rawls y al economista Amartya Sen. El problema de la relación entre Sen y Rawls es importante para precisar muchas cuestiones contemporáneas en filosofía política y en la aplicación de los instrumentos de la ciencia económica a la reflexión de la ciencia.

      Buena parte de los análisis sobre el cambio técnico y el impacto de las tecnologías, su difusión y aplicación, suelen adoptar como estructura teórica subyacente, la teoría económica estándar, el modelo de elección racional. Álvarez considera que existen otras formas de acción no regidas exclusivamente por la optimización de la eficiencia en términos de la relación medios-fines, que resultan más eficaces y moralmente más defendibles. La racionalidad no debería verse influida por la teoría económica, sino que ambas deberían ampliar sus modelos. El agente que decide racionalmente es aquel que elige una alternativa después de un proceso de deliberación que atiende a tres cuestiones: qué es lo factible, qué es lo deseable y cuál es la mejor alternativa de acuerdo con los deseos y dadas las constricciones establecidas por lo factible. La racionalidad debe responder con ética, a través de los códigos morales, procurando un funcionamiento económico y científico que fortalezca los recursos de la comunidad.

      Álvarez llama la atención a aquellos que pretenden aislar al conocimiento científico de sus condiciones de producción. La ciencia, al tener una intencionalidad, al ser una actividad humana dirigida a ciertos fines y que produce determinados resultados, consigue algunos objetivos y produce algunos efectos inesperados, debe ser sometida a valores éticos. La racionalidad individual y la racionalidad ecológica están estrechamente interrelacionadas, de un lado la búsqueda, selección y procesamiento de información y, de otro, la conformación social de valores que guían y orientan como reglas de decisión rápida, con nuestros valores éticos y nuestros compromisos morales.

      Nuestros criterios éticos tienen enorme importancia a la hora de nuestra conducta de búsqueda activa de información y buena parte de la peculiar actividad que constituye la ciencia como forma de búsqueda y sistematización de la información, no puede obviar ese componente. No se trata simplemente de unas nociones vagas procedentes de la filosofía política, sino de utilizar en el estudio de la ciencia los mejores instrumentos de análisis de esos otros campos, siendo complementarios, pluralizando y deliberando.

      Steve Fuller escribe "Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo xxi". Enfáticamente asevera que un fantasma amenaza la teoría política occidental; la izquierda darwinista. Ésta, en contraste con la creencia marxista de que todos lo problemas de la condición humana podrían resolverse reacomodando las relaciones sociales, acepta a las personas tal y como son y luego intenta que hagan el bien a través del "refuerzo" de cosas que hacen naturalmente, y que coinciden con el beneficio de su prójimo. Este refuerzo es un incentivo provisto por el Estado, por una izquierda darwinista que sabe que la base son los patrones de comportamiento y que éstos pueden ser mediados a través de la genética.

      En tanto una teoría científica acerca de la vida en la tierra, el darwinismo atiende cómo las especies logran sobrevivir el tiempo que lo hacen. Como teoría política, el darwinismo hace de la sobrevivencia de la especie un bien último, incluso cuando esto signifique el sacrificio o manipulación de miembros individuales de una especie dada. La política darwinista de Singer, campeón público de la izquierda darwinista, apela a la doctrina del "uniformismo", en donde la política está regida por los principios que gobernaron a la naturaleza en el pasado, cuando los seres humanos se integraban armónicamente a ella y no pretendían su dominio. Fuller propone una condición básica para cualquier proyecto político de izquierda; que al empoderamiento de la naturaleza no se le permita obstaculizar el empoderamiento de la humanidad, estableciendo claras prioridades políticas, en donde no sea más importante la protección de aquellas especies incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones, sino la sobrevivencia de la especie humana por medio del aprovechamiento de todas las posibilidades tecnológicas que permiten y mejoran su existencia.

      Cristina di Gregori y Cecilia Durán presentan conjuntamente el trabajo "Conocimiento y democracia: el valor epistémico y político de la opinión pública en la filosofía de J. Dewey". El interés de este texto está enfocado en la reflexión sobre la necesidad y la legitimidad, o no, de la participación pública en las políticas científicas. Tal apunta a aclarar algunos de los términos en los que pueda plantearse el problema, circunscribiéndose a ciertos puntos de partida que han planteado Habermas y John Dewey.

      Habermas recupera tres modelos típicos de la relación entre saber especializado y política; el decisionista, el tecnocrático y el pragmatista. Este último es el único que refiere de forma necesaria a la democracia, surgiendo de él una nueva consideración y explicitación de la función de la opinión pública y su relación con el saber científico y la acción política, por el problema de comunicación que el modelo implica.

      Dewey ofrece su modelo democrático, en donde la participación popular integral es definitoria de la democracia. El problema es que no se han descubierto los medios por los que el público actual pueda identificarse a sí mismo para definir y expresar sus problemas, pasando de ser una gran sociedad (asociación) a una gran comunidad (democracia). Cada individuo debiera liberar sus potencialidades en armonía con los intereses y los bienes que son comunes al grupo al que pertenece. Cada grupo debiera definir sus valores y aspiraciones y, entre grupos, debiera existir una flexible interacción y