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E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


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con el maletín de trabajo que llevaba en la mano.

      Entonces Trent la había llevado a un salón privado dentro del restaurante principal, el Canyon Room.

      –Era necesario… No quería gastar las fuerzas nada más llegar.

      –Bueno, entonces… debería asegurarme de que te alimentas bien.

      Sus miradas se encontraron durante un instante y entonces él levantó la copa.

      –Por ti, Julia. Gracias por venir y echarme una mano.

      Ella sonrió y chocó su copa.

      –Todavía no he hecho nada.

      Bebió un sorbo de champán y saboreó el frío líquido efervescente.

      –Pero lo harás. He mirado tu currículum. En menos de un año transformaste el Fitness Fanatics Gym. Aquel negocio estaba muerto. Allí solo iban culturistas adictos y levantadores de peso profesionales. Ahora está enfocado a toda la familia. Los padres llevan a sus hijos. Los niños aprenden a comer bien y a mantenerse en forma. El programa de Fit Fans para niños es genial.

      Julia aceptó los cumplidos con modestia. Había trabajado muy duro en esos proyectos.

      –Gracias. Todavía no me puedo creer lo bien que salió todo. El proyecto superó todas mis expectativas –inclinó la cabeza y miró a Trent fijamente–. ¿Comprobaste mi currículum?

      –Muchas veces, y siempre has superado mis expectativas.

      Julia se derritió al ver cómo le brillaban los ojos al hablar de ello. Le dio otro sorbo al champán y recordó cómo la habían tocado sus suaves manos unos minutos antes.

      Trent era una fuerza incontrolable para ella.

      –Sabes que no me refería a eso.

      Él sonrió antes de beber un poco de champán.

      –Lo sé, pero también sé que estamos muy bien juntos. No he estado con otra mujer desde que nos conocimos.

      Julia tragó en seco y se aclaró la garganta. Jamás habían hablado de compromiso. Habían tenido una aventura que seguía dando coletazos, pero ella sabía que Trent nunca iba en serio. Él jamás le había prometido la exclusiva, pero aun así resultaba sorprendente que no hubiera estado con otras mujeres. Además, parecía querer retomarlo donde lo habían dejado la otra vez.

      –Yo tampoco… he estado con otros hombres.

      ¿Cómo iba a hacerlo? Nunca había encontrado a nadie mejor que Trent Tyler, ni en la cama ni fuera de ella.

      –De acuerdo, siempre y cuando lo tengamos claro.

      Su expresión decía que se alegraba tanto como ella.

      Julia se acomodó en la silla y cambió de tema.

      –¿Has hablado con Evan últimamente?

      –No. Supongo que está en otro mundo con lo del bebé.

      Evan era el marido perfecto, tierno, cariñoso y paternal. Julia envidiaba mucho a Laney y esperaba encontrar esa clase de amor algún día.

      –Así es. Los voy a sorprender a los dos con una fiesta premamá. Laney sabe que le voy a hacer una fiesta, pero cree que faltan muchos meses todavía. Vas a tener que darme algo de tiempo libre para los preparativos.

      Trent consideró la petición y entonces se encogió de hombros.

      –¿Por qué no la haces aquí?

      –¿Aquí? –Julia parpadeó–. ¿Aquí, en el Tempest West?

      –Eso es. Primero, no puedo prescindir de ti por mucho tiempo. Segundo, la familia todavía no ha visto el hotel terminado. Había pensado invitarlos pronto. Tercero, puedo hacer que los recoja el jet de la empresa. Cuarto, te será más fácil prepararlo todo.

      –Y tú estás empeñado en facilitarme las cosas, ¿no?

      Trent esbozó una sonrisa franca y un hoyuelo increíblemente sexy se le formó en la mejilla derecha.

      –Así es. Me gusta que mis empleados estén contentos.

      Julia pensó en ello un momento.

      –Quería hacerlo yo, Trent. Le prometí a Laney que le haría una fiesta en cuanto se quedó embarazada.

      Trent levantó las manos y se rindió con un gesto.

      –No voy a meterme en nada. Usa el hotel como te parezca.

      –Me gustaría pagártelo.

      Los labios de Trent dibujaron una sonrisa pícara.

      –Ya veremos.

      Julia se echó a reír.

      –Eres imposible. Lo sabes, ¿no?

      Él se encogió de hombros.

      –¿Cuántos invitados tienes en mente?

      Julia hizo un cálculo mental.

      –Unos cuarenta.

      Trent asintió.

      –Muy bien.

      –En realidad, es muy buena idea, Trent –miró por la ventana. Miles de estrellas iluminaban el cielo y arrojaban un cálido halo de luz sobre la tierra. Los ruidos de la noche agitaban la quietud de la oscuridad y un manto de plata cubría las aguas del lago.

      –A Laney le encantará este lugar.

      Trent se recostó en el respaldo de la silla.

      –Problema resuelto.

      –Siguiente punto –se puso el maletín en el regazo y sacó una carpeta llena de apuntes–. He traído algunas ideas. Podemos hablar de ellas durante la cena.

      –Suena bien. Estoy deseando arreglar las cosas y tú eres la persona indicada. Haz uno de tus milagros.

      «Ojalá», pensó Julia, preguntándose si haría falta un milagro para que él la viera como algo más que la salvadora del hotel y compañera de cama.

      Pero primero tenía que hacer su trabajo.

      Después de la cena, Trent le presentó al personal y le enseñó las instalaciones. Una vez hubo contestado a todas sus preguntas profesionales, la llevó a dar un paseo por los alrededores.

      –Me alegro de que estés aquí, Julia. Necesitamos ideas frescas –le dijo, tomándola de la mano. Acababan de pasar el jardín y se alejaban de las luces.

      –No estaría aquí si no te hubieras presentado en Los Ángeles cuando lo hiciste.

      –Un poco de suerte y un buen plan –dijo él, restándole importancia. No quería tener esa conversación con ella.

      –Yo puse toda la carne en el asador. Cuando perdí el contrato con Bridges, me quedé destrozada. La confianza en mí misma se tambaleó. De verdad creía que había conseguido ese empleo.

      Trent se detuvo. Le puso las manos en las caderas a Julia y tiró de ella. Necesitaba cambiar de tema y distraerla era una buena idea.

      –No mires atrás, Julia. Ellos perdieron y yo he ganado.

      Cuando ella estaba en Los Ángeles, a miles de kilómetros de distancia, había conseguido sacarla de su mente, pero estando tan cerca se volvía irresistible.

      La miró fijamente y se dispuso a besarla.

      –Trent –dijo ella, y se echó hacia atrás–. No es buena idea. Tenemos que poner algunas reglas. No puedo dejar que los empleados vean…

      Trent miró a su alrededor.

      –No hay nadie. Y mejor será que no se atrevan a decirte nada.

      –Alguien podría salir en cualquier momento. No me preocupa lo que me puedan decir, pero necesito ganarme su respeto. Dudo mucho que me respeten si creen que soy tu