Robert H. Benson

La invisible luz


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      La invisible luz

      “The light invisible”, Ibister en Londres, 1903.

      © de esta edición, Ediciones Trébedes. Rda. Buenavista 24, bloque 6, 3º D. 45005, Toledo.

      Traducción: Miguel Ángel Martínez López

      Foto de portada: Lauren Coleman (https://unsplash.com/laurencoleman)

      www.edicionestrebedes.com

      [email protected]

      ISBN: 978-84-941339-7-8

      D.L. TO 1367-2015

      Edita: Ediciones Trébedes

      Printed in Spain.

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento.

      Robert Hughes Benson

      La invisible luz

      Ediciones Trébedes

      Presentación

      Es realmente sorprendente que ante la avalancha de zombis, vampiros, fantasmas, hadas, gnomos, jedis, aliens y otros argumentos sobrenaturales que invaden el panorama literario y cinematográfico actual, la respuesta de muchos cristianos venga fundamentada en el más absoluto materialismo, negando la presencia sobrenatural. Eso sería esperable de una mentalidad materialista atea, ya venga acompañada del pensamiento socialista o del liberal, la misma que tambien puede estar interesada en promocionar estos personajes de fantasía, para luego equipararlos al patrimonio espiritual cristiano, y finalmente negarlos todos como miembros de un mismo cuerpo imaginario. Pero el argumento materialista es totalmente impropio del mismo cristianismo, cuyo fundamento es la irrupción de lo sobrenatural en lo natural. La Encarnación no es otra cosa.

      Un personaje de este libro lo describe magistralmente con sus propias palabras: “Como usted nos describió (…) la Religión de la Encarnación se apoya en el hecho de que el Infinito y el Eterno se manifiesta a sí mismo en términos de espacio y tiempo, y que en esto consiste la grandeza del Amor de Dios. Desde entonces, como usted nos dijo, la Creación, la Encarnación y el Sistema Sacramental por igual, en varios grados, son la manifestación de Dios bajo estas condiciones; y es seguro que no puede ser «Materialista» (sea lo que sea lo que eso significa exactamente) creer que el mundo «espiritual» y los personajes que lo habitan se expresen algunas veces de la misma manera que lo hace su Creador.”

      Por lo que es fácil comprender que el “cristianismo materialista” es inaceptable, es una especie de aleación autodestructiva, donde el adjetivo diluye al sustantivo.

      ¿Qué van a encontrar en este libro? Historias de visiones, fantasmas y espíritus, vistos con una mirada creyente.

      Lo sobrenatural nos interpela continuamente y hasta ahora solo se han ofrecido tres respuestas de alguna manera extendidas:

      La fantasía, como un ecosistema imaginado donde el ansia de otras cosas se consuela con criaturas imaginarias: hadas, gnomos, trolls… donde nuestro ser infantil puede rehabilitarse y el adulto puede recuperar una bocanada de inocencia al margen de su mundo «real».

      El terror, que entiende lo sobrenatural como una proyección de nuestros fantasmas del subconsciente, funcionando como una válvula de escape de lo peor de nosotros mismos, pero que nos atrae con un morbo irreprimible. Ahí están los zombies, los vampiros y los fantasmas.

      La religión, que concede a lo sobrenatural un grado de realidad superior al que ofrece lo natural, pero que exige un reconocimiento de la trascendencia y de la presencia de alguien superior con una presencia personal. En esta categoría encontramos la comunión de los santos, las apariciones, los ángeles y los demonios.

      En este libro encontrarán la tercera variedad, que no deja lugar al materialismo, como hacen las anteriores.

      Viendo el arrollador protagonismo que las dos primeras opciones tienen en el mundo cultural actual, creímos oportuno reeditar estas historias.

      Los editores.

      Robert Hughes Benson (1871-1914) murió con menos de 43 años de edad, sin embargo su influencia en el catolicismo británico fue mucho mayor de la que pueda inferirse de su edad, más aun sabiendo que abrazó la fe católica en 1903, solo once años antes de morir. Su vida vino marcada por ser hijo del Arzobispo de Canterbury, la más alta dignidad eclesiástica anglicana. En 1895 fue ordenado sacerdote en la Iglesia de Inglaterra, por su padre. En los primeros años del siglo XX empezó a incomodarse con algunas posiciones sobre la legitimidad de la iglesia anglicana que le acercaron a la doctrina católica. Finalmente fue recibido en la Iglesia Católica en 1903, poco después de publicar La invisible luz, su primera novela, que protagoniza un sacerdote, no queda claro en el texto original si es católico o anglicano, que tiene el extraño don de percibir con una visión directa el mundo sobrenatural. Su actividad literaria fue impresionante, hoy injustamente arrinconada, quizá la obra más popular sea El amo del mundo, pero escribió también ficción histórica, contemporánea y otros libros futuristas.

      La invisible luz

      “Se mueve en el barullo: esquivando mentiras

      va el silencioso mundo de la gracia;

      el resplandor del misterio

      es luz de mediodía en su cara;

      nuestras lamentables conjeturas, con miedo emborronadas,

      son por ella tocadas, manejadas, vistas y escuchadas.

      …

      Sacrificio voluntario, nuestra carga

      ella por nuestra Caída ha soportado;

      santa permanece; pero sobre sí cae amarga

      el rayo irascible del pecado:

      Ella del Salvador su copa de dolor bebe,

      y, una con Jesús, la sed de nuevo vuelve.”

       EL ALMA CONTEMPLATIVA

      Prólogo

      Mi amigo, cuyas conversaciones he recogido en este libro hasta el límite de lo que soy capaz, debería ser el primero en reseñar (como de hecho está siempre ansioso de hacer) el papel de un profesor acreditado, que no es otro sino aquel que le confirió el oficio sagrado.

      Todo lo que él reclamaba (y esto seguramente estaba dentro de sus derechos) era ser al menos sincero en sus percepciones y expresiones de la verdad espiritual. Su poder, como él tuvo cuidado en explicarme, no era más que un particular desarrollo de una facultad común a todos los que poseen una vida espiritual coherente. En algunos la Verdad Divina encuentra entrada a través de las leyes de la naturaleza, en otros por medio de otras artes y ciencias, a mi amigo se le presentaba como una forma sensible directamente. Sus experiencias vividas, sin embargo, pareciendo incluso contravenir la Revelación Divina, él las habría rechazado con horror: la entera sumisión al Maestro Divino sobre la tierra, como él me dijo más de una vez, debe normalmente preceder al ejercicio de cualquier otra facultad espiritual. La inversión deliberada de esto no es más que Protestantismo en su forma más extrema, y debe finalmente resultar en la extinción de la fe.

      Por lo demás, yo no puedo añadir nada a sus propias palabras. Es por supuesto más que posible que aquí y allí yo haya fallado al presentar su significado exacto; pero al menos me he tomado la molestia de someter el libro antes de su publicación al juicio de quienes poseen una formación teológica suficiente para asegurarme de que al menos no he malentendido las palabras e historias de mi amigo, presentándole como un trasgresor de las leyes de la teología ascética, moral, mística o dogmática.

      A estos consejeros debo expresarles mi gratitud, también como a todos quienes amablemente me han dado el ánimo de su